Itzitery

Capítulo seis: ¿Es una broma?

EMILY

Ambos nos miramos, Shawn y yo, una alianza tácita formándose en nuestras miradas. Negamos al padre del joven, al señor Vander, intentando desafiar aquella estúpida locura que nos imponía, la idea de que trabajaríamos juntos. Pero pronto nos dimos cuenta de que así iba a ser, que no había manera de cambiar aquello de un día para el otro, ni siquiera en las pocas horas que lo había conocido. Su decisión era un decreto inquebrantable, tallado en piedra, y lo sentía con una impotencia que me asfixiaba.

Era bastante evidente que, como Emily, no lograría cambiar nada por mi cuenta. Sin embargo, si aceptaba este trato, tendría una respuesta concreta sobre lo sucedido con mi hermano. Necesitaba una respuesta sincera y auténtica, no podía seguir viviendo sin saber la razón por la que Ian había muerto. Necesitaba esa verdad para lograr seguir adelante con mi vida, para lograr cumplir aquella promesa que yo misma me hice bajo el cielo estrellado, en la soledad de mi habitación, la promesa de encontrar la justicia. Necesitaba saber la verdad de una vez por todas, y parecía que Shawn Vander, el hijo del misterioso señor Vander, era la clave, aunque el pensamiento me producía escalofríos.

—Comencemos con el trabajo, no quiero verte más, niña idiota —dijo Shawn, rechinando los dientes con una furia apenas contenida, como un animal acorralado, mientras agarraba una carpeta del escritorio con una agresividad innecesaria, casi violenta.

—No me llames así, no es mi nombre —dije, negando con la cabeza, mis ojos fijos en los suyos. Tomé asiento nuevamente en la silla, mi cuerpo tenso, cada músculo en alerta, preparándome para la batalla que se avecinaba.

Él se levantó con una sonrisa que realmente me asustó, una mueca retorcida que no llegaba a sus ojos, un gesto que distorsionaba su rostro. Pasó como si nada por mi lugar, golpeando mi cabeza con la carpeta. Fruncí el ceño, el dolor punzando en mi cuero cabelludo, una chispa de ira se encendió en mi interior. Pero entonces, para mi sorpresa, él se dio cuenta de su “accidente” —si es que aquello podía llamarse accidente, no lo creía—. Regresó a mi lado y, con un movimiento inesperado, me abrazó, acariciando mi cabeza con una sonrisa amplia en su rostro. Sus ojos se fijaron en los míos, y pude ver un brillo extraño en ellos, una mezcla de culpa y algo más que no pude descifrar, algo oscuro y perturbador. Intenté empujarlo para que me soltara, su cercanía me resultaba perturbadora, casi insoportable.

Alzó las manos y me soltó, su postura revelaba una extraña torpeza, como si no supiera cómo comportarse.

—Lo siento, fue un error… un accidente. ¿Estás bien? —Su voz sonaba casi sincera, pero no confiaba en él.

Asentí, mirándolo con desconfianza, una mezcla de dolor y recelo que no podía ocultar. Luego, tomé las carpetas, intentando sumergirme en su contenido para escapar de la incomodidad de su presencia, de su mirada que me quemaba. Pero él me miró y detuvo mi lectura con un gesto de su mano.

—Tu hermano estaba en esta organización, pero… lo siento, él no debió morir, era un buen amigo. Él era de esos que siempre estaban allí… —Sus palabras se clavaron en mí, un nuevo puñal, un recordatorio brutal de mi pérdida. No quería oír su falsa compasión, sus lamentos vacíos. Sentía que se burlaba de mí.

—Ya cállate, aliento de sandía —lo detuve rápidamente, mi voz temblaba, pero la rabia la fortalecía, dándole un filo que no sabía que poseía—. No quiero oír lo que ya sé de mi hermano. No quiero tu lamentable versión de su vida. Quiero oír lo que no sé de él, los secretos que lo llevaron a su tumba, la verdad que ustedes ocultan. Y si no sabes nada de él, si solo vas a darme palabras vacías, mejor no me hables y, por favor, continuemos con el trabajo. Puede que aún sea una niña, pero tengo bien claro lo que quiero, y no es tu lástima, Shawn. ¡Es la verdad! —Le dije sin dudar ni una sola palabra de las que salían de mis labios, mi mirada fija en sus ojos, desafiándolo a que respondiera, a que revelara sus secretos.

—No puedes callarme, soy mayor que tú y soy tu jefe ahora. Así que tú te callas, niña idiota —dijo Shawn, su voz elevándose, su rostro volviéndose un poco más rojo, un signo de su creciente frustración. La tensión en la habitación era palpable, un campo de batalla invisible entre nosotros, donde cada palabra era un arma.

Dejé salir de mis labios y garganta unas carcajadas que no pude contener al oír lo que salía de sus labios. Era una risa amarga, incrédula, una liberación de la tensión. ¿Él, mi jefe? No podía creer lo que ese "sandía" me estaba diciendo. Él no era mi jefe, era solo mi compañero de trabajo de ahora en más, un compañero impuesto, y presentía que todo esto iba a terminar de una manera horrenda. Una horrenda manera de la cual nadie se salvaría, incluyéndome a mí.

—¿Qué tanto te ríes? ¿Quieres que te pegue de vuelta? —preguntó con una sonrisa amplia en su rostro, una sonrisa que prometía más golpes, pero luego negó varias veces—. No puedo creer que lo estabas considerando.

—Jamás podría considerar eso, ¿por qué consideraría eso? Ni siquiera quiero trabajar contigo, sandía —dije, mirándolo con puro desprecio, mi voz cargada de cansancio.

—Claro, lo que tú digas.

Bufé, un sonido de exasperación que escapó de mis labios, y tapé mi rostro con ambas manos mientras negaba con la cabeza. Su tontería ya me estaba resultando una falta de respeto para la humanidad entera, o por lo menos para los que trabajaban en TBF, que parecían tomarse las cosas tan en serio.

—Realmente eres un idiota.

—Lo mismo digo, no puedes hablarme de ese modo.

Me encogí de hombros, ignorando su réplica, y comencé a leer nuevamente una de las carpetas. El contenido era bastante interesante, casi hipnótico, ya que yo lo había vivido en un momento de mi pequeña vida. Allí, en esas páginas, estaban los detalles gráficos y crudos de la muerte de mi hermano, Ian. Cada palabra, cada descripción, era un puñal que se clavaba en mi alma, un dolor que se renovaba con cada línea. Leí sobre la sangre, el horror, el lugar donde lo encontraron, los detalles que nunca me habían contado. Las fotos, aterradoras y explícitas, mostraban una escena que me desgarraba por dentro. El dolor me inundaba, cada fibra de mi ser gritaba. Ahora que leía las cosas como realmente pasaron, mi corazón se caía en mil pedazos, destrozado. No tenía palabras para expresar el horror, el dolor que me invadía. Mis pulmones se sentían oprimidos, el aire se me escapaba. No tenía ganas ni fuerzas de hablar con nadie así que, en un acto impulsivo, me levanté de la silla y caminé, casi corriendo, a lo que parecía ser el baño. Allí, me desplomé en el suelo, abrazando mis piernas con fuerza mientras millones de lágrimas caían de mis ojos al suelo, formando pequeños charcos salados que reflejaban la luz tenue. El dolor era tan fuerte que no podía ni pensar en lo sucedido… solo lo revivía una y otra y otras vez, una tortura incesante, un bucle de agonía. Mi mente era un torbellino de imágenes y sonidos, el grito ahogado de mi hermano, el silencio sepulcral que siguió, y la fría indiferencia del mundo.




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