EMILY
—Oye, despierta, niña —La voz, áspera y desconocida, me arrancó de un sueño profundo, de un limbo donde las sombras danzaban con los recuerdos. Abrí los ojos de golpe, parpadeando, intentando asimilar el lugar. La cabeza me dolía, un eco sordo de la brusquedad con la que me habían traído hasta allí.
—¿Dónde estoy? —Pregunté, mi voz sonando ronca, el ceño fruncido mientras mi mirada intentaba descifrar el entorno. No era mi habitación, ni la de la tía Rowan. Esto… esto parecía una extraña y fría celda, una cárcel improvisada, con paredes de metal gris y una luz tenue que apenas lograba disipar la opresiva oscuridad. Un escalofrío me recorrió la espalda, erizando los vellos de mis brazos. La sensación de encierro se aferraba a mí como una segunda piel.
—Estás en un lugar muy seguro, pequeña Grissom, muy seguro —dijo, y pude sentir una ironía mordaz en cada palabra—. Y déjame decirte que lo que sabes de Itzitery no te ayudará a salir de aquí tan fácilmente. Así que, empieza a hablar de una vez por todas. Ya no te soporto, lo único que haces es molestarnos. Si no sabes nada, este es tu momento de aclarar las cosas, pero… si sabes, tendrás un trabajo en la corporación, ¿okay? —Su voz, llena de una impaciencia apenas contenida, resonaba en el pequeño espacio, amplificando mi nerviosismo. La oferta era clara, sí, pero el tono era una amenaza disfrazada, una cuerda que se apretaba lentamente alrededor de mi cuello.
En ese momento, no dudé ni un segundo. Una parte de mí, esa parte que siempre había buscado la supervivencia, la luz al final del túnel más oscuro, sabía que debía aceptar. Necesitaba un trabajo, sí, pero lo más importante era que, quizás, aquí estaría a salvo. Extraño pensamiento en una celda, pero la desesperación a veces crea las promesas más improbables. Nada malo me pasaría. Los ayudaría a encontrar a eso que todos buscaban, a esa “Itzitery” que seguía siendo un misterio para mí. Tenía tantas preguntas sobre ello, sobre esa palabra que ahora se había incrustado en mi mente: ¿era una persona, un objeto, un concepto perdido en el tiempo? Por alguna razón, todos lo querían, lo deseaban con una intensidad palpable, casi febril, y no había manera de encontrar una pista, un rastro de su existencia fuera de sus susurros. Pero si ellos necesitaban mi ayuda, yo también se las pediría, en ese momento de desesperación tan profunda. Necesitaba saber la verdad sobre el asesinato de mi hermano. Sentía esa necesidad quemándome por dentro, una herida abierta que no cicatrizaba. Necesitaba que mis dudas fueran aclaradas de una vez por todas, que el velo de incertidumbre se desvaneciera. Ya había pasado demasiado tiempo, años de silencio y angustia, de noches sin dormir, de mañanas grises, pero ese dolor era igual que el primer día, crudo, punzante, insoportable. No había manera de que mejorara… es más, hasta me parecía que cada vez era más doloroso que antes. Cada día que pasaba, el vacío se hacía más grande, la herida más profunda, y no había manera de que eso mejorara… pero quizás, solo quizás, podría empezar a sanar si yo sabía la verdad de aquel día fatídico, si la justicia de alguna manera llegaba a mi vida, a mi tormento.
Sabía que las cosas no podrían haber sido peor, que ya había tocado fondo, que no había más escalones para descender. Pero me mantenía al margen, siempre al margen, porque solo era una pequeña niña en un mundo de gigantes crueles, indefensa. Esperaba que las cosas mejoraran cuando creciera, que la edad traería consigo la fuerza y la calma, que la vida se volvería más amable, pero no fue así. Es más, empeoraron con cada día que pasaba, como si la vida misma se empeñara en ahogarme, en consumirme por completo. Me sentía sola en este mundo, una brizna de hierba en un vendaval, a punto de ser arrancada de raíz. Y ahora, si aceptaba este trabajo, si me unía a ellos, quizás ya no estaría sola, ya no más. Una chispa de esperanza, pequeña y frágil, pero luminosa, se encendió en la oscuridad de mi desesperación, prometiendo un nuevo camino.
—Sé muchas cosas sobre Itzitery, pero… necesito que me ayuden también. Yo presto mis servicios si ustedes me ayudan con la verdad acerca de la muerte de mi hermano, ¿me ayudas o me voy? —Al hacer la pregunta, alcé una ceja, mis ojos fijos en los suyos, intentando parecer más intimidante de lo que me sentía, más fuerte de lo que realmente era. Quizás de ese modo le daría un poco de miedo, quizás así decidiría ayudarme y no ser tan idiota conmigo, tan frío, tan distante.
—¿Quién dice que te ayudaré? —Su voz era una burla, un eco de mis propias inseguridades, una risa que sonaba a desafío.
—Yo. Mira, aliento de sandía… si no me ayudas, encontraré la manera de hacerte pagar. Y en ese momento de mi venganza, no podrás decir nada, ya que ni cuenta te vas a dar de que ya no estás vivo. ¿Me ayudas o prefieres morir a tu corta edad? —Sonreí ampliamente, una sonrisa que no llegó a mis ojos, pero que esperaba que él viera como una amenaza real, una promesa de dolor. Me sentía extrañamente fuerte y capaz, una fuerza que no conocía, que brotaba de lo más profundo de mi dolor y mi rabia. Esta vez, hablaba en serio con este sujeto, con cada fibra de mi ser, con la desesperación de quien no tiene nada que perder.
—Bien, te ayudaré —Dijo, un atisbo de sorpresa cruzando sus facciones, como si mis palabras hubieran perforado su armadura.
—¿Cuál es tu nombre? —Pregunté, esperando una simple respuesta, un nombre que le diera forma a este nuevo captor, a este hombre en la sombra.
—Shawn Vander. Soy el hijo del señor Vander… —Susurró él, y el nombre resonó en mi cabeza como una campana lejana, una conexión con el hombre que acababa de presentarme la "oferta".
Mi ceño se frunció con una mezcla de sorpresa y reconocimiento, un nudo de confusión se formó en mi estómago. Shawn Vander… el hijo del Señor Vander. ¿Por qué su nombre me causaba tal impacto? Me levanté de la silla en la cual me encontraba sentada, mis movimientos tensos, cada músculo de mi cuerpo en alerta. Me acerqué directamente a él, con una determinación que no correspondía a mi pequeña estatura. Asentí una vez con la cabeza, mi rostro una máscara de neutralidad, ocultando la tormenta de emociones que se desataba en mi interior, y le tendí mi mano. Mi ceño volvió a la normalidad, pero mis ojos mantuvieron una expresión fría, calculada, intentando leer lo que él ocultaba.