Isla Noctis: Parte I

3. Rupturas

La lluvia golpeaba con fuerza el techo de la casa donde se encontraban Marc y Elena. Las luces parpadeaban intermitentemente, como si la tormenta misma conspirara para intensificar la sensación de aislamiento. La escena de la llamada todavía pesaba en sus mentes, pero ahora el aire entre ellos estaba cargado de algo más. Algo que ninguno parecía querer nombrar.

Marc observaba a Elena desde el umbral de la sala. Ella estaba concentrada en su computadora portátil, conectada a un pequeño dispositivo que había extraído del teléfono. Sus dedos volaban sobre el teclado con precisión quirúrgica, pero su ceño fruncido revelaba frustración.

—¿Alguna pista? —preguntó él, rompiendo el silencio.

—No exactamente. Esto… esto no es una simple señal telefónica. Hay algo codificado en el patrón de frecuencia. —Su voz era profesional, pero había una nota de cansancio que Marc no pudo ignorar.

Él caminó hacia ella, dejando que el sonido de sus botas sobre el suelo de madera llenara el vacío. Se inclinó ligeramente, lo suficiente para que su hombro casi rozara el de ella.

—¿Y qué significa eso? —inquirió, sus ojos fijos en la pantalla, aunque realmente no entendía mucho de lo que veía.

Elena giró la cabeza para responder, pero sus miradas se cruzaron por un segundo más de lo necesario. Marc apartó la vista rápidamente, fingiendo interés en los cables que colgaban del escritorio improvisado.

—Significa que quienquiera que esté detrás de esto sabe mucho más que nosotros. Y que están jugando con nuestras mentes —respondió ella, su voz más suave esta vez.

Antes de que pudiera responder, el ruido de un motor se escuchó en el exterior. Ambos se tensaron. Marc sacó su arma instintivamente, mientras Elena cerraba su computadora y guardaba el dispositivo en su bolsillo.

La puerta se abrió con un golpe seco, revelando a Nathaniel, empapado pero con una sonrisa despreocupada.

—Espero no estar interrumpiendo nada —dijo, su mirada oscilando entre ellos con una chispa de curiosidad.

Elena dejó escapar un suspiro, a medio camino entre la exasperación y el alivio.

—¿Qué haces aquí, Nathaniel? —preguntó, su tono más frío de lo habitual.

—Oh, ya sabes. Donde hay problemas, siempre estoy cerca. —Dejó caer una mochila pesada en el suelo y se quitó el abrigo, dejando charcos de agua en la entrada. Sus ojos se posaron en Marc—. ¿Y tú? ¿Sigues jugando a ser el héroe?

Marc no respondió de inmediato. Había algo en Nathaniel que lo irritaba profundamente, pero no podía precisar si era su tono condescendiente o la familiaridad con Elena.

—Estamos investigando las llamadas. Lo básico —respondió finalmente, intentando sonar neutral.

Nathaniel soltó una breve carcajada, sacudiendo la cabeza.

—¿Básico? En un lugar como este, nada es básico, detective. Deberías saberlo ya.

Elena intervino antes de que la tensión entre ambos pudiera escalar.

—Nathaniel, si viniste para bromear, no estamos de humor. Hay algo serio en juego aquí.

—Siempre tan directa, Elena. Por eso me caes bien. —Nathaniel le dedicó una sonrisa antes de volver a dirigirse a Marc—. Pero en serio, ¿alguna pista nueva?

Marc lo ignoró deliberadamente y se giró hacia Elena.

—Necesitamos revisar esas huellas que encontramos antes de que la tormenta las borre por completo. No podemos perder más tiempo aquí.

Elena asintió, pero cuando dio un paso hacia la puerta, Nathaniel la detuvo, poniéndole una mano en el hombro.

—Espera. Si están buscando huellas, yo puedo ayudar. Conozco mejor estos bosques que cualquiera de ustedes.

Marc frunció el ceño.

—No necesitamos tu ayuda.

Elena levantó una ceja, mirándolos a ambos con evidente frustración.

—¿Podrían dejar de comportarse como niños? Si Nathaniel puede ser útil, lo aprovecharemos. Esto no es un concurso de egos.

La acusación quedó flotando en el aire. Marc apretó la mandíbula, pero no dijo nada. Finalmente, los tres salieron bajo la lluvia, cada uno perdido en sus propios pensamientos.

Mientras tanto, en el bosque…

El periodista caminaba lentamente por un sendero apenas visible, guiado por un mapa improvisado que había conseguido de un lugareño. Había escuchado rumores sobre una cabaña abandonada donde vivía un hombre llamado Samuel, alguien que supuestamente sabía más de lo que decía.

El viento soplaba fuerte, haciendo crujir los árboles a su alrededor. Finalmente, llegó a la cabaña. La puerta estaba entreabierta, y un destello de luz se filtraba desde el interior.

—¿Hola? —llamó, pero no obtuvo respuesta.

Entró con cautela. La sala estaba desordenada, llena de papeles y fotografías dispersas. En una de ellas, reconoció algo que lo hizo detenerse. Era una imagen de un grupo de personas reunidas frente a una vieja casona. Pero lo que llamó su atención fue la silueta de un hombre al fondo, apenas visible pero inconfundible.

—No puede ser… —susurró.

Antes de que pudiera inspeccionarla más, un ruido proveniente del exterior lo hizo girarse bruscamente. Cuando salió para investigar, no había nadie allí.

Regresó a la cabaña, pero la foto había desaparecido.

De regreso en la casa, la tensión seguía aumentando entre Marc, Elena y Nathaniel. El periodista, ajeno a todo, tenía en sus manos un hallazgo que podría cambiarlo todo… si tan solo hubiera sabido interpretarlo.




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