Elena abrió los ojos lentamente, parpadeando mientras la luz difusa de la habitación la rodeaba. Todo le parecía extraño y, al mismo tiempo, familiar. Reconocía a las personas que la observaban: Marc, con su mirada cargada de preocupación, y Nathaniel, de pie con los brazos cruzados, como si estuviera atrapado en un debate interno. Sin embargo, había algo que no podía ubicar. Fragmentos de recuerdos flotaban en su mente como piezas de un rompecabezas incompleto.
—¿Dónde estoy? —preguntó con voz ronca.
Marc se acercó rápidamente, inclinándose hacia ella.
—Estás a salvo. Te encontramos… estamos aquí contigo.
Elena lo miró fijamente, sintiendo una calidez inexplicable al verlo tan cerca, pero la sensación era confusa. Algo no encajaba. Buscó en su mente, pero solo encontró un vacío donde deberían estar los recuerdos recientes.
—Yo… sé quién eres. Tú eres Marc. Y tú —se giró hacia Nathaniel—, también te conozco. Pero no recuerdo… cómo llegué aquí. Ni lo que ha pasado.
Las palabras fueron un golpe para Marc, quien intentó ocultar su desconcierto. Nathaniel, en cambio, frunció el ceño, como si estuviera evaluando las implicaciones de su declaración.
—¿Recuerdas algo sobre las llamadas? —preguntó Nathaniel, su voz cargada de cautela.
Elena negó con la cabeza, sintiendo un nudo de frustración en su pecho.
—No… Pero siento que hay algo importante que estoy olvidando. Algo grande.
Marc intercambió una mirada con Nathaniel, su mandíbula apretada. Sabía que esto complicaba todo, especialmente con lo que estaba en juego.
—No importa lo que hayas olvidado —dijo Marc finalmente, con un tono más suave—. Te ayudaremos a recordarlo. Juntos.
Nathaniel desvió la mirada, sus manos apretándose en puños. No podía evitar pensar en cómo esta situación le daba una oportunidad que no debería desear: acercarse a Elena sin la sombra de su relación con Marc. Pero al mismo tiempo, odiaba la idea de aprovecharse de su vulnerabilidad.
Antes de que pudieran decir algo más, el teléfono de Marc sonó, rompiendo el momento. Todos se tensaron. Marc sacó el dispositivo lentamente, temiendo que fuera otra llamada del Presagio. Pero el nombre que apareció en la pantalla lo sorprendió.
—Es Dante —dijo, contestando rápidamente—. ¿Qué pasa?
La voz de Dante era grave, cargada de urgencia.
—Marc, Anny acaba de recibir una llamada. Era El Presagio. Le dijo que ella será la siguiente en morir.
El aire en la habitación pareció congelarse. Nathaniel y Elena miraron a Marc, cuyas facciones se endurecieron de inmediato.
—¿Dónde está Anny ahora? —preguntó Marc, ya preparándose mentalmente para actuar.
—Está conmigo. Estamos en su casa, pero está aterrorizada. El Presagio dijo que tiene siete días. Marc, esto es diferente… su voz sonaba más… personal. Como si disfrutara esto más de lo normal.
Marc asintió, aunque Dante no podía verlo.
—Manténla a salvo. Vamos para allá.
Colgó y se giró hacia Nathaniel y Elena.
—Tenemos que movernos. El Presagio hizo su jugada, y no pienso esperar a que tome otra.
—¿Qué dijo exactamente? —preguntó Nathaniel.
—Le dio un plazo: siete días. Pero algo en esto no me cuadra. Es como si quisiera que supiéramos que tiene el control.
Elena, a pesar de su confusión, se incorporó en la cama. Aunque no entendía del todo lo que estaba pasando, una parte de ella sabía que no podía quedarse al margen.
—Voy con ustedes —dijo con firmeza.
Marc se giró hacia ella, su expresión suavizándose ligeramente.
—No estás en condiciones. Necesitas descansar y recuperar fuerzas.
—No, Marc. Tal vez no recuerde todo, pero no voy a quedarme aquí mientras ustedes enfrentan… esto. Puedo ayudar.
Nathaniel intervino, su tono seco pero con un matiz de preocupación.
—Si viene, será un riesgo. No sabemos lo que El Presagio planea, y su estado la hace vulnerable.
—No soy un riesgo —interrumpió Elena, mirando a ambos con determinación—. Y no necesito que decidan por mí.
Marc suspiró, pasando una mano por su cabello.
—Está bien. Pero si en algún momento esto se complica, quiero que te pongas a salvo, ¿entiendes?
Elena asintió, aunque en su interior sabía que no iba a retroceder, pasara lo que pasara.
Mientras se preparaban para salir, Nathaniel observó a Elena en silencio. Las palabras estaban en su garganta, listas para salir: podía mentirle, decirle que eran algo más que amigos, que ella alguna vez lo había elegido a él. Pero algo dentro de él lo detuvo. No quería construir algo sobre una mentira, por mucho que la deseara.
Finalmente, los tres salieron hacia la noche, la tensión pesando en el aire. El reloj había comenzado a correr, y el destino de Anny, y tal vez de todos ellos, pendía de un hilo.
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Editado: 09.02.2025