Isla Noctis: Parte I

5. Caza

El río había sido difícil de cruzar, la corriente traicionera amenazaba con arrastrarlos con cada paso. Ahora, al otro lado, el bosque se alzaba más oscuro, más cerrado, como si quisiera tragárselos enteros. Marc lideraba el camino, con el arma en alto y cada músculo de su cuerpo tenso. Elena caminaba detrás, con la linterna temblando ligeramente en su mano, mientras Nathaniel cerraba el grupo, su mirada alertando de cualquier movimiento.

—¿Por qué huiría si no tiene nada que esconder? —murmuró Marc, más para sí mismo que para los demás.

—O tal vez no confiaba en nosotros —respondió Nathaniel con tono casual, aunque sus ojos estaban más serios de lo habitual.

Elena no dijo nada. Sus pensamientos giraban en torno a la figura que habían visto y al trozo de tela ensangrentado que aún llevaba en el bolsillo de su chaqueta. Algo no encajaba. Las llamadas, las huellas, el grito… Todo parecía parte de un rompecabezas cuya imagen aún no podía imaginar.

Marc se detuvo de golpe, levantando una mano para señalar que se detuvieran.

—¿Lo oyeron? —preguntó en un susurro.

Elena aguzó el oído, pero solo escuchaba el retumbar de la lluvia. Nathaniel, sin embargo, asintió.

—Pasos. A la derecha, más adelante.

Marc giró la cabeza en esa dirección, apuntando con su linterna. El haz de luz recorrió los troncos como una cuchilla, hasta detenerse en una figura arrodillada junto a un árbol. Era un hombre, cubierto de barro y empapado hasta los huesos. Su cabello desordenado caía sobre su rostro, pero estaba claro que no se encontraba en buen estado.

—¡No se mueva! —ordenó Marc, avanzando lentamente con el arma levantada.

El hombre levantó la cabeza al escuchar la voz, y en ese momento Elena dejó escapar un pequeño jadeo.

—Es Samuel… —susurró.

Marc giró la cabeza hacia ella, confundido.

—¿Lo conoces?

—No personalmente, pero he leído sobre él. Vive en este bosque desde hace años, como un ermitaño. Decían que estaba… un poco perturbado, pero también que había visto algo relacionado con las llamadas.

Samuel los miró con ojos desorbitados, como si no entendiera del todo lo que estaba ocurriendo. Se levantó lentamente, levantando las manos en señal de rendición.

—Ellos… Ellos están aquí. Los escucho, incluso cuando el bosque está en silencio —balbuceó, su voz ronca y quebrada.

Nathaniel frunció el ceño, avanzando un paso más.

—¿A quiénes escuchas, Samuel? ¿Quién está aquí?

El hombre se tambaleó hacia atrás, apoyándose en el árbol para no caer.

—El Presagio. Susurros… en la lluvia. Llegarán a ustedes también si no se van ahora.

El nombre provocó un escalofrío en Marc, pero no se permitió mostrarlo. Bajó ligeramente su arma, pero mantuvo la voz firme.

—Samuel, necesitamos tu ayuda. Hemos visto algo, y tú sabes lo que significa.

Samuel negó con la cabeza frenéticamente, su rostro retorciéndose en una mezcla de miedo y desesperación.

—¡No! Ya los atrajo a mí, y ahora a ustedes. No hay vuelta atrás.

Antes de que pudieran calmarlo, Samuel giró sobre sus talones y se adentró corriendo en el bosque. Marc intentó seguirlo, pero la oscuridad y la lluvia lo hicieron imposible.

—¡Maldita sea! —gruñó Marc, golpeando un árbol con el puño.

Elena miró en dirección a donde había desaparecido Samuel, su mente trabajando a toda velocidad.

—Él sabe algo. Algo importante. No huiría si no estuviera aterrorizado.

Nathaniel asintió, aunque su expresión se volvió más sombría.

—El Presagio… No es la primera vez que escucho ese nombre. Y si Samuel lo menciona con tanto pánico, significa que no estamos hablando de un simple villano.

Marc lo miró de reojo, intentando decidir si Nathaniel estaba siendo honesto o simplemente alimentando la atmósfera de paranoia.

—Tenemos que encontrarlo. No podemos dejar que desaparezca —sentenció, su voz cargada de determinación.

En otro lugar del bosque…

El periodista respiraba con dificultad, cada paso era una lucha contra el barro que se pegaba a sus zapatos. Estaba lejos de la cabaña donde había visto al hombre con el tablero lleno de fotografías, pero el peso de lo que había presenciado seguía aplastando su pecho.

La palabra “Clave” y la foto de Elena se repetían en su mente como un eco. Había algo grande detrás de esto, algo mucho más oscuro de lo que había imaginado cuando comenzó su investigación.

Finalmente, llegó a un pequeño claro. Sacó su cámara y revisó las fotos que había tomado. Pero justo cuando su dedo se detuvo en la imagen del tablero, la pantalla de la cámara se apagó.

—No, no, no… —murmuró, intentando encenderla de nuevo. Pero no funcionaba.

Miró a su alrededor, el claro parecía demasiado silencioso, demasiado… vacío. Y entonces lo sintió: una presencia.

Al girarse, vio una silueta alta y delgada, vestida con una gabardina negra. El rostro estaba oculto por completo, pero el aire a su alrededor se sentía más pesado, casi irrespirable.

—Sabía que vendrías —dijo la figura con una voz profunda y reverberante.

El periodista retrocedió, sin saber si huir o enfrentarlo.

—¿Quién… quién eres? —logró preguntar, aunque su voz temblaba.

La figura no respondió de inmediato. Dio un paso hacia él, y el periodista sintió que el suelo bajo sus pies temblaba ligeramente.

—El Presagio. Y ahora tú también sabes demasiado.

Un trueno resonó en el cielo, y antes de que el periodista pudiera reaccionar, la figura se desvaneció, dejándolo solo en el claro, con el eco de sus últimas palabras grabado en su mente.

De vuelta en el bosque, Marc, Elena y Nathaniel llegaron al lugar donde habían perdido a Samuel. En el suelo había más huellas, pero no eran de una sola persona.

—No estamos solos aquí —murmuró Elena, iluminando las marcas con su linterna.

Nathaniel sacó su navaja, mientras Marc alzaba nuevamente su arma. El bosque, con toda su oscuridad y tormenta, parecía respirar a su alrededor. Y en ese momento, los tres entendieron que lo que habían visto hasta ahora no era ni la mitad de lo que estaba por venir.




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