El bosque estaba vivo. Susurros viajaban entre los árboles como si la misma isla respirara. Marc y Nathaniel avanzaban con cautela, la linterna parpadeante en manos de Marc arrojaba sombras danzantes en el suelo cubierto de musgo. Ninguno de los dos hablaba, pero el peso de su mutuo resentimiento era casi tangible.
—¿Crees que simplemente la encontraremos caminando por aquí? —preguntó Nathaniel, rompiendo el silencio con un tono ácido.
Marc se detuvo en seco y lo enfrentó, su mandíbula apretada.
—No voy a escuchar tus comentarios ahora. Si tienes algo útil que aportar, dilo, pero no me estorbes.
Nathaniel dio un paso hacia él, su mirada igual de desafiante.
—¿Y si el problema es que no sabes lo que estás buscando? Tal vez… ni siquiera sabes cómo protegerla.
Marc apretó el puño, pero un sonido en la distancia interrumpió la tensión. Era un eco metálico, similar al crujir de engranajes oxidados. Ambos voltearon en la dirección del ruido, compartiendo una mirada breve pero significativa.
—Sea lo que sea, estamos cerca —murmuró Nathaniel.
Avanzaron con cautela, siguiendo el ruido que parecía surgir de las entrañas mismas del bosque. Pronto, la maleza se despejó, revelando una estructura que no esperaban: una entrada tallada en la roca, cubierta de enredaderas. El símbolo que perseguían estaba grabado justo sobre la entrada, emitiendo un brillo tenue y antinatural.
—¿Un túnel? —preguntó Marc en un susurro, inclinándose hacia la abertura.
Nathaniel encendió una linterna más potente que llevaba consigo y enfocó el interior. Había escaleras que descendían, perdiéndose en la oscuridad.
—Esto no estaba aquí antes —dijo Nathaniel, casi para sí mismo.
Marc asintió con la cabeza.
—Entonces, el Presagio lo hizo aparecer.
Dentro del túnel…
Elena despertó de golpe, su respiración acelerada. La oscuridad del lugar no la ayudó a ubicarse de inmediato. Su cabeza latía con fuerza, como si algo hubiera arrancado recuerdos de su mente y dejado huecos en su lugar.
Trató de levantarse, pero sus piernas temblaban. Había una mesa frente a ella, cubierta de objetos que parecían antiguos: una brújula rota, un cuchillo oxidado y un pedazo de papel con palabras garabateadas que apenas podía distinguir. Extendió la mano hacia el papel, pero un susurro helado la detuvo.
—No tan rápido, Elena.
Se giró bruscamente, encontrándose cara a cara con el Presagio. La máscara seguía impasible, pero su presencia llenaba el aire con un peso opresivo.
—¿Qué… qué quieres de mí? —preguntó, retrocediendo un paso.
El Presagio inclinó ligeramente la cabeza, como si estudiara su reacción.
—Te lo dije: eres la llave. Pero no te das cuenta de lo que eso significa, ¿verdad?
Elena negó con la cabeza, el pánico aumentando.
—Eres la única que puede decidir cómo termina esto. Pero primero, necesitas recordar.
—¿Recordar qué? —exigió, alzando la voz.
El Presagio dio un paso hacia ella, su tono adquiriendo una calma peligrosa.
—Lo que fuiste antes de que todo esto comenzara.
De repente, el suelo bajo sus pies pareció temblar, y las paredes del túnel se llenaron de imágenes proyectadas como sombras vivientes. Eran fragmentos de su vida, pero distorsionados, como si alguien hubiera intervenido en sus recuerdos.
Se vio a sí misma trabajando frente a un ordenador, luego huyendo de algo en un callejón oscuro. Vio rostros familiares, pero ninguno encajaba del todo, como si pertenecieran a otra vida. Y entonces, una imagen la hizo retroceder: Marc, sangrando, gritándole algo que no podía entender.
—Esto… esto no es real.
—Lo real y lo falso son irrelevantes aquí, Elena —dijo el Presagio, su voz resonando con una autoridad aterradora—. Lo único que importa es lo que eliges creer.
Elena sintió que el aire se volvía más pesado. Intentó apartar la mirada, pero las sombras la rodearon, atrapándola.
—¿Qué esperas que haga? —preguntó, su voz apenas un susurro.
El Presagio alzó una mano, señalando la mesa.
—Encuentra el objeto que pertenece a tu verdad. Si eliges mal, tu destino estará sellado.
De regreso en el bosque…
Nathaniel y Marc descendieron por las escaleras, la oscuridad tragándolos. El aire era denso, y un olor metálico impregnaba sus sentidos.
—Algo está mal aquí —dijo Nathaniel en voz baja, deteniéndose a mitad de los escalones.
—¿Te vas a echar para atrás? —preguntó Marc, sin detenerse.
Nathaniel lo ignoró, enfocándose en algo que había notado en la pared. Era una inscripción grabada, oculta parcialmente por las sombras. Pasó los dedos sobre las palabras y frunció el ceño al leerlas:
“El sacrificio abre el camino, pero solo la verdad guía a la salida”.
—Marc, espera —lo llamó, apresurándose tras él.
Cuando llegaron al final de las escaleras, se encontraron en una sala circular iluminada por una luz débil que parecía emanar del suelo. Al centro, había una figura de piedra similar a la que habían encontrado en el bosque, pero esta vez sostenía algo entre sus manos: una esfera brillante que parecía vibrar con energía.
—¿Qué es eso? —preguntó Marc, acercándose lentamente.
Nathaniel lo detuvo, colocando una mano en su hombro.
—Es una trampa.
—¿Cómo lo sabes?
Nathaniel señaló las marcas en el suelo alrededor de la figura. Eran símbolos que formaban un círculo perfecto, pero algo en ellos parecía moverse, cambiando de posición ante sus ojos.
—Esto no es normal. Y si el Presagio está detrás de esto, sabes que no será tan simple como tomar esa cosa.
Marc miró la esfera, la desesperación por encontrar a Elena luchando contra su instinto de supervivencia. Finalmente, apretó los dientes y retrocedió.
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Editado: 09.02.2025