Ale
—No te me acerques —gritó interponiendo el filo de su arma, provocando que me detuviera en seco —. Ella me obliga. Yo no quiero lastimarlas —sollozó.
—No tienes por qué hacerlo —respondí a sus extrañas palabras.
Alcancé a dar un par de pasos hacia adelante, antes de que me atacará con su arma de la misma forma que lo hizo con Ara; solo que yo recibí el corte en mi hombro.
—¡Te dije que no te acercaras! —bramó sacudiendo sus kusarigama un par de veces al aire —. Ustedes son las culpables. ¡Ustedes no merecen estar aquí! Por su culpa Caro, Caro…
—Lucy.
Oí susurrar a Ara. Estábamos impactadas, pues no podíamos creer que lo que nuestra pequeña hermana, se encontraba haciendo. Tengo que hacer algo.
¡Maldición! No puedo permitir que Lucy enloquezca también y se largué. Ella no, mucho menos con esas heridas que ella misma se provocó.
¿Qué puedo hacer? Si me acercó, me atacará con esa filosa cuchilla. Tengo miedo, pero ¡No voy a quedarme de brazos cruzados!
Caro no está aquí para solucionar el problema, así que tendré que hacerlo por mi propia cuenta. Armándome de valor active mi sexto sentido, mientras me acercaba poco a poco.
—Alto —ordenó, ignorándola por completo —. ¡Te lo advierto, Ale! ¡Aléjate!
Sin darme cuenta me atacó, pero la esquive dando un paso veloz hacia delante. Golpeé su muñeca, haciendo que tirara su arma.
Se disponía a sacar su otro nunchakus, adueñándome antes de que lo pudiera sacar; lanzándoselo a Ara; quién apenas lo sujeto, quedándose estupefacta al darse cuenta de que le di un puñetazo a Lucy.
Ella, de repente, miró a la nada, así que la tomé de los hombros para sacudirla de manera frenética; como intentando sacarla de un mal sueño.
—Lucy, reacciona —le grité liberando toda la preocupación y temor que sentía —. Esta no eres tú. Vuelve en ti.
Luego de esto, pestañeo varias veces antes de que regresará en sus ojos, aquel brillo de bebé que la caracterizaba. Respirando agitada, observaba a todos los lados; dándose cuenta apenas de dónde se encontraba. Me sentí aliviada sin bajar la guardia, aún.
—¿Ale? —cuestionó confundida.
De aquellos celestes orbes, empezaron a salir lágrimas. Me abrazó al instante, hundiendo su cabeza en mi pecho; mientras lloraba como si no hubiera un mañana.
—Tuve una pesadilla horrible y tenía mucho miedo. Quería despertar, pero no podía ¡No podía!
—Calma Lucy. Ya todo ha pasado.
Le susurré mientras la consolaba. Correspondí a su cálido abrazo, siento que temblaba de forma desenfrenada. De reojo volteé con Ara y el asintió, dirigiéndose a su laboratorio. De seguro Ara. preparará las cosas que necesita para curar las diversas heridas de Lucy.
Ara
Pasó un buen rato hasta que mi hermanita se calmará, y nos explicará lo que le ocurrió cuando estaba escondida. Mientras le curaba y vendada sus heridas que se hizo ella misma, aunque ella no recordaba haberlo hecho.
Nos contó que estaba en su escondite secreto, cuando de repente le dio sueño y se durmió; soñando con Caro vestida con capa negra, y en donde sus ojos eran de color rojo escarlata.
Esta le había ordenado destruirnos, pero como Lucy no quería hacerlo; entonces Caro comenzó a amenazarla con que nos atacaría. Mencionó también que se sentía entre despierta y dormida, como que estaba en la realidad y no podía escapar del sueño; donde algo en su interior la controlaba.
—¿Y por qué te dijo todo esto? ¿Le hiciste algo? —preguntó Ale con los brazos cruzados y con una venda en su hombro izquierdo.
—Además, de ya saben que, nada.
—¿Ya saben qué? ¿Se refiere a la discusión con Caro?
Miré a Ale para comprobar mi pregunta y sus ojos serios en mí, me lo confirmaron.
—Me recordó todo lo que pasó esa noche, desde el comienzo hasta el fin —. Se llevó una mano al rostro y prosiguió —. Realmente estoy muy arrepentida por lo que hice, pero no sé cómo disculparme con ella. Estaba muy destrozada por lo que le dijimos, comenzando a llorar.
Ante lo último dicho, me sorprendí; pero no menos que Ale, ya que ella se quedó boquiabierto; dejando caer un poco sus brazos.
—Caro quería que el dolor que sentía se fuera a través de sus lágrimas, pero comenzaban a dejarle un hueco —guardó un momento y suspiró —. Entonces decidió llenar ese vacío con odio y venganza.
Cuando tragó saliva, sentí un escalofrío recorrer por todo mi cuerpo.
—¡Esa no puede ser Caro! —bramó Ale, asustándonos a Lucy y a mi —. Caro jamás diría esas cosas. Ella… No podía ser la verdadera Caro.
—Vaya, hablas como si la conocieras muy bien —contesté molesta y sarcástica —. ¿Cuándo te tomaste la molestia de ver cómo es y qué es lo que siente? ¿Alguna vez te ha importado lo que ella piense?
—¡He pasado más tiempo con ella que tú, Ara! —repuso con ira —. ¡No hagas comentarios estúpidos! Están fuera de lugar.
—¡No lo son, Ale! —me levanté de golpe y la encaré —. Tu nunca te preocupas por Caro y ahora que no está, hablas como si hubieses sido la mejor hermana. ¡Todo esto comenzó desde la noche de esa maldita discusión! ¿Y adivina quién fue la miserable que empezó todo esto?
Ale reaccionó como si le hubiera llegado un golpe a la cara, pero de inmediato frunció el ceño.
—¿Y adivina quienes fueron las idiotas que decidieron seguirme por su propia cuenta, burlándose de ella?
Ahora fui yo quien recibió aquel golpe invisible en mi cara.
—¡Ya basta! —nos interrumpió Lucy cubriéndose los oídos y llorando otra vez —. Ya no quiero más peleas, por favor. Basta. Ya tuve suficiente.
Ale y yo cruzamos miradas y luego corrimos la mirada arrepentidas. ¡Arrepentidas por haber discutido frente a Lucy! Porque nuestra rabia mutua seguía presente.
Ojalá Caro estuviera aquí y no ella.
Hoy también nos saltamos el patrullaje nocturno, así que nos fuimos temprano a nuestras habitaciones. Aún no escuchaba el clic de la lámpara de Lucy, indicando que ya la había apagado.