Caro
—Tal vez las cosas hubieran sido mucho mejor así —prosiguió —. Tu si supieras que hacer, mientras que yo finalmente me haya podido olvidar de esa fatídica noche en la que discutimos. Todo ha sido mi culpa, hermana.
A pesar de haber oído a las otras humanas llamarme así, la palabra hermana volvió hacer eco en mi cabeza, mientras me preguntaba ¿De qué discusión me hablaba? Y ¿De qué noche?
Grité de manera inevitable al sentir un punzante dolor en mi cabeza.
—Eres una cobarde, Caro.
Oí aquel grito en mi mente, con la misma voz de Alejandra.
—Mírenme, soy la hija favorita de mi maestra, y la torpe de líder de mis hermanas.
La siguió otra voz. Creo que la de Lucero.
—Ustedes por el frente y yo por detrás.
Se burló la otra de mí. ¿Araceli?
Y enseguida risas sarcásticas, mezcladas entre las tres; resonaron insistente e insoportablemente dentro de mi cabeza.
—Ya basta. ¡Basta! Paren de una vez. ¡No quiero oírlas! No quiero recordarlas.
Abrí los ojos y bajé las manos de mi cabeza para ver mis palmas, temblorosa. Así que era eso, eso es lo que no quería recordar y es la causa de mi melancolía. Ya me acuerdo, esa noche, aquella disputa y la humillación que recibí. Lo recuerdo todo. Apreté mis puños y miré a Alejandra con el ceño fruncido.
—Fuiste tú.
Apele con la voz quebrada. Mi cuerpo temblaba por la furia que crecía poco a poco en mi interior, aunque no por eso pude evitar salieran lágrimas de mis ojos.
—Fueron ustedes las que me hicieron sentir tan miserable.
—Caro, yo…
—¡Cállate! —bramé interrumpiéndola —. No quiero oírte. ¡Todas son unas malditas! ¿Por qué tuvieron que humillarme así? Yo solo quería protegerlas y ¡Mira lo que pasó!
Ale se quedó sin habla, cabizbaja y muy apenada, pero mi ira no disminuía y mi tristeza aumentaba junto con las lágrimas.
—Mi único propósito en la vida ¡Siempre fue cuidar de ustedes! —proseguí —. Pero no entiendo ni tampoco recuerdo ¿Por qué? Dime ¿Qué fue lo que hice mal? ¿Qué fue lo que hice para que me tratarán de esa forma?
Iba a abrir la boca, pero decidió no dejar salir nada de ahí; lo cual me impacientó.
—¡Contéstame! —estallé sin dejar de temblar y de apretar mis puños.
—Perdóname —comentó, tomándome por sorpresa —. No hubo una razón. Solo me molestó que nos sermonearas otra vez, por haber dejado huir a los Twilight. Es todo.
—¡¿Es todo?! —repetí acercándome a ella —. ¡¿Es todo?! —confirmé —. ¿Solo por eso me hicieron esto?
Su silencio fue su respuesta, suspirando. Solo me quedé viéndola con desaprobación, sin saber cómo detener mis lágrimas ni mi tristeza mezclada con enojo.
Aunque no recuerde nada todavía de mi pasado, estoy segura de que no hubo nada peor que esto. Al solo pensar que perdí mi memoria por una estupidez ¡Una grandísima estupidez!
—Eres una —murmuré cargando mis puños con toda la frustración que sentía —. ¡Miserable!
La golpeé directo a la cara, haciendo que cayera al suelo y soltará mis katanas.
—¡Te odio! ¡No sabes cuánto te detesto! —vocifere.
Me vi en la necesidad de acabarla aquí mismo, pero ni siquiera podía moverme. Tenía tanto que pensar aún, tanto que procesar, tanta pena que superar.
Antes de que Alejandra se repusiera del golpe que le di, recogí mis katanas a toda prisa y salí corriendo del lugar. Me marché de los túneles del tren ligero, dirigiéndome sin rumbo fijo a cualquier parte; sobre las azoteas.
Más adelante me detuve en una, la cual me resultó desagradablemente familiar, cayendo rendida de rodillas; para golpear lo que se presentará frente a mí, incluyendo el suelo mismo. Ahora comprendía porque tenía tanto miedo de recordar, sabiendo esto, ya no me queda honor, no me queda autoridad, no me queda nada.
Tanto que deseé saber que ocurrió, y ahora lo único que deseo es poder olvidar, pero ya no se puede. Solo me resta esperar que mis lágrimas se lleven este sufrimiento que tenía en mi corazón roto.
Ara
Comencé a sentirme mucho mejor, gracias a las vendas y hierbas medicinales que Ale consiguió para mí y Lucy. Ambas estábamos cansadas por lo que nos pasó, y un poco mareadas por la cantidad de sangre pérdida.
Lucy tenía mucho sueño, se le notaba de lejos, pero temía quedarse dormida a pesar de que sabía que con la luz del laboratorio no habrá ningún problema.
Aunque no podía juzgarla, yo también estaba asustada por eso. No quiero volver a lastimar a nadie como una demente. En eso, entró Ale al laboratorio.
Sonreí mientras suspiraba aliviada, ya que se había tardado mucho tiempo para ir a tomar un vaso de agua; como nos había dicho. Pero ¿Qué le pasa? Notó algo raro en ella.
Borré la sonrisa de mi rostro, mirando con extrañeza; mientras se sentaba a mi lado, cabizbaja y absorta. Pude notar que traía la mejilla enrojecida, como si algo o alguien la hubiera golpeado.
Tragué saliva nerviosa al pensar que ocurrió algo más, mientras que Lucy y yo estábamos aquí; y la sola idea de imaginar que Carolina vino hasta aquí, llegando a pelear con Ale otra vez; me recorría un escalofrío por mi espalda.
¿Qué fue lo que sucedió aquí? Iba a abrir la boca para averiguarlo, pero alguien me robó las palabras antes.
—Fue ella ¿Verdad? —cuestionó Lucy, tomándome a mí y a Ale por sorpresa; mirándola ambas al mismo tiempo.
—Es que te ves triste —agregó esto con timidez.
Observé a Ale esperando a que contestará, lo cual le tomó varios segundos pensarlo. Era obvio que su respuesta se trataba de un sí.
—No.
Lucy y yo no supimos si alegrarnos o no, ya que esa negación sonó a más como una mentira. Pero ¿Por qué trata de ocultárnoslo? ¿Qué sacaría con mentirnos? ¿Acaso no quiere que pensemos mal de Caro?
—Entonces —prosiguió Lucy —. ¿Quién te hizo eso? —apuntó a la mejilla roja.
—Me golpeé con la puerta —respondió tapándose ese lugar con las manos.