La madrugada en Isla Noctis era un susurro inquietante. Las olas rompían contra las rocas con un ritmo hipnótico, como si quisieran ocultar las conspiraciones que se cocían bajo su superficie. En la casa de Anny, un silencio cargado de tensión flotaba entre los presentes. Marc y Dante aún no habían regresado, y la inquietud comenzaba a filtrarse como un veneno invisible.
Elena estaba en la misma mesa donde había estado horas atrás, sus dedos tamborileando sobre las notas que intentaba descifrar. Pero ahora, algo había cambiado. Su mente estaba activa, casi como si una pieza de un rompecabezas perdido intentara encajar en su lugar. Un destello, una sensación… un recuerdo difuso.
Nathaniel, apoyado contra una pared, la observaba desde lejos, su rostro en sombras. Había intentado distraerse leyendo, pero cada vez que sus ojos recorrían las páginas, sus pensamientos volvían a Elena y a lo que casi le había dicho. ¿Había tomado la decisión correcta al callar?
—Nathaniel —dijo Elena, rompiendo el silencio de forma inesperada.
Él se tensó y luego alzó la mirada hacia ella.
—¿Sí?
Elena dudó un momento antes de hablar, como si las palabras estuvieran atrapadas entre su memoria y su voz.
—Creo que… estoy recordando algo —confesó.
Nathaniel se acercó, su corazón acelerándose de forma involuntaria.
—¿Qué recuerdas?
Ella negó con la cabeza, frustrada.
—No estoy segura. Es más una sensación que un recuerdo. Es como si… alguien estuviera cerca de mí, pero no puedo ver su rostro. Solo sé que confiaba en esa persona.
El tono en su voz era tan vulnerable que Nathaniel sintió un nudo en el estómago. ¿Era él esa persona? ¿O era Marc? La incertidumbre era insoportable.
—Tómate tu tiempo —respondió con suavidad, tratando de ocultar su agitación—. A veces los recuerdos llegan en oleadas.
Elena lo miró con una intensidad que lo desarmó.
—¿Tú me conocías bien antes de todo esto, verdad?
Nathaniel asintió, tragando saliva.
—Sí. Éramos… cercanos.
Elena inclinó la cabeza, como si intentara buscar algo en su expresión.
—¿Y Marc? —preguntó de repente, como si la pregunta hubiese salido de sus labios sin permiso.
Nathaniel sintió una punzada en el pecho. Podía mentir ahora, podría apartar a Marc de su mente con una simple frase, pero la imagen de Elena confiando en él se interpuso.
—Marc también era importante para ti —admitió finalmente, aunque las palabras le costaron más de lo que habría esperado.
Elena apartó la mirada, pensativa.
—Hay algo en él… algo que me hace sentir segura, pero al mismo tiempo, siento que estoy olvidando algo importante.
Nathaniel no respondió. ¿Qué podía decir? Cada palabra que saliera de su boca sería una oportunidad perdida o un paso hacia un abismo del que no podría regresar.
Antes de que pudiera contestar, un ruido afuera los interrumpió. Ambos se giraron hacia la ventana.
—¿Qué fue eso? —preguntó Elena, poniéndose de pie.
Nathaniel se tensó, su mano yendo instintivamente al arma que llevaba en la cintura.
—Quédate aquí.
—Ni lo sueñes —replicó ella, tomando un cuchillo que estaba sobre la mesa.
Nathaniel quiso discutir, pero sabía que sería inútil. Elena no era del tipo que se quedaba esperando.
Ambos salieron con cuidado hacia el exterior. La noche parecía más oscura de lo habitual, como si algo invisible estuviera observándolos desde las sombras.
—Nathaniel… —murmuró Elena de repente, su voz cargada de inquietud.
—¿Qué pasa? —preguntó, girándose hacia ella.
Ella se detuvo, su rostro palideciendo.
—Creo que recuerdo algo más.
Él frunció el ceño, acercándose.
—¿Qué es?
Elena lo miró directamente a los ojos, su voz apenas un susurro.
—El Presagio. Vi su rostro.
Nathaniel sintió que el aire se le escapaba de los pulmones.
—¿Qué? ¿Cómo es posible?
—No lo sé —admitió ella, su voz temblando—. Es borroso, pero estoy segura de que lo vi. Había algo en su rostro, algo… extraño.
Antes de que pudieran procesar lo que ella había dicho, un estruendo los sobresaltó. Desde el bosque cercano, un destello iluminó la oscuridad, seguido por un grito.
—Marc —dijo Elena de inmediato, sus ojos abriéndose de par en par.
Sin pensarlo dos veces, corrió hacia el origen del ruido, dejando a Nathaniel maldiciendo mientras la seguía.
Cuando llegaron al claro, encontraron a Marc y Dante enfrentándose a Samuel, quien sostenía un cuchillo en una mano y una expresión de furia en el rostro.
—¡Basta! —gritó Nathaniel, apuntando su arma hacia Samuel.
—No entienden nada —dijo Samuel, su voz cargada de desesperación—. Si lo enfrentan, todos morirán. Él lo sabe todo. Él ya ha ganado.
Marc intentó acercarse, pero Samuel retrocedió, moviendo el cuchillo en un arco amenazante.
—No nos importa lo que creas —dijo Marc, su voz firme—. Vamos a detenerlo, cueste lo que cueste.
Elena observaba la escena en silencio, pero algo en las palabras de Samuel resonó en su mente.
“Él lo sabe todo.”
De repente, un nuevo recuerdo cruzó por su mente como un relámpago. Un lugar oscuro, un susurro frío y unas palabras que ahora parecían tener un nuevo significado:
“Todo es parte del juego, y tú eres la clave.”
Elena jadeó, llevándose una mano a la cabeza.
—¿Elena? —preguntó Nathaniel, girándose hacia ella con preocupación.
—Lo recuerdo… —murmuró ella—. Sé dónde está.
Todos la miraron, perplejos.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó Marc.
Elena levantó la mirada, su rostro iluminado por una determinación renovada.
—Sé dónde encontrar al Presagio.
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Editado: 09.02.2025