El bosque parecía haberse convertido en un laberinto vivo. Cada sombra, cada crujido entre las ramas era una promesa de peligro. Marc lideraba al grupo con pasos firmes, pero su mente era un caos. No podía apartar la imagen de Elena sujetando el brazo de Nathaniel en el río, su expresión llena de preocupación. Intentó sacudir ese pensamiento; no era el momento para dejarse llevar por celos absurdos.
—Marc —la voz de Elena lo sacó de su ensoñación—. Creo que deberíamos parar un momento. No podemos seguir avanzando a ciegas.
Marc giró la cabeza hacia ella, encontrando su mirada fija en él. Incluso en medio de la tormenta, había algo en sus ojos que lo desarmaba, como si ella pudiera ver más allá de la fachada que tanto se esforzaba por mantener.
—No podemos detenernos ahora. Cada minuto que pasa, Samuel se aleja más —respondió, aunque su voz era menos firme de lo que pretendía.
Elena suspiró, cruzándose de brazos.
—¿Y qué pasa si seguimos avanzando sin un plan? Podemos perdernos… o peor. —Sus ojos buscaron los de Nathaniel, buscando respaldo.
—Por una vez, estoy de acuerdo con Elena —dijo Nathaniel con una sonrisa ladeada, aunque esta vez su tono era serio—. No podemos ir a ciegas. El bosque es su territorio, no el nuestro.
Marc apretó los dientes, frustrado, pero no podía negar que tenían razón. Finalmente, asintió.
—Bien. Pero no podemos quedarnos aquí mucho tiempo.
El grupo se detuvo junto a un árbol caído, utilizando el breve descanso para reordenar sus pensamientos. Elena sacó el trozo de tela empapado que había guardado en su chaqueta y lo examinó bajo la luz de la linterna. Sus dedos rozaron la mancha oscura en el centro, y un escalofrío recorrió su espalda.
Marc, notando su expresión, se acercó y se arrodilló junto a ella.
—¿Estás bien? —preguntó, su voz más suave de lo habitual.
Elena levantó la mirada, sorprendida por el cambio en su tono. Durante un segundo, el rugido de la tormenta pareció apagarse, dejando solo el sonido de sus respiraciones entrelazadas.
—No lo sé —admitió, casi en un susurro—. Esto… todo esto… Siento que estamos persiguiendo algo que no podemos entender.
Marc se inclinó un poco más hacia ella, bajando la voz.
—Lo entenderemos. Juntos.
Elena sostuvo su mirada, sintiendo cómo su corazón latía con más fuerza. Había algo en la forma en que Marc la miraba, una intensidad que parecía atravesar todas las barreras que ella había levantado. Pero antes de que pudiera responder, Nathaniel se aclaró la garganta desde el otro lado.
—Odio interrumpir su momento, pero creo que encontré algo.
Marc se levantó rápidamente, apartándose de Elena, quien también se puso de pie, tratando de ocultar el rubor en sus mejillas.
Nathaniel estaba agachado junto a una serie de marcas en el suelo. Señaló lo que parecían ser huellas frescas, mezcladas con las de Samuel.
—No está solo. Hay al menos otra persona con él —dijo, su tono grave.
—¿La figura que vimos? —preguntó Elena, su mente volviendo rápidamente al presente.
Nathaniel asintió.
—Es posible. Pero hay algo más… estas marcas no son de alguien que huye. Son demasiado precisas, demasiado cuidadosas.
Marc observó las huellas, frunciendo el ceño.
—Es como si nos estuvieran guiando.
Elena sintió un escalofrío. La idea de que alguien pudiera estar manipulándolos no hacía más que aumentar su ansiedad. Pero sabía que no podían detenerse.
—Entonces sigamos. No tenemos otra opción.
El grupo avanzó nuevamente, siguiendo el rastro. Pero esta vez, la tensión entre ellos era diferente. Cada paso parecía acercarlos más no solo al peligro, sino también a las verdades que llevaban dentro.
En otro lugar del bosque…
El periodista, aún sacudido por su encuentro con El Presagio, caminaba rápidamente entre los árboles, sosteniendo su cámara inutilizada como si pudiera ofrecerle algún tipo de protección. La imagen de Elena en el tablero seguía grabada en su mente, y cada vez estaba más seguro de que ella era la clave de todo.
Pero entonces, un sonido a sus espaldas lo hizo detenerse. Giró rápidamente, sus ojos escudriñando la oscuridad.
—¿Quién está ahí? —preguntó, su voz temblorosa.
No hubo respuesta. Solo el sonido de la lluvia y el crujido de las ramas. Pero justo cuando estaba a punto de girarse de nuevo, una risa baja y siniestra rompió el silencio.
—Siempre tan curioso, periodista.
El hombre tragó saliva, sintiendo cómo el miedo se apoderaba de él. No había duda de quién era esa voz.
—No… no puedes detenerme. Voy a descubrir la verdad.
El Presagio apareció entre las sombras, su figura alta y oscura parecía absorber toda la luz a su alrededor.
—La verdad no es para todos. Y tú… ya has visto demasiado.
Antes de que el periodista pudiera reaccionar, una fuerza invisible lo lanzó contra un árbol, dejándolo inconsciente en el acto. El Presagio se inclinó sobre él, su rostro aún oculto, y murmuró algo que el viento se llevó antes de desaparecer nuevamente en la tormenta.
De regreso con Marc, Elena y Nathaniel, el rastro los llevó a una pequeña cabaña oculta entre los árboles. La puerta estaba entreabierta, y un leve resplandor de luz provenía del interior.
—¿Samuel? —preguntó Marc en voz alta, aunque su mano se movió hacia su arma.
No hubo respuesta. Solo el sonido de la lluvia golpeando el techo de madera.
Elena dio un paso adelante, colocando una mano en el brazo de Marc.
—Ten cuidado.
Marc asintió, sintiendo el calor de su toque incluso a través de la tela. Entró primero, seguido de Elena y luego de Nathaniel. Lo que encontraron dentro los dejó sin palabras: en el centro de la cabaña, había un tablero similar al que el periodista había visto, lleno de fotografías y notas. Pero lo que más destacaba era una imagen de Marc, Elena y Nathaniel, rodeados de una palabra escrita con tinta roja: Elegidos.
#1930 en Thriller
#958 en Misterio
#9128 en Novela romántica
misterio, suspence, triángulo amoroso y sentimientos fuertes
Editado: 09.02.2025