El camino hacia la casa de Anny estaba cargado de tensión. El motor del auto rugía en medio de la noche, pero dentro de la cabina reinaba un silencio espeso. Nathaniel mantenía la mirada fija en el paisaje que se desdibujaba tras la ventana, mientras Marc sujetaba con fuerza el volante. Elena, sentada en el asiento trasero, observaba a ambos en silencio. Aunque reconocía sus rostros y sentía que podía confiar en ellos, no entendía por qué las emociones a su alrededor parecían tan desgarradoras.
Intentó enfocar su mente, buscar en los rincones oscuros de su memoria, pero solo encontró fragmentos rotos. Sabía que debía haber algo entre ella y Marc. Cada vez que él la miraba, había un calor en sus ojos que despertaba una mezcla de curiosidad y ansiedad en su interior. Pero también estaba Nathaniel. Su presencia era tranquila y constante, como un faro en la niebla.
—¿Qué tan grave es? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio.
Marc lanzó una mirada rápida por el retrovisor.
—Lo suficiente como para no perder tiempo. El Presagio no hace amenazas vacías.
Elena asintió lentamente, aunque no entendía del todo. Algo en la mención de ese nombre le provocaba escalofríos, como si su sola existencia fuera una sombra que amenazaba con consumirlos a todos.
Cuando llegaron a la casa de Anny, Dante los esperaba en la puerta, su expresión sombría. Anny estaba sentada en el sofá, con las manos temblorosas sujetando una taza de té. Su rostro reflejaba un miedo palpable.
—Dijo que me quedan siete días —susurró Anny al verlos entrar—. Siete días antes de que me encuentre. No sé qué hacer.
Marc se acercó a ella, inclinándose para mirarla directamente a los ojos.
—No vamos a dejar que te pase nada, ¿entendido? Vamos a encontrar la manera de detenerlo.
Nathaniel permaneció en la sombra de la habitación, observando. Sus ojos se desviaron hacia Elena, que estaba junto a la ventana, aparentemente perdida en sus pensamientos. Algo en su postura, en la forma en que se abrazaba a sí misma, lo hizo sentir una punzada de culpa. Quería acercarse a ella, pero las palabras se atascaban en su garganta.
—Tal vez alguien más pueda ayudarnos —dijo Dante, rompiendo la tensión—. Samuel podría saber algo.
El nombre hizo que Marc se enderezara, con los ojos entrecerrados.
—¿Samuel? ¿El que sobrevivió a la última ronda de llamadas?
—Exacto. Vive solo, lejos del pueblo. Es extraño, pero… si alguien puede saber cómo funciona la mente del Presagio, es él.
Marc vaciló, pero finalmente asintió.
—Vale. Vamos a hablar con él. Elena, tú te quedas aquí.
—No —respondió ella con firmeza, levantando la barbilla—. Si esto tiene que ver con lo que está pasando, quiero estar allí. No puedo quedarme sentada esperando.
Marc suspiró, pero no discutió. Dante decidió quedarse con Anny, mientras Marc, Nathaniel y Elena emprendían el camino hacia el solitario hogar de Samuel.
La casa de Samuel era pequeña y desaliñada, rodeada por un espeso bosque. Cuando tocaron la puerta, no hubo respuesta inmediata. Marc golpeó nuevamente, con más fuerza. Finalmente, un hombre delgado, de ojos hundidos y cabello desordenado, abrió la puerta. Su expresión era cautelosa, casi paranoica.
—¿Qué quieren? —preguntó, su voz ronca.
—Queremos hablar contigo sobre El Presagio —dijo Marc directamente.
Samuel se tensó, sus ojos moviéndose rápidamente entre los tres visitantes.
—¿Por qué debería ayudarlos? No quiero tener nada que ver con él.
—Porque otra persona está en peligro —dijo Elena, dando un paso adelante—. Sabemos que sobreviviste antes. Por favor, cualquier cosa que puedas decirnos podría salvarla.
Samuel vaciló, mirando a Elena como si intentara leer su alma. Finalmente, suspiró y abrió la puerta para dejarlos pasar.
El interior de la casa era tan caótico como su exterior. Papeles, fotografías y notas garabateadas estaban esparcidos por todas partes. Samuel los guió hasta una pequeña sala y se dejó caer en un sillón.
—Escuchen —comenzó—, El Presagio no es alguien que puedas detener. Es como una fuerza de la naturaleza. No importa lo que hagas, siempre encuentra una manera.
—Tiene que haber algo —insistió Marc—. Algo que hiciste para sobrevivir.
Samuel entrecerró los ojos, su expresión volviéndose más sombría.
—No sobreviví porque hice algo especial. Sobreviví porque él quiso que sobreviviera.
Elena sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó.
—Él me eligió para vivir. Me dijo que tenía un propósito. Pero nunca explicó cuál.
Nathaniel cruzó los brazos, su mirada fija en Samuel.
—¿Por qué deberíamos confiar en ti? Todo esto suena demasiado conveniente.
Samuel se encogió de hombros.
—No me importa si me creen o no. Si quieren salvar a esa persona, tendrán que jugar su juego. Él siempre sigue sus propias reglas.
Antes de que pudieran presionar más, Samuel se levantó abruptamente.
—Ya es suficiente. Si tienen más preguntas, no tengo respuestas. Ahora váyanse.
Marc lo miró con furia contenida, pero Elena puso una mano en su brazo, deteniéndolo.
—Está bien. Vámonos.
En el camino de regreso, la tensión en el auto era palpable. Nadie habló, pero las palabras de Samuel resonaban en sus mentes.
Cuando llegaron al pueblo, Nathaniel se ofreció a llevar a Elena de vuelta a la casa. Mientras caminaban, el silencio entre ellos se volvió casi insoportable. Finalmente, Nathaniel se detuvo, su rostro lleno de una mezcla de emociones.
—Elena… hay algo que debo decirte.
Ella lo miró, confundida.
—¿Qué es?
Nathaniel tragó saliva, sintiendo el peso de la decisión que estaba a punto de tomar. Las palabras estaban en la punta de su lengua, listas para ser pronunciadas.
#1930 en Thriller
#958 en Misterio
#9128 en Novela romántica
misterio, suspence, triángulo amoroso y sentimientos fuertes
Editado: 09.02.2025