El campamento improvisado era un mosaico de luces parpadeantes y sombras oscilantes. Nathaniel estaba sentado junto al fuego, su mirada clavada en las brasas mientras su mente se sumergía en el caos. El beso que había presenciado entre Marc y Elena se repetía en su cabeza como un eco doloroso. Sabía que debía estar contento por ella, pero no podía evitar sentir que el suelo bajo sus pies se resquebrajaba.
Anny se acercó con cautela, sosteniendo una taza de té que había preparado con hierbas de su mochila. No era mucho, pero cualquier cosa que ayudara a calmar la tensión era bienvenida.
—Aquí tienes —dijo suavemente, ofreciéndole la taza.
Nathaniel levantó la mirada y la aceptó con un débil asentimiento.
—Gracias.
Anny tomó asiento junto a él, observando su perfil con una mezcla de curiosidad y preocupación. Aunque no conocía todos los detalles, algo en la expresión de Nathaniel le decía que estaba al borde de un precipicio emocional.
—¿Quieres hablar de ello? —preguntó después de un momento de silencio.
Nathaniel dejó escapar una risa amarga.
—No estoy seguro de que hablar lo haga más fácil.
—A veces no se trata de hacerlo fácil, sino de no llevar el peso solo. —Anny lo miró directamente, sus ojos reflejando una sinceridad que lo desarmó.
Nathaniel apretó la taza entre sus manos, sintiendo el calor contra su piel mientras intentaba ordenar sus pensamientos.
—Es complicado. Ver a alguien que te importa… con otra persona. Saber que nunca tendrás una oportunidad, porque lo que sienten es real. Es como si el universo te estuviera diciendo que no importa cuánto lo intentes, siempre estarás a un paso detrás.
Anny no respondió de inmediato. En cambio, dejó que sus palabras llenaran el espacio entre ellos, dándole tiempo para respirar. Finalmente, colocó una mano en su hombro.
—Eres más fuerte de lo que crees, Nathaniel. Y aunque ahora duele, eso no significa que estés destinado a quedarte atrás para siempre.
Nathaniel la miró, y por primera vez en lo que parecía una eternidad, sintió una pequeña chispa de consuelo.
Mientras tanto, en otra parte de la isla…
Dante caminaba por un sendero oscuro, sus pasos firmes y su mente ocupada con las piezas del rompecabezas que intentaba armar. Las llamadas, los símbolos, el Presagio… todo parecía conectado de una manera que todavía no lograba entender.
El bosque lo envolvía con su silencio inquietante, hasta que un leve sonido rompió la calma. Dante se detuvo, sus sentidos en alerta.
—¿Quién anda ahí? —preguntó, su voz firme pero cautelosa.
De entre las sombras, Anny emergió, sosteniendo una linterna.
—Tranquilo, soy yo —dijo, levantando las manos en un gesto pacificador.
Dante relajó los hombros ligeramente, pero no bajó del todo la guardia.
—¿Qué haces aquí? Creí que estabas con los demás.
—Lo estaba, pero… necesitaba un poco de aire. Y parece que tú también.
Dante asintió, permitiéndose un pequeño respiro. Había algo en la presencia de Anny que no podía definir del todo, una mezcla de curiosidad y determinación que lo intrigaba.
—¿Y tú? —preguntó Anny, acercándose un poco más—. ¿Qué buscas aquí, Dante?
Dante sacó un pequeño cuaderno de su bolsillo y lo abrió, mostrando un dibujo del símbolo del círculo incompleto.
—Este símbolo… lo he visto antes, mucho antes de que las llamadas comenzaran. Mi familia tiene una conexión con esta isla, y creo que este símbolo es la clave para entender todo lo que está pasando.
Anny observó el dibujo con atención, su expresión cambiando a una mezcla de asombro y preocupación.
—Eso… lo he visto en un lugar. Hay una cabaña al norte de aquí, abandonada, pero recuerdo haber visto ese símbolo tallado en la madera.
Los ojos de Dante se iluminaron.
—¿Puedes llevarme allí?
Anny dudó por un momento, pero finalmente asintió.
—De acuerdo, pero si vamos, necesitamos estar preparados. Ese lugar tiene una energía… diferente.
Dante guardó el cuaderno y asintió con determinación.
—No tengo miedo.
Juntos, se adentraron en el bosque, cada paso llevándolos más cerca de lo desconocido.
De regreso en el campamento…
Elena y Marc estaban sentados cerca del fuego, sus cuerpos más cerca de lo que probablemente deberían estar. Habían intercambiado miradas, pequeños gestos, pero ninguno mencionaba el beso que habían compartido.
Nathaniel los observaba desde la distancia, su corazón pesado mientras luchaba por no dejarse consumir por la envidia. Cada risa compartida entre ellos era un recordatorio de lo que nunca tendría.
Pero algo en el fondo de su mente le decía que no podía rendirse todavía. Aunque el amor que sentía por Elena lo destrozaba, también lo empujaba a seguir adelante, a no dejar que el dolor lo definiera.
Alzando la mirada, Nathaniel vio cómo Elena tocaba el brazo de Marc, un gesto pequeño pero lleno de significado. Cerró los ojos y dejó escapar un suspiro profundo.
“Algún día”, pensó, “encontraré mi lugar en todo esto. Pero no será hoy”.
La noche avanzaba, y mientras las estrellas se escondían detrás de la niebla, las líneas entre aliados y secretos comenzaban a desdibujarse.
En la cabaña abandonada…
Dante y Anny llegaron al lugar que ella había descrito. Era pequeña, cubierta de musgo y casi escondida entre los árboles. Pero el símbolo en la puerta era inconfundible.
—Aquí es —dijo Anny, su voz apenas un susurro.
Dante se acercó a la puerta, sus dedos rozando el grabado. Una energía extraña recorrió su brazo, como si el símbolo estuviera vivo.
—Esto… esto es más grande de lo que pensaba.
Anny lo observó, sintiendo una extraña mezcla de admiración y miedo.
—Dante, lo que sea que encontremos aquí, debemos estar preparados para enfrentarlo.
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Editado: 09.02.2025