Italianamente Peligroso

1

Estaba muerta.
Amo mi trabajo, sí, pero hay días en los que me deja hecha polvo… y este había sido uno de esos. Todo gracias a los inconvenientes, los números traicioneros y, sobre todo, a personas desagradables como la estúpida de Emma, que tuvo la osadía de aparecer justo en medio de mi conferencia.

La muy fulana pasó toda la presentación hablando, moviendo la silla, tosiendo, respirando fuerte. Todo lo que hace alguien con ganas de joder.

—La perra mayor —dijo en un susurro cargado de veneno, mientras se acomodaba los mechones rubios—. Una perra insípida, que solo llama la atención cuando sostiene una calculadora. La arpía de los números. Estoy segura de que tú no calientas ni a un tonto adolescente.

Sus comentarios no me afectan, pero tampoco es como recibir flores. Su presencia me recordó que, según ella, yo tenía la culpa de su despido. Pobrecita.
¿Acaso yo la obligué a intentar seducir al jefe?
Se ofreció ella sola como sacrificio. Y le salió mal.

No tengo idea de qué “venganza” está planeando. Hace casi cuatro meses salió de la oficina gritando que me las iba a pagar… y aún no ha hecho nada. Supongo que tendré que esperar a ver con qué sale para poder reparar los daños, si es que algún día se atreve.

Decido expulsar esos pensamientos de mi mente. Estoy demasiado cansada para gastarle energía a su existencia.

El día había sido eterno, y mi jefe, el señor Bernardini… o como yo le llamo silenciosamente, el tedioso Bruno, estaba insoportable. Mi jornada se resumió en seguirlo por todo el congreso, haciéndole desde proyecciones financieras hasta prepararle café.
Hoy, por lo menos, hice diez tazas.
Diez.
Su humor solo se calmaba con cafeína, y yo ya me sentía como una barista con posgrado.

Mi único consuelo era el cuarto del hotel, que estaba a todo dar. Cuando mi tarjeta electrónica abrió la puerta 407, sentí que me devolvían el alma.

Entré.
Miré la cama con devoción.
Suspiré.

—Voy a caer en ti como una foca —le anuncié a la cama, ya desabrochándome los zapatos.

Dirigí mi cuerpo al baño y abrí la llave caliente de la bañera. Le eché al agua todas las esencias y jabones del hotel; necesitaba uno de esos baños que dejan a una casi como un recién nacido. Me despojé de la ropa y hundí mi cuerpo entumecido por el agotamiento en la espuma.

—Qué maravilla… —susurré, sintiendo que aquello rozaba lo religioso.

Ojalá pudiera tener una bañera así en casa. Era un deseo difícil de cumplir teniendo en cuenta que mi apartamento era una caja de fósforos: habitación, sala y cocina compartiendo el mismo metro cuadrado emocional. Lo único con verdadera privacidad era mi diminuto baño. Algún día tendría una casa con bañera; lo decretaba mientras flotaba en ese pequeño paraíso.

Cuando el agua empezó a enfriarse, supe que era momento de salir. Me envolví en una bata, recogí el desastre que había dejado en el baño y caminé directa hacia lo que me daría placer durante las próximas seis horas: dormir.

Mi jefe nunca me concedía ocho horas completas de descanso, pero al menos la paga era buena. Consolada por ese pensamiento, apagué todas las luces, dejé caer la bata y me metí en la cama desnuda. Adoraba la sensación de las sábanas frías contra mi piel. Sin pensarlo más, me dejé hundir en la inconsciencia.

¿Por qué tenía calor?
¿Por qué estaba temblando?
¿De dónde venía esa voz?
¿Quién me estaba hablando?

—Estoy aquí…

La voz resonó dentro de mi sueño, profunda, cercana, envolvente. Me moví inquieta. Un frío intenso recorrió mi cuerpo, seguido por unas palmas ardientes que se deslizaban por mis brazos. Un exquisito olor a menta flotaba en el aire, tan real que por un momento pensé que no estaba soñando.

Las manos que habían empezado en mis brazos se movieron con precisión, explorando cada punto cardinal de mi anatomía. Pronto sentí esa calidez por todas partes. Su tacto era suave, firme, exigente. Se me cortó el aliento. Algo pesado se apoyó sobre mí. Y, Dios… me encantó la tentación.

—Hueles delicioso.

Jamás había tenido un sueño así. Nunca lo había deseado siquiera. Si mi experiencia real había sido poco memorable, ¿qué más podía esperar de un sueño?
Y aun así, este era maravilloso. Delirante.

Me dejé envolver. Me entregué a este mar de sensaciones que me tomaba sin prisa pero sin piedad. Un aliento cálido bajó por mi garganta. Luego sentí besos recorrer toda la extensión de mi cuello. Después descendieron hacia mi clavícula. Y luego…

Luego estuvieron en uno de mis senos.

Una corriente eléctrica me atravesó entera.
Una sensación que jamás había sentido.
No en sueños.
No despierta.
Jamás y nunca.

Mi cuerpo comenzó a moverse con vida propia. La palma que antes sentía en un seno ahora estaba en el otro, tocándolo y estimulándolo con una exquisitez que jamás imaginé. La boca que había estado sobre el primero ahora chupaba y besaba al mismo tiempo, arrancándome sensaciones que no sabía que podían existir.

Era demasiado.
Demasiado para ser un sueño.

La mano volvió a deslizarse, esta vez hacia el sur.
No pude reaccionar.
No pude pensar.
Solo sentí.

Primero tocó.
Luego acarició.
Una ola de cosquillas me subió desde la piel hasta el alma, demasiado real, demasiado fuerte.
¿Así que esto era lo que llamaban pasión?

La mano invasora no se detenía. Me sobaba sin tregua. Y cuando sentí un dedo entrando dentro de mí, mis ojos se abrieron de golpe.

—Ah… —jamás había soltado un gemido así, uno verdadero, crudo, nacido del cuerpo— Dios…

La mano dentro de mí se detuvo.

—Ah… —musité otra vez, pero ahora con horror. Si había algo dentro de mí… entonces no estaba soñando.

—¡Ah! —grité más fuerte— ¡¿Quién eres?!

—No puede ser… —la voz me congeló. Reconocería ese acento donde fuera— No puede ser tú. Merda.



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En el texto hay: ceo, romance, peligroso

Editado: 15.11.2025

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