Isla Noctis: Parte I

7. Niebla interior

La oscuridad envolvió la cabaña como un manto opresivo, silenciando incluso el sonido de la tormenta en el exterior. Marc instintivamente levantó su arma, sus ojos recorriendo la habitación en busca de cualquier amenaza. El latido de su corazón retumbaba en sus oídos.

—¿Qué demonios fue eso? —preguntó Nathaniel, su voz tensa pero firme.

Elena buscó el interruptor de la linterna en su mochila, pero algo en la atmósfera la detuvo. Un escalofrío recorrió su espalda, como si las paredes mismas respiraran a su alrededor. Su instinto le gritaba que no se moviera.

—Esto no es una coincidencia —murmuró, su mirada fija en el tablero frente a ellos.

Marc avanzó lentamente hacia la puerta, probando el picaporte. Cerrado. Forzó con su hombro, pero no cedió.

—Estamos atrapados —declaró, su voz baja y controlada, aunque una chispa de rabia se encendía en sus ojos.

Elena dio un paso al frente, encendiendo la linterna. El haz de luz iluminó las fotografías en el tablero: imágenes de ellos tres en distintos momentos. Algunas eran recientes, como la de Nathaniel entrando al puerto o Marc y Elena discutiendo en un callejón días atrás. Cada detalle capturado con precisión escalofriante.

—Nos están observando desde hace mucho tiempo —susurró Elena, pasando los dedos por una nota pegada bajo su foto. La tinta roja formaba una sola palabra: Clave.

Nathaniel se inclinó sobre el tablero, estudiando las conexiones entre las fotos y los garabatos en los márgenes.

—Esto no es un simple juego. Nos han marcado como piezas esenciales en algo que apenas entendemos.

Marc miró a Nathaniel, luego a Elena, antes de fijar su atención nuevamente en la puerta.

—Lo que sea, no pienso quedarme aquí a esperar. Ayúdenme a encontrar una salida.

Mientras buscaban por la cabaña, algo cambió en el ambiente. El aire se volvió más denso, cargado de una energía casi tangible. Elena sintió un zumbido en los oídos, que se intensificó cuando su linterna iluminó una esquina de la habitación. Ahí, en el suelo, un viejo teléfono de disco descansaba sobre un manto de polvo, aparentemente desconectado de cualquier línea.

—¿Eso estaba ahí antes? —preguntó Nathaniel, frunciendo el ceño.

Elena negó con la cabeza, pero antes de que pudiera responder, el teléfono comenzó a sonar. Un timbre agudo, discordante, que cortó el silencio como un cuchillo.

Marc se giró de inmediato, apuntando con su arma hacia el aparato. Sus dedos temblaron levemente mientras intentaba decidir qué hacer. Elena, sin dudarlo, avanzó y tomó el receptor.

—¿Qué haces? —protestó Marc, pero ella lo ignoró.

Elena se llevó el teléfono al oído, con los músculos tensos. Durante unos segundos, todo lo que escuchó fue un ruido blanco, como estática. Pero entonces, una voz familiar y perturbadora habló.

—Han llegado al punto de no retorno. Cada elección los acerca a la verdad… o a su final.

Elena tragó saliva, sintiendo cómo su sangre se helaba. Reconoció la voz al instante: era El Presagio.

—¿Qué quieres de nosotros? —preguntó, tratando de mantener la calma.

La risa que siguió era baja, casi un susurro, pero estaba cargada de una maldad que parecía llenar la habitación.

—No es lo que yo quiero. Es lo que ustedes buscan. Pero recuerden, la verdad tiene un precio… y no todos están dispuestos a pagarlo.

La línea se cortó de golpe. Elena dejó caer el auricular, su respiración entrecortada. Marc la alcanzó y la tomó por los hombros.

—¿Qué dijo? —exigió, con los ojos clavados en ella.

Elena intentó responder, pero antes de que pudiera articular palabra, el tablero detrás de ellos se iluminó con un brillo intenso y antinatural. Las fotografías comenzaron a arder, consumiéndose rápidamente en llamas de un color extraño, casi irreal.

—¡Salgan de ahí! —gritó Nathaniel, moviéndose hacia la puerta. Pero cuando intentó abrirla de nuevo, una fuerza invisible lo empujó hacia atrás, chocando contra la pared.

Elena gritó, corriendo hacia él, mientras Marc disparaba contra la cerradura. La bala hizo eco, pero la puerta permaneció intacta.

—¡Esto no es posible! —exclamó Marc, frustrado.

De repente, el fuego del tablero desapareció, dejando solo cenizas y un símbolo quemado en la madera. Un círculo incompleto rodeado de líneas que parecían apuntar hacia dentro. Elena lo reconoció de inmediato; era el mismo símbolo que había visto en los archivos de las llamadas.

—Es un mensaje —dijo, ayudando a Nathaniel a levantarse.

—Un mensaje o una advertencia —respondió Nathaniel, masajeándose el brazo.

Antes de que pudieran procesar más, la puerta se abrió sola, como si nunca hubiera estado cerrada. La tormenta seguía rugiendo afuera, pero el camino que los había llevado hasta la cabaña ahora estaba cubierto por una densa niebla que parecía moverse por voluntad propia.

—¿Qué hacemos? —preguntó Elena, mirando a Marc.

Él observó la niebla, luego la cabaña, y finalmente a sus compañeros. Su mandíbula se tensó.

—Seguimos adelante. No podemos retroceder ahora.

Nathaniel asintió, aunque su expresión reflejaba duda. Elena, por otro lado, miró una última vez el símbolo en el tablero antes de seguirlos hacia el exterior. Algo en su interior le decía que ese símbolo no sería lo último que verían de El Presagio.

En lo profundo del bosque, una sombra observaba desde la distancia. Su silueta apenas visible entre los árboles, pero su presencia era inconfundible. El Presagio sonrió para sí mismo.

—El juego apenas comienza.




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