Itzitery

Capítulo cuatro: Perdido

EMILY

Al oír el famoso nombre, mi corazón se detuvo por unos latidos angustiantes, como si el tiempo mismo se hubiera congelado a mi alrededor. Itzitery. La palabra resonó en mi mente, fría y desconocida, tejiendo una telaraña de preguntas sin respuesta. ¿Qué era eso? ¿Quién era ella? ¿Se había perdido, como un alma errante en este lugar de descanso eterno? Una punzada de curiosidad, más afilada que el miedo inicial, me invadió, empujándome, obligándome a quedarme. Era obvio que debía seguir allí, oculta entre las sombras de las lápidas silenciosas, envuelta en el misterio, para seguir oyendo esa conversación. Necesitaba escuchar hasta el final, necesitaba desesperadamente saber quiénes eran esas voces que hablaban en susurros, como fantasmas en el viento, portadores de un secreto. Sabía que no podría verlas hasta que se marcharan, hasta que la oscuridad del cementerio volviera a engullirlas en su manto de secretos y silencio. Una sombra de presentimiento, una premonición de que mi vida estaba a punto de cambiar drásticamente, se extendió sobre mi alma, helándome hasta los huesos.

La conversación era fascinante, como el prólogo de un libro prohibido, un tomo antiguo cuyas páginas se abrían lentamente ante mis oídos, revelando verdades que no me pertenecían. Quería seguir escuchando, adentrarme en ese mundo secreto que se abría ante mí, un mundo lleno de intriga y peligro. Me gustaba la idea de descubrir los secretos que esas personas compartían en la penumbra, secretos que parecían resonar con los míos, con los que guardaba en lo más profundo de mi ser.

Sabía que lo que estaba haciendo en ese preciso instante no era nada bueno; espiar a desconocidos en un cementerio era una locura. Pero una parte de mí, una parte oscura y rebelde que no comprendía del todo, disfrutaba de la transgresión, de la adrenalina de lo prohibido, de la sensación de estar al borde de algo desconocido y peligroso. Me gustaba demasiado. Era como si la sombra de mi hermano, con su fascinación por los misterios y su espíritu aventurero, me guiara en este acto furtivo, empujándome hacia lo inexplorado, hacia el abismo.

—¡No es posible! ¿Cómo la dejaste escapar? —Dijo otra voz masculina, áspera y familiar a la vez, cortando el aire como un látigo, desgarrando la quietud. Luego, oí un fuerte estruendo que me hizo encogerme detrás del árbol, sintiendo cómo la tierra temblaba bajo mis pies. Mi corazón latió con la furia de un pájaro atrapado en una jaula, golpeando mis costillas con desesperación, amenazando con romper mi pecho.

Por un instante, temí lo peor. No podía quedarme allí, no después de ese horroroso ruido que resonó en el silencio mortal del cementerio. Creí que mis oídos estarían perforados, que la onda de choque me habría dañado para siempre, pero me di cuenta de que no era así, ya que luego oí la voz del joven nuevamente, ahora con un tono inquietantemente diferente, cargado de una autoridad que no había percibido antes, una autoridad que me helaba la sangre.

—Las cosas de ahora en más se harán a mi modo. Yo mando ahora, y sé que eso le va a parecer ridículo por mi edad y eso. Pero no me importa. Tampoco debe importarle a usted, ¿o sí? —La voz ya no tenía ese matiz de obediencia que había notado antes. Ahora, era fría, autoritaria, cada palabra cortante como el hielo. Él parecía ser el dominante en la conversación, un lobo joven mostrando sus colmillos a un depredador más viejo, reclamando su territorio con una ferocidad inaudita. Un escalofrío de temor y una extraña fascinación me recorrieron la espalda, una mezcla perturbadora de emociones que no sabía cómo procesar.

—¿Qué te hace pensar que seguiré las órdenes de un mocoso como tú? —Preguntó la voz familiar, cargada de desdén e incredulidad, una risa amarga y desafiante que intentaba ocultar el miedo.

—Si quieres seguir con vida, ese es mi pensar. Si no haces lo que yo te ordene, morirás en un dos por tres, será pan comido. Nunca antes había usado esa expresión, y a decir verdad, me encanta, y aún más cuando extorsiono a una persona tan estúpida como tú. Me divierte… no puedo negar eso —No podía verlo, pero algo oscuro y siniestro se agitó en mi interior. Su voz, ahora teñida de una crueldad que me heló el alma, me dejó sin aliento, sin poder moverme. Intuía que ese joven era capaz de cualquier cosa, de cruzar cualquier límite moral. Una premonición helada, un escalofrío de muerte que se clavaba en mis huesos, me advirtió del peligro que emanaba de él, envolviéndome en su sombra.

Tenía catorce años, y para ser sincera, tenía mucho, mucho miedo. Mis pies se quedaron clavados en la tierra, pesados como el plomo, incapaces de moverse, como si estuvieran arraigados al suelo. Mis piernas y todo mi cuerpo temblaban con una frecuencia alarmante, como si la electricidad corriera por mis venas, electrizándome. Mi labio inferior imitaba la vibración incontrolable de mi cuerpo, y podía sentir cómo la sangre caliente viajaba a toda velocidad por mis venas, hirviendo de terror. Mi respiración se aceleraba cada vez más, el aire entrando y saliendo de mis pulmones en jadeos cortos y entrecortados, un sonido desesperado en el silencio opresivo. Cerré los ojos con fuerza, deseando desaparecer, desvanecerme, al oír cómo las pequeñas hojas secas, quemadas por el sol, eran aplastadas bajo unos pasos firmes y decididos. Sabía que alguien se acercaba a mí, que mi escondite había sido descubierto, que mi suerte estaba echada. Ya era mi fin. Lo podía sentir, lo podía oír a la perfección, la llegada inevitable de mi propia perdición, el abrazo frío de la muerte.

No quería morir tan joven, no quería convertirme en otro fantasma en este cementerio silencioso, condenada a vagar por la eternidad. Pero no había nada que hacer al respecto. Estaba atrapada, sin escape posible, como un animalito en una trampa.

Ya era demasiado tarde para huir.

—Abre los ojos, no te lastimaré —Sentí el calor de su aliento contra mi rostro, una brisa extraña. Era bastante peculiar; olía a sandía, un aroma dulce y peculiarmente incongruente en ese momento de terror absoluto. Estaba justo frente a mí. Aunque tenía los ojos cerrados, podía notar su silueta oscura, imponente, una sombra que me envolvía por completo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.