Isla Noctis: Parte I

17. Elena y Nathaniel

La noche envolvía la Isla Noctis como un manto denso, sofocante. Cada paso que daban hacia el pueblo parecía resonar demasiado fuerte en el silencio que los rodeaba, como si incluso el suelo les advirtiera que no debían seguir adelante. Nathaniel caminaba al lado de Elena, quien permanecía en un estado de aparente calma, aunque su mirada denotaba el caos interno que luchaba por entender.

Por un instante, Nathaniel se detuvo, su mirada clavada en las sombras que danzaban entre los árboles. Parecía estar considerando algo, una idea peligrosa que oscilaba entre el deseo y el remordimiento.

—¿Estás bien? —preguntó Elena con un tono neutral, aunque no pudo evitar notar la tensión en el rostro de su acompañante.

—Estoy bien. Solo… estaba pensando en todo esto —respondió Nathaniel, forzando una sonrisa.

Pero la realidad era otra. Cada segundo que pasaba con Elena era una lucha consigo mismo, un enfrentamiento silencioso entre lo que sabía que debía hacer y lo que deseaba decir.

Cuando finalmente llegaron al pueblo, la puerta de la casa de Anny estaba cerrada, pero luces débiles se filtraban a través de las cortinas. Marc y Dante los estaban esperando dentro. Nathaniel quiso posponer el reencuentro con el grupo; sentía que ese momento con Elena debía durar un poco más, aunque sabía que no podía.

Al entrar, encontraron a Anny sentada junto a la ventana, mirando hacia la oscuridad. Dante estaba de pie junto a ella, sus manos cruzadas detrás de la espalda, mientras Marc repasaba con la mirada un mapa sobre la mesa.

—¿Samuel les dijo algo útil? —preguntó Dante, alzando la vista.

Marc negó con la cabeza, dejando escapar un suspiro cargado de frustración.

—Nada que no sea confuso. Según él, sobrevivió porque el Presagio quiso que lo hiciera, lo cual no nos lleva a ninguna parte.

—¿Y ahora qué? —intervino Anny, su voz temblorosa—. No puedo quedarme aquí esperando a que me encuentre.

Elena se acercó a Anny, su mirada suave pero determinada.

—No lo haremos. Vamos a encontrar la manera de protegerte.

Mientras hablaban, Nathaniel se apartó ligeramente del grupo. Su mente volvía una y otra vez a las palabras de Samuel. ¿Qué significaba ser “elegido”? Y más importante aún, ¿qué estaba ocultando Samuel? Aunque no había pruebas, algo en su actitud esa noche lo había puesto en guardia.

—Marc —dijo finalmente, rompiendo el flujo de la conversación—. Creo que deberíamos vigilar a Samuel. No creo que nos haya dicho todo.

Marc frunció el ceño.

—¿Crees que está trabajando con el Presagio?

—No lo sé —admitió Nathaniel—, pero algo no encaja.

Dante asintió lentamente, cruzándose de brazos.

—Tiene sentido. Si él sobrevivió, y ahora está dando evasivas, es posible que sepa más de lo que dice.

—Bien. Yo me encargo —dijo Marc, cerrando el mapa de golpe—. Elena, quédate con Anny. Dante, ven conmigo.

Elena abrió la boca para protestar, pero Marc la interrumpió.

—No. Esta vez no. Ya es suficiente. Necesito que te quedes aquí y protejas a Anny. Confío en ti.

Elena asintió, aunque una mezcla de frustración y resignación cruzó su rostro.

Horas más tarde, mientras Marc y Dante salían hacia la casa de Samuel, Nathaniel permaneció en la sala con Elena y Anny. El ambiente era tenso, pero silencioso. Anny se había quedado dormida en el sofá, su respiración irregular traicionando su aparente calma.

Elena se encontraba de pie junto a una mesa, hojeando las notas que habían reunido sobre el Presagio. Aunque no entendía por qué, sentía que algo dentro de esas hojas le resultaba familiar, como si su mente intentara recordar algo crucial que se le escapaba.

Nathaniel la observaba desde el otro lado de la sala. Había algo en su postura que lo desarmaba: la fortaleza que irradiaba, mezclada con la fragilidad de alguien que estaba luchando contra sí misma. Era ahora o nunca.

—Elena —dijo, acercándose lentamente.

Ella levantó la vista, sus ojos oscuros encontrándose con los de él.

—¿Qué pasa?

Nathaniel dudó. Su corazón latía con fuerza, una mezcla de nerviosismo y un deseo incontrolable. Podía decirle la verdad, que lo único que sentía por ella era un amor que lo consumía, pero también podía aprovecharse del vacío en su memoria, plantar una mentira que la acercara más a él y lo alejara de Marc.

—Hay algo que necesitas saber —dijo, su voz apenas un susurro.

Elena lo miró, intrigada.

—Dime.

Nathaniel tragó saliva, las palabras luchando por salir. La tentación era tan grande, pero también lo era la culpa que sabía que lo consumiría después.

—Nosotros… —comenzó, pero de nuevo, se detuvo. El rostro de Elena reflejaba una mezcla de curiosidad y confianza, y eso lo desarmó por completo. No podía hacerlo. No podía romper esa frágil confianza con una mentira.

—Olvídalo —dijo finalmente, apartando la mirada—. No importa.

Elena frunció el ceño, confundida.

—Nathaniel, si hay algo que debo saber, quiero que me lo digas.

Él la miró una vez más, pero esta vez con una sonrisa débil.

—Solo quería decirte que, pase lo que pase, siempre estaré aquí para ti.

Elena lo observó en silencio, tratando de descifrar las palabras que no se atrevían a salir.

Nathaniel giró sobre sus talones y salió de la habitación, dejando a Elena sola con un mar de preguntas.

Mientras tanto, en la casa de Samuel, Marc y Dante lo observaban con atención mientras él, con un cigarrillo en la mano temblorosa, dibujaba un mapa rudimentario en la mesa.

—Esto es todo lo que sé sobre el lugar donde el Presagio guarda sus secretos —dijo Samuel con voz tensa—. Pero les advierto, ir allí puede ser su sentencia de muerte.

Marc lo miró fijamente, con una mezcla de desconfianza y determinación.




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