Isla Noctis: Parte I

14. Donde la Oscuridad Habla

La noche en la isla era un manto oscuro, roto solo por el sonido distante de las olas y el susurro inquietante del viento entre los árboles. Marc avanzaba con determinación por el sendero, su linterna iluminando apenas unos pasos por delante. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Elena siendo arrastrada hacia la penumbra lo invadía con una fuerza devastadora.

Nathaniel caminaba a su lado, tan silencioso como el entorno. Aunque las palabras entre ellos habían sido mínimas desde que decidieron buscar juntos, la tensión en el aire era palpable. Ambos sabían que el peso de sus emociones no tenía cabida en ese momento, pero no podían ignorar la presencia del otro.

—Si sigues con esa expresión de frustración, asustarás a quien quiera que se haya llevado a Elena antes de que podamos encontrarla —comentó Nathaniel, rompiendo el silencio con un sarcasmo ácido.

Marc lo miró de reojo, sin detenerse.

—Si tienes algo útil que decir, dilo. Si no, ahórramelo.

Nathaniel bufó, pero no respondió. Ambos sabían que estaban al límite, y aunque sus métodos y motivaciones diferían, tenían un objetivo en común.

Finalmente, se detuvieron en un claro. Marc se agachó, examinando el suelo.

—Aquí. Hay marcas de arrastre —dijo, señalando las ramas rotas y las huellas dispersas.

Nathaniel se inclinó junto a él, sus ojos oscuros evaluando los alrededores.

—No estamos lejos. Pero quien sea que se la llevó, no se molestó en ocultar el rastro. Esto podría ser una trampa.

Marc se puso de pie, su mandíbula apretada.

—Lo que sea. No me detendré.

Nathaniel lo observó durante un momento, notando la intensidad en su mirada. Por primera vez, sintió una pizca de respeto por él, aunque no estaba dispuesto a admitirlo.

Bien. Entonces sigamos.

En otra parte de la isla…

Elena despertó con un dolor punzante en la cabeza. Sus manos estaban atadas, y el ambiente alrededor de ella olía a humedad y tierra. Trató de recordar cómo había llegado allí, pero su memoria era un caos. Fragmentos de imágenes flotaban en su mente: Marc gritando su nombre, una figura oscura emergiendo de entre los árboles, el frío del suelo contra su piel.

Se obligó a calmarse, inhalando profundamente. Aunque su cuerpo estaba limitado, su mente seguía siendo su mayor arma. Observó el espacio a su alrededor. Estaba en una especie de sótano improvisado, las paredes de piedra desnuda cubiertas de musgo y símbolos tallados.

Uno de esos símbolos llamó su atención: el mismo círculo incompleto que habían visto en la cabaña. Pero aquí, había algo diferente. Un grabado adicional lo rodeaba, como una especie de cadena rota.

Antes de que pudiera analizarlo más, el sonido de pasos la sacó de sus pensamientos. Una puerta chirrió al abrirse, y una figura encapuchada apareció, sosteniendo una linterna.

—¿Quién eres? —preguntó Elena, su voz firme a pesar del miedo.

La figura no respondió de inmediato. Caminó hacia ella y colocó la linterna en el suelo, dejando que la luz iluminara su rostro. Era un hombre de mediana edad, con ojos oscuros y una expresión neutral que resultaba más inquietante que cualquier sonrisa maliciosa.

—No importa quién soy —respondió finalmente, su voz grave y medida—. Lo que importa es lo que represento.

Elena alzó una ceja, su mente ya trabajando en todas las posibles estrategias para ganar tiempo o escapar.

—¿Y qué es eso?

El hombre sonrió levemente.

—La verdad. Algo que ustedes han estado buscando sin entender las consecuencias. El Presagio los observa, los evalúa. Pero todo tiene un precio.

Elena apretó los dientes.

—¿Qué precio?

El hombre se inclinó hacia ella, sus ojos brillando con algo cercano al fanatismo.

—Tu vida.

De regreso con Marc y Nathaniel…

El rastro los llevó a una entrada oculta en una colina. Era un túnel estrecho, apenas visible bajo las enredaderas que lo cubrían. Marc apartó las plantas con furia, mientras Nathaniel inspeccionaba la abertura.

—Esto no parece reciente —dijo Nathaniel, tocando los bordes desgastados del túnel—. Podría ser parte de algo más antiguo.

—No me importa qué tan antiguo sea. Si Elena está ahí, vamos a entrar —respondió Marc, ya avanzando sin esperar confirmación.

Nathaniel suspiró, sacó una linterna y lo siguió. El túnel era claustrofóbico, con paredes que parecían cerrarse sobre ellos a medida que avanzaban. La temperatura descendía con cada paso, y un olor rancio llenaba el aire.

Después de lo que parecieron horas, llegaron a una cámara más amplia. En el centro, había una mesa de piedra, y sobre ella, lo que parecía un antiguo manuscrito cubierto de símbolos.

—¿Qué es esto? —preguntó Marc, acercándose.

Nathaniel observó el manuscrito con detenimiento, reconociendo algunos de los símbolos como los mismos que habían visto en la cabaña.

—Es… un registro. Parece ser un mapa, pero está incompleto. Y estos textos… hablan de un sacrificio.

Marc lo miró con dureza.

—¿Sacrificio? ¿Qué tipo de sacrificio?

Nathaniel tragó saliva, su rostro tensándose.

—Humano.

El eco de sus palabras pareció llenar la cámara. Antes de que pudieran procesarlo, un sonido detrás de ellos los puso en alerta. Marc giró rápidamente, su linterna iluminando un pasillo vacío.

—Nos están observando —dijo en voz baja, su cuerpo tenso como un resorte.

Nathaniel asintió, sus ojos buscando cualquier señal de movimiento.

—No podemos perder tiempo. Si Elena está aquí, tenemos que encontrarla antes de que sea demasiado tarde.

En el sótano

El hombre encapuchado levantó una daga, su hoja reflejando la tenue luz de la linterna. Elena luchó contra sus ataduras, su mente trabajando frenéticamente.




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