Isla Noctis: Parte I

21. La Presa Eres Tú

El silencio dentro de la cabaña se volvió opresivo. El cadáver aún estaba allí, su piel marcada con el mensaje perturbador: “La caza ha comenzado.”

Elena sintió el peso de la revelación apretándole el pecho. No era solo una advertencia. Era una sentencia.

—Tenemos que irnos —susurró Dante, su mirada fija en la herida tallada en la carne.

Marc no se movió.

—Si nos vamos ahora, solo seguiremos su juego —respondió, sus dedos crispados en la pistola—. Quiere que corramos, que miremos a nuestras espaldas cada segundo.

Nathaniel avanzó hacia la puerta y miró hacia la espesura del bosque. Su mano descansó en el marco de la cabaña, pensativo.

—No estamos solos.

Todos se tensaron.

—¿Lo viste? —preguntó Elena, su voz apenas un murmullo.

Nathaniel negó lentamente con la cabeza.

—No. Pero lo siento.

Elena tragó en seco.

Samuel, que había permanecido callado hasta ahora, dio un paso adelante con una expresión sombría.

—Él siempre observa. Siempre.

Marc lo miró con dureza.

—¿Dónde está? ¿Dónde se esconde realmente?

Samuel rió, pero no había humor en el sonido.

—Si les dijera, no me creerían.

—Inténtalo —insistió Nathaniel, su voz más fría de lo habitual.

Samuel desvió la mirada.

—No se esconde. Se mueve entre las sombras. No pueden atraparlo porque él es el cazador, y ustedes… ustedes solo son la presa.

Dante exhaló con frustración.

—Es un maldito psicópata con complejo de dios. Pero nadie es intocable.

Samuel sonrió de lado.

—Eso creen.

Elena sintió un escalofrío. Algo en la forma en que Samuel hablaba… como si supiera más de lo que decía.

—Samuel —susurró—, tú lo has visto. No cuando te capturó. Lo has visto fuera de la oscuridad. ¿Dónde?

Samuel bajó la mirada.

—Él no necesita esconderse en un solo lugar —susurró—. Porque la isla es suya.

El silencio que siguió fue aún más pesado.

Marc miró a los demás.

—Nos vamos.

Nathaniel frunció el ceño.

—¿A dónde?

Marc guardó su arma.

—A la única persona que podría decirnos si lo que dice Samuel es cierto.

Dante parpadeó.

—¿Quién?

Marc lo miró fijamente.

—Anny.

El nombre cayó como un golpe seco.

El trayecto de regreso fue rápido, pero cada segundo pareció alargarse en un estado de paranoia creciente. La cabaña, el mensaje, el cadáver… todo formaba parte de un rompecabezas cuyo centro aún no entendían.

Elena miraba por la ventana del auto mientras avanzaban por la carretera oscura. Había algo más en su mente, algo que no lograba recordar con claridad. Como si su subconsciente tratara de advertirle algo.

Cuando llegaron al apartamento de Anny, Dante fue el primero en bajar del auto. Tocó la puerta con impaciencia.

—Anny, somos nosotros. Abre.

Silencio.

Marc se adelantó y golpeó con más fuerza.

—Anny.

Nada.

Elena intercambió una mirada inquieta con Nathaniel antes de probar el picaporte. Estaba abierto.

Se miraron entre sí antes de entrar con cautela.

El interior del apartamento estaba en penumbras, con las cortinas cerradas y un aire denso, como si alguien hubiera estado encerrado ahí por días.

Marc avanzó primero, con el arma lista.

—Anny, ¿estás aquí?

Un sonido proveniente de la habitación del fondo hizo que todos se tensaran.

Dante se movió rápidamente hacia la puerta, pero antes de que pudiera abrirla, esta se abrió sola.

Anny estaba ahí, con el rostro pálido y los ojos enrojecidos.

—No debieron venir.

Elena frunció el ceño.

—Anny, ¿qué pasa?

La periodista miró detrás de ellos, como asegurándose de que nadie más los hubiera seguido.

—Él ya sabe que están aquí.

Dante se acercó, pero ella se apartó.

—Anny… ¿qué hiciste? —preguntó con suavidad.

Las lágrimas se acumularon en los ojos de la mujer.

Nada. Pero él me llamó.

Marc sintió que el frío se extendía por su columna vertebral.

—¿Cuándo?

Anny cerró los ojos.

—Hace unos minutos.

El silencio fue casi ensordecedor.

Nathaniel fue el primero en reaccionar.

Tenemos que salir de aquí. Ahora.

Pero antes de que pudieran moverse, el teléfono de Anny sonó.

Todos se quedaron inmóviles.

Anny miró el dispositivo con terror.

—No… no quiero contestar.

Elena se acercó lentamente.

—No tienes que hacerlo.

Pero el sonido continuó.

Marc tomó el teléfono con cuidado. Miró la pantalla. Número desconocido.

Tomó aire y respondió.

Silencio.

Y luego…

—Hola, Marc.

La voz.

Fría. Calculadora. Familiar.

Marc sintió que el mundo se cerraba a su alrededor.

El Presagio.

Los demás lo miraban expectantes, pero él no podía apartar el teléfono de su oído.

¿No vas a decir nada? —continuó la voz con un deje de diversión—. Me decepcionas.

Marc apretó la mandíbula.

—Si querías hablar conmigo, podrías haberlo hecho sin matar a alguien.

Una leve risa.

—Oh, Marc. Siempre buscando lógica en el caos.

Marc cerró los ojos con frustración.

¿Qué quieres?

Hubo una pausa. Luego, la voz bajó a un tono casi susurrante.

—Quiero verte correr.

Elena lo vio tensarse.

—Marc, ¿qué está diciendo?

El Presagio continuó:

—La caza apenas comienza, detective. Pero esta vez… no estarás cazándome a mí.

Marc sintió su sangre volverse hielo.

—¿A quién, entonces?

La respuesta llegó con la misma frialdad.




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