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14. Intrusos

Ale

Fruncí el ceño mientras corría, pensé en lo feliz que me había hecho poder reconciliarme con Ara y escuchar a Lucy decir por primera vez palabras maduras y vivaces.

Me hubiera gustado contarles lo que tenía planeado hacer, pero si lo hubiese hecho; ellas me estuvieran insistiendo en detenerme, o tal vez acompañarme.

Era mejor hacer esto sola. Más te vale estar lista, porque allá voy, Caro.

Caro

Luego de quedarme en silencio, viendo el techo de mi cuarto por no sé cuánto tiempo; me senté ahí en la cama de golpe y mientras me rascaba la cabeza de manera insistente, gruñía.

Por más que lo pensará, no había motivo ni razones. No podía encontrar una respuesta concreta en mi cabeza, para lo que mis supuestas hermanas me habían hecho.

Lo que realmente me duele, es que hayan sido ellas las que pisotearon mi orgullo. Si esas mismas palabras me lo hubiera dicho cualquier otro, estoy segura de que no me afectarían tanto.

Pero aun así ¿Qué es lo que me impide odiarlas? Esta más que claro que sigo enfadada. Sin embargo, no puedo sembrar el rencor necesario en mi corazón, como para despertarme el deseo de exterminarlas.

Una gran parte de mí no quiere hacerles daño, y la otra me está obligando a qué sí. Y obligar no es lo mismo que querer. Realmente no sé qué decidir. ¡Todo esto me está volviendo loca!

—Tengo que recordar.

Murmuré a nadie en particular. Me encontraba sola aquí en mi cuarto de la guarida de mi maestro Cazador, lugar al que creo que pertenezco.

—Dudo que sea necesario.

Me sobresalté al oír que alguien respondió a mi monólogo, obligándome a levantar la cabeza para verlo.

—Maestro.

Comenté sorprendida, ya que venir a verme o hablar conmigo; no era precisamente una de las cosas que hacía Cazador. Iba a cuestionar que hacía aquí, pero decidí hacerle otra pregunta.

—¿Estás seguro que no lo necesito?

Hubo un silencio sepulcral, mientras me observaba fijamente. Hace tres días, cuando le conté acerca de mis sospechas sobre que conocía a las humanas, se volvió más estricto, pero extrañamente más cariñoso. Caminó hasta el centro de la habitación, mirándome de reojo como si fuera inferior a él.

—¿De qué te servirá? —intrigó —. ¿Acaso quieres acordarte de todos los momentos que pasaste con esas humanas? ¿Aquellos momentos que tú creías inolvidables y alegres? ¿Para qué? ¿Solo para desilusionarte con la cruda realidad de que ellas fingían ser como tus hermanas y no te amaba?

Enfatizó el no, como si quisiera que se me metiera en la cabeza de un martillazo.

—Créeme que no vale la pena, Carolina. Olvídate del pasado, olvídate de ellas. Mira tú presente, y tú futuro, que somos nosotros; tu verdadera familia y la gente que jamás te dará la espalda o te traicionará. Aquí estas a salvo.

Extendió sus brazos, como si esperara a que correspondiera un abrazo. Me quedé asombrado por eso.

Sin embargo, no vacilé mucho antes de levantarme y caminar hacia él. De verdad necesitaba el afecto y cálido abrazo de alguien, así como me los daba esa persona.

Un momento ¿Esa persona? ¿De quién estoy hablando? Lo dije de la nada, sin pensar ese alguien ¿Quién?

Detuve mi paso, justo cuando iba a llegar con Cazador, y en vez de llevar mis brazos hacia él; los llevé a mi cabeza para tratar de amortiguar el dolor, presionando sobre ella.

No ¡No otra vez! No de nuevo esas imágenes confusas, de esas humanas. Pero, espera ¿Quién es esa mujer pálida con un vestuario de una noble de la antigua Transilvania que nos acompaña?

¿Por qué nos estamos abrazando? Y esa sonrisa tan llena de confianza y cariño. ¿Ella es mi maestra, Miwa? ¿Maestra Miwa?

Caí de rodillas al suelo, al sentir un pinchazo más agudo que el anterior en el interior de mi cabeza. Literalmente sentía que me estaban arrancando el cerebro.

Estuve a punto de golpearme con un objeto contundente, no obstante, el dolor disminuyó de manera repentina. Respiré agitada, a la vez que la imagen de esa buena mujer; al fin dejaba de molestarme.

¿Qué diablos fue todo eso? ¿Ella era la maestra Miwa de la que hablaban las humanas? Creí que era un invento de ellas para persuadirme, pero era verdad.

¡Realmente existía una sensei! ¿Por qué nadie me habló de ella? Unos pasos alejándose de mí, me sacaron de mis pensamientos. Abrí los ojos, viendo que Cazador se iba.

—Maestro —lo llamé mientras me levantaba —. Lo lamento. Es que a veces siento como si me oprimieran el cerebro y el dolor es tanto, que no puedo evitarlo.

—¿Has recordado algo? —curioseo directo al punto, ignorando todo lo demás.

—Bueno.

Dude si contarle o no, ya que debió existir una razón por la cual él ni sus secuaces quisieron hablarme de una tal Miwa.

—Solo fueron imágenes confusas —mentí, pero no del todo.

—Bien —añadió fríamente —. Mientras no vuelva a suceder, estará todo bien. Trata de que eso no vuelva a pasarte, Carolina. Es malo para ti.

—Está bien.

Un segundo ¿No debería decirle hai sensei? No, no, en primer lugar ¿Por qué lo haría? Estoy empezando a pensar en tonterías. ¿Qué pasa conmigo?

—Por cierto, maestro —agregué antes de que se marchara —. ¿Ya no va a abrazarme?

No sé cómo se me ocurrió hacer esa pregunta, pero realmente lo quería; lo necesitaba. Quería sentir los brazos protectores de alguien y no de cualquiera.

—¿Qué ridiculeces estás diciendo?

Me observó con sequedad, haciéndome tragar saliva y sentirme diminuta, muy diminuta.

—Mejor concéntrate en lo que debes hacer.

Salió de mi habitación y se fue dando un portazo, tanto a la puerta como a mí corazón. Me quedé paralizada por unos instantes, antes de abrazarme; cerrando los ojos y recordar una vez más como esa mujer me envolvía cariñosamente sus brazos.

Cuan protegida me sentía. Solté un suspiro pesaroso, caminando a la puerta para abrirla otra vez y asomarme por los pasillos. No había nadie, excepto la musculosa silueta de Moon; que dobló justo por otro pasillo.



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En el texto hay: terror, pesadillas, intrigas

Editado: 21.03.2024

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