La luna se alzaba sobre Isla Noctis, proyectando sombras alargadas entre los árboles retorcidos. El camino hacia la costa norte era angosto y traicionero, pero no había tiempo para vacilaciones. El refugio de cazadores los esperaba, y con él, el final del juego que el Presagio había tejido a su alrededor.
Marc conducía en silencio, su mandíbula tensa. Sabía que estaban entrando en una trampa. La forma en que Samuel había cedido la información era demasiado fácil, demasiado teatral. Pero no tenían otra opción.
A su lado, Elena mantenía la vista fija en la carretera, su mente repasando los fragmentos de recuerdos que aún se deslizaban como piezas inconexas. Había estado en ese lugar. Lo sabía. Pero lo que había sucedido ahí seguía envuelto en un velo impenetrable.
Nathaniel, en el asiento trasero, no apartaba la mirada de la carretera. Él también tenía sus propias razones para estar allí.
Dante rompió el silencio desde la parte trasera del vehículo.
—Deberíamos tener un plan. No podemos simplemente entrar y esperar que él esté sentado en una silla esperando nuestra llegada.
Marc asintió sin apartar la vista del camino.
—Nos dividiremos en dos equipos. Elena y yo entraremos primero. Nathaniel y tú cubrirán la entrada.
Nathaniel no dijo nada, pero su agarre en el arma se endureció.
No planeaba quedarse afuera mucho tiempo.
El refugio de cazadores apareció entre los árboles: una estructura de madera vieja, con ventanas cubiertas por tablones y un techo inclinado. Parecía abandonado, pero todos sabían que no lo estaba.
Marc apagó el motor y bajó en silencio, seguido por los demás. El aire estaba cargado de algo denso, algo que ponía los nervios de punta.
—¿Lista? —le susurró a Elena.
Ella asintió, aunque sus manos temblaban ligeramente.
Entraron.
El crujido del suelo bajo sus pies resonó como un disparo en la quietud.
Marc avanzó primero, con el arma en alto. La cabaña estaba sumida en sombras, con el aire viciado por el olor a madera húmeda y algo más… algo metálico.
Sangre.
Elena lo sintió antes de verlo.
—Aquí hay algo mal —murmuró.
Marc siguió avanzando hasta llegar a una habitación al fondo. La puerta estaba entreabierta. Dentro, una vela parpadeaba, proyectando figuras retorcidas en las paredes. Y en el centro de la habitación…
Un cuerpo.
Elena contuvo un grito.
Marc se acercó con cautela. El hombre estaba muerto, su rostro congelado en una expresión de horror absoluto. Sus manos aún estaban crispadas sobre su garganta, como si hubiera intentado arrancarse algo de la piel antes de morir.
—Dante, Nathaniel, entren.
Los dos llegaron segundos después. Nathaniel se detuvo al ver el cadáver, su expresión impasible.
—Lo estaban esperando —susurró Dante, mirando alrededor—. Pero él no era el objetivo.
Marc sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Quién era?
Nathaniel se inclinó sobre el cadáver y lo examinó. Había algo escrito en su brazo, tallado en la piel con un cuchillo.
“La caza ha comenzado.”
Elena se sintió mareada.
—No… no entiendo.
Dante se giró hacia Marc.
—No está aquí, ¿verdad? El Presagio nos hizo venir, pero nunca planeó encontrarse con nosotros.
Marc apretó los dientes.
—No. Pero esto es un mensaje.
Nathaniel se enderezó lentamente. Sus ojos estaban fríos, su mente procesando algo que no compartió con los demás.
—Esto no ha terminado.
Y en lo profundo del bosque, lejos de la cabaña, alguien los observaba.
Esperando.
La verdadera caza apenas comenzaba.
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Editado: 09.02.2025