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Ben y Beverly se (c) asan
“Casa nueva, vida nueva” pensó Ben Hanscom. Aún recordaba el día de la mudanza, el ir y venir de los trabajadores apilando cajas, acomodando muebles y solicitando orientación: “¿Dónde quiere que lo deje?” “¿Aquí? ¡Muy bien!” Ahora, sentado en su despacho y revisando su e-mail se sintió a gusto. A gusto por los logros conseguidos, los días de paz junto a Beverly y su prominente vientre de embarazada. Le reconfortaba saber que su querida dormía plácidamente en el piso de arriba, disfrutando de su licencia por maternidad. Con la mata de pelo color caoba, desparramada por toda la cama.
Los Hanscom (como eran llamados en el vecindario) eran una familia próspera. Ben seguía siendo una luminaria como arquitecto y Beverly trabajaba en sus diseños en revistas y publicaciones exitosas. La casa en la que vivían no sólo era nueva, era una de las más costosas. La casa de los Hanscom, era la casa. ¿Qué más podían pedir? Para los ojos ajenos, lo tenían todo.
Pero… ¿En realidad era así?
Si. ¡Claro que sí!
Aquella mañana Ben se había dado el lujo de presentarse tarde al trabajo. Por puro gusto o quizá por pura trivialidad. Llevaba tiempo trabajando desde la comodidad de su hogar. Levantándose a las siete de la mañana por tres días a la semana. En un horario acotado, pero excelente. Del cuál no se desprendía a no ser que fuera por una excepción o una emergencia. El resto del día se lo pasaba en la cinta de correr o la bicicleta estática. Recordaba el peso que su cuerpo había albergado durante años y ese era un camino por el que no quería volver a transitar.
Cuando no estaban trabajando, los Hanscom se pasaban el día recorriendo locales de antigüedades. Casas de empeños, lugares dónde vendieran películas clásicas en VHS o series originales en DVD. Preferían hacer eso antes de que suscribirse a Netflix. Se consideraban de la vieja escuela, e ir al cine era una costumbre que les legarían a sus hijos y a sus nietos como si se tratara de una valiosa herencia.
Sí. ¿Qué más podían pedir?
Sin embargo aquella mañana Ben se levantó un tanto inquieto. El aire de la casa se sentía raro, como si flotara en el ambiente un dejo de estática. Además de eso, una ligera picazón en el vientre le había dado los buenos días a Ben cuando salió de la cama. La leve picazón se convirtió luego en ardor y se volvió cada vez molesta a medida que avanzaba la mañana. No pudo concentrarse en sus planos, por lo que tuvo que cortar el trabajo a mitad de jornada.
“Mejor despierto a Bev” pensó.
Faltaban escasos minutos para las once de la mañana y sintió deseos de preparar un desayuno tardío. Se sirvió una taza de café y pensó en eso varios segundos, sin dejar de rascarse el vientre. Esa molestia, era cada vez más (valga la redundancia) molesta. No pudo parar de rascarse, percibiendo a la vez los sonidos de la cocina y de la calle a lo lejos. La sensación de atmosfera electrificada tampoco se iba.
- Ben, cariño…-dijo una voz, remolona-
Una mujer joven, vestida con un delicado camisón se asomó por la entrada de la cocina. Ben la observó unos segundos y una oleada de amor lo invadió por completo. Muchas veces, al verla ir de acá para allá por la casa, se abalanzaba encima de ella y la estrechaba entre sus brazos. “¿Otra vez lo mismo?” replicaba ella, sarcástica. En esos momentos el efecto fue similar. Sin embargo el tono con que Beverly había hablado era otro. La luz de alarma se encendió dentro del cerebro de Ben.
- ¿Qué sucede?-dijo, acercándose a ella-
- Es… es el bebé-dijo-Se mueve demasiado. Y no sólo eso, mi vientre me está… matando.
A Ben se le encendieron dos enormes llamaradas dentro de los ojos. ¿Acaso…?
- ¿Quieres ver?- antes de que pudiera decir que no, ella levantó su camisón y dejó a la vista un enorme bulto embarazado. Liso y casi perfecto. Junto al ombligo podía verse una especie de grano. De desproporciones descomunales, a punto de reventar y con rastros de pus-
- ¿Te pica?-preguntó él-
- No sólo eso-dijo ella-Me arde, y al ardor se le suma la picazón. ¡Y pica! Tuve que cortarme las uñas o creí que se me saldría la piel…
- Hay que llamar a urgencias.
- ¿Por esto?-dijo Bev-Seguro que es una cosa de nada. Vamos, a lo mejor me vuelve al acné.
Editado: 24.05.2019