Isla Noctis: Parte I

9. Cruces Íntimos

La noche se había asentado como un velo sobre la isla, y el bosque parecía guardar su aliento. La neblina que los había seguido durante días comenzaba a disiparse, pero no del todo. El sendero frente a ellos era un mosaico de sombras y luces pálidas que la luna apenas lograba filtrar.

Nathaniel estaba sentado en una roca a cierta distancia del campamento improvisado. Su mirada perdida en las estrellas ocultas detrás de la bruma. El peso en su pecho crecía con cada paso que daba junto a Marc y Elena. No era solo el misterio del Presagio lo que lo atormentaba, sino algo más cercano y devastador: sus propios sentimientos.

—¿Estás bien? —preguntó una voz detrás de él.

Era Anny, una lugareña que había cruzado sus caminos en la última aldea. Ella era una periodista retirada que ayudaba con lo que podía, aunque no sabía del todo en lo que estaban metidos. Su presencia era una anomalía, pero Nathaniel agradecía su compañía en ese momento.

—No lo sé —respondió él después de una pausa, sin mirarla.

Anny tomó asiento a su lado, su postura relajada, pero su mirada inquisitiva.

—He visto esa expresión antes. Tiene que ver con ella, ¿verdad? —preguntó con suavidad.

Nathaniel rió, pero fue un sonido vacío.

¿Tan obvio soy?

Anny no respondió de inmediato. En lugar de eso, esperó, dándole espacio.

—Elena… —comenzó Nathaniel, casi en un susurro—. Ella es… única. Inteligente, valiente, más fuerte de lo que aparenta. Cuando la conocí, no pensé que alguien como yo pudiera siquiera intentar estar a su altura. Pero entonces… me dejó entrar, al menos un poco. Me dejó verla, más allá de la fachada.

Anny lo observaba con una mezcla de curiosidad y pena, pero no lo interrumpió.

—El problema es que ella no me ve de la misma forma. No lo hará nunca. Su corazón está con Marc. Es evidente. Lo veo cada vez que ella lo mira. Y él… él no lo sabe todavía, pero siente lo mismo. Lo veo en cómo la protege, cómo su voz cambia cuando le habla.

Nathaniel apretó los puños, sus nudillos blanqueándose.

—¿Y sabes qué es lo peor? —continuó, su voz quebrándose ligeramente—. Que yo podría aprovecharme de esto. Podría mentirle, decirle que soy lo que ella necesita. Pero no puedo. No puedo hacerlo porque, a pesar de todo, quiero que sea feliz. Aunque eso signifique que no sea conmigo.

Un silencio pesado cayó entre ellos. Anny finalmente habló, con un tono lleno de comprensión.

—Es difícil, amar a alguien que no puede corresponderte. Pero también es valiente. Lo que sientes no te hace débil, Nathaniel. Te hace humano.

Nathaniel bajó la mirada, sintiendo las lágrimas arder en sus ojos, pero las contuvo.

—Eso no lo hace menos doloroso.

Anny colocó una mano en su hombro, ofreciéndole un apoyo silencioso.

Mientras tanto…

Elena y Marc se habían alejado un poco del campamento, buscando leña para mantener el fuego. La luna iluminaba lo suficiente como para permitirles caminar sin necesidad de la linterna.

—Esto parece un buen lugar para buscar —dijo Elena, deteniéndose cerca de un árbol caído.

Marc asintió, pero su mente estaba en otra parte. Sus ojos se posaban en ella de vez en cuando, como si buscara algo que decir y no encontrara las palabras correctas.

—¿Qué pasa? —preguntó Elena, notando su incomodidad.

—Nada… solo estoy pensando en todo esto. En nosotros.

Elena dejó de recoger ramas y lo miró directamente.

¿Nosotros?

Marc suspiró, pasando una mano por su cabello.

—Mira, no soy bueno en esto. Las palabras no son mi fuerte. Pero… tú. Elena, desde que llegaste, todo cambió. No sé cómo explicarlo, pero me haces querer ser mejor, más fuerte.

Elena sintió un calor subir por su pecho. No esperaba esa sinceridad de él.

—Marc…

—Déjame terminar —la interrumpió, dando un paso hacia ella—. Hay algo entre nosotros, lo siento. No sé si es este maldito lugar o si siempre estuvo ahí, pero no puedo ignorarlo.

Elena se quedó sin palabras, su corazón latiendo con fuerza. Las ramas en sus manos cayeron al suelo mientras sus ojos se encontraban.

—Tú también lo sientes, ¿verdad? —preguntó Marc, su voz apenas un susurro.

Elena tragó saliva y asintió, incapaz de negarlo.

Marc dio otro paso hacia ella, hasta que apenas unos centímetros los separaban. Su mirada bajó a sus labios, y Elena lo notó. Podía sentir la electricidad en el aire, la tensión que los envolvía como un lazo invisible.

—Si esto es un error, no me importa —dijo él, antes de inclinarse lentamente hacia ella.

Elena no retrocedió. Sus ojos se cerraron justo cuando los labios de Marc rozaron los suyos, suaves al principio, como una pregunta. Pero en cuanto ella respondió, el beso se volvió más intenso, cargado de todo lo que habían contenido hasta ahora: miedo, alivio, deseo.

El tiempo pareció detenerse. El mundo desapareció a su alrededor, dejando solo el calor de sus cuerpos y la fuerza de sus emociones.

Cuando se separaron, ambos respiraban con dificultad, pero no se alejaron del todo.

—Esto… esto no cambia nada, ¿verdad? —preguntó Elena, su voz temblorosa.

Marc sonrió, una expresión rara en él.

Lo cambia todo.

Elena no respondió, pero tampoco se apartó. Por primera vez en mucho tiempo, no sintió miedo.

En la distancia, una sombra los observaba. Nathaniel, de pie tras un árbol, había presenciado el momento. Sus ojos estaban llenos de tristeza, pero también de resolución.

En su interior, sabía que ahora debía tomar una decisión: mantenerse al margen y aceptar su lugar, o permitir que su dolor lo transformara.

El juego estaba cambiando, y las piezas comenzaban a moverse en direcciones inesperadas.




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