Isla Noctis: Parte I

8. Lazos

La niebla que envolvía el bosque parecía viva, desplazándose en patrones que desafiaban la lógica. Marc, Elena y Nathaniel avanzaban con cautela, cada crujido de las ramas bajo sus pies resonando como una advertencia. La linterna de Elena proyectaba un haz incierto que parecía ser tragado por la oscuridad.

—Esto no tiene sentido —murmuró Nathaniel, con el ceño fruncido mientras intentaba discernir algo a través del espesor blanco.

—Nada lo tiene últimamente —respondió Marc, con la mandíbula tensa. Sus ojos iban hacia Elena, observándola de reojo. Quería preguntarle si estaba bien tras lo sucedido en la cabaña, pero las palabras se le atoraron en la garganta.

Elena sintió la mirada de Marc y, por un segundo, una chispa de calor se encendió en su pecho, pese al ambiente helado. Sin embargo, lo desvió, enfocándose en la pantalla de su teléfono en busca de una señal que no llegaba.

—Lo único que importa es salir de aquí —dijo ella, con un tono más firme del que sentía.

De repente, un ruido seco resonó entre los árboles. Un crujido, seguido de un leve susurro, como si alguien estuviera corriendo entre ellos. Los tres se detuvieron al instante.

—¿Lo oyeron? —preguntó Nathaniel, girando sobre sus talones.

—Lo escuchamos —respondió Marc, levantando su arma. Su postura era tensa, casi protectora, situándose instintivamente entre Elena y la dirección del ruido.

—Puede ser una trampa —susurró Nathaniel.

—¿Y qué no lo es? —replicó Marc, sin apartar la vista del bosque.

Elena avanzó un paso, colocando suavemente una mano sobre el brazo de Marc para bajarlo. El contacto fue breve, pero suficiente para que ambos lo sintieran como un golpe eléctrico. Marc giró hacia ella, y por un momento, sus miradas se encontraron en silencio.

—Si estamos juntos en esto, tenemos que mantener la calma —dijo Elena, su voz un susurro que pareció resonar más que el ruido a su alrededor.

Nathaniel, observando desde el costado, no pudo evitar notar la conexión que se forjaba entre ellos. Desvió la mirada, apretando los labios, antes de dar un paso adelante para liderar.

—Sigamos. Quedarnos aquí no nos llevará a ningún lado —dijo, rompiendo el momento.

La tensión entre Marc y Elena quedó en el aire mientras seguían caminando. La niebla parecía más espesa con cada paso, y la presión en sus pechos aumentaba como si algo invisible los rodeara.

Finalmente, llegaron a un claro donde el aire se sentía diferente. La niebla se disipaba ligeramente, revelando un círculo de piedras viejas y cubiertas de musgo. En el centro, un objeto metálico brillaba débilmente bajo la luz de la linterna de Elena. Era un colgante, oxidado y desgastado, con el símbolo del círculo incompleto grabado en él.

—Es el mismo símbolo —susurró Elena, arrodillándose frente al colgante.

Nathaniel se mantuvo a su lado, examinando el objeto sin tocarlo.

—¿Es esto otro mensaje? —preguntó, frunciendo el ceño.

—O una advertencia —dijo Marc, manteniéndose un poco más atrás, observando con cautela.

Elena extendió la mano hacia el colgante, pero antes de que pudiera tomarlo, una ráfaga de viento helado recorrió el claro, haciendo que las ramas de los árboles crujieran. La niebla comenzó a girar a su alrededor, formando figuras fugaces que desaparecían antes de definirse por completo.

—Elena, no lo toques —advirtió Marc, avanzando hacia ella.

Elena, no obstante, lo levantó con cuidado, sus ojos fijos en el grabado. Un escalofrío recorrió su cuerpo, pero no supo si era por el frío o por la sensación de que algo había cambiado en el aire.

De pronto, la niebla se retiró tan rápido como había llegado, revelando un camino que se adentraba en el bosque. Los tres se miraron, sabiendo que no tenían otra opción.

Elena caminaba junto a Marc, sintiendo la tensión en cada paso que daban. Nathaniel iba un poco más adelante, como si quisiera distanciarse de la extraña atmósfera que había surgido entre ellos.

—¿Estás bien? —preguntó Marc, finalmente rompiendo el silencio.

Elena asintió, pero no se detuvo. Había algo en su tono, en su preocupación, que hizo que su corazón latiera más rápido. Finalmente, se atrevió a mirarlo.

—No tienes que preocuparte tanto por mí, Marc. Estoy acostumbrada a esto.

Marc se detuvo, haciendo que Elena también lo hiciera. Nathaniel, sin darse cuenta, continuó avanzando.

—No es solo preocupación, Elena —dijo, con la voz más suave de lo que ella esperaba. Sus ojos, normalmente severos, parecían casi vulnerables en ese instante.

Elena no supo qué decir. Había algo en la forma en que él la miraba, como si fuera capaz de ver más allá de sus barreras. Un calor se extendió por su pecho, pero antes de que pudiera responder, Nathaniel los llamó desde adelante.

—¡Creo que encontré algo! —gritó, su voz rompiendo la burbuja que los rodeaba.

Marc y Elena se apresuraron a alcanzarlo, pero la sensación de ese momento quedó grabada en ambos. Era un hilo que los conectaba, uno que no podrían ignorar, aunque quisieran.

En lo profundo del bosque, El Presagio observaba, sus labios curvándose en una sonrisa malévola. Los lazos entre ellos eran fuertes, pero también eran su mayor debilidad.

El juego estaba lejos de terminar.




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