Emily
Comencé a caminar directamente hacia lo que sentía como mi juicio final. Lo presentía dentro de mí, una fría certeza que me helaba la sangre. Sabía que tarde o temprano, el odio que ese sujeto tenía hacia mí me pasaría factura, y una muy cara. Lo esperaba, aunque no sabía que llegaría tan pronto, pero intuía que lo haría, y la expectativa me llenaba de una adrenalina amarga, una tensión que se acumulaba en cada músculo.
Caminar por aquel corredor metálico, con sus luces parpadeantes y el eco de mis propios pasos, me hacía pensar que las cosas podrían cambiar y, quizás, para mejor. No de la mejor manera, ni por los caminos más rectos, sino por sendas retorcidas y peligrosas, pero hacía lo posible para seguir en carrera y no morir en el intento. Mi hermano, mi familia y todos los seres que yo pensaba que me amaban me habían dejado sola en un mar de incertidumbre, un océano oscuro y sin fin, y no quería ahogarme. Debía salir a flote de aquella atrocidad a la que llamábamos mundo, una atrocidad que ahora me tragaba por completo, arrastrándome a sus profundidades. La verdad de Ian era mi ancla, mi salvavidas, mi única razón para luchar, la chispa que mantenía mi fuego encendido.
Al llegar, encontré a varias personas con sus uniformes, todos negros y ajustados al cuerpo, como una segunda piel, resaltando sus figuras esbeltas y musculosas. Todos poseían armas de alto calibre; podía notarlo, pues había crecido con armas en mi casa. Quizás las que mis padres tenían no eran de tan alto nivel, pero estaba bastante segura de que cualquier arma podría ser tu fin con tan solo un tiro en cualquier parte del cuerpo, si es que sabían utilizarla bien. La seriedad de aquel lugar me golpeó de nuevo, un recordatorio brutal de la realidad en la que me había metido, una realidad donde la vida pendía de un hilo.
—¡Todos al círculo! —Exclamó Shawn, su voz resonando con autoridad en el vasto espacio, cada palabra un latigazo. Podía notar a la distancia su rostro, como siempre su ceño se encontraba fruncido y sus ojos se oscurecían aún más de lo que ya eran, volviéndose pozos sin fondo, abismos de oscuridad que parecían querer devorar mi alma—. Necesito que todos vengan al maldito círculo, ahora. ¡No hay tiempo que perder! —Su impaciencia era palpable, una furia contenida que amenazaba con estallar.
Las personas, al oír lo que él les pedía, se acercaron a él en ese maravilloso círculo que tanto deseaba, con una disciplina casi militar. Caminé lentamente, con la esperanza de volver y salir con vida de esta locura, así que cada paso que daba era sin ningún sonido posible, mis pisadas eran pequeñas y frágiles, tanto como mi alma que ya tenía una gran grieta que no sanaría jamás, una herida abierta que sangraba por dentro, visible solo para mí, un dolor constante que me acompañaba.
—¡Niña idiota!, ¡ven ya! —Oí su voz, perforando el aire, llena de impaciencia y desprecio, un dardo envenenado que se clavó en mi corazón. Lo único que quería era salir de allí, escapar, correr lejos de todo aquello, así que no le di importancia alguna a su insulto y ahora sí salí corriendo lo más rápido que podía, el pánico impulsando mis piernas, el miedo dándome alas, una desesperación que me consumía.
Corrí y corrí sin mirar atrás, mi corazón latiéndome desbocado, un tambor en mi pecho. Pero mi instinto me decía que tenía que observar para lograr ver que ya no venía detrás de mí. Sin embargo, fue inútil; al dar la vuelta, logré sentir cómo un fuerte peso detenía mis movimientos. Un golpe, una fuerza invisible que me arrancó del suelo. Cerré los ojos por unos instantes, la premonición de la derrota me invadió, un frío que me recorrió la médula espinal, y después los abrí para lograr contemplar a la persona que había arruinado mis planes de fuga. Tragué saliva sonoramente al notar que era él, Shawn, con su aliento a sandía y sus ojos oscuros, ahora más intensos que nunca, un brillo malévolo en ellos. No entendía cómo pudo aparecer tan rápido y delante de mí en solo unos breves segundos de corrida, era inhumano. Negué con la cabeza, mirando esos ojos oscuros sin entender, sin creer, sin tener fe de lo que mis ojos estaban viendo en ese mismo momento. Era irreal, una pesadilla de la que no podía despertar, un truco del destino.
No me dejó decir ni una sola palabra. Me tomó de la nuca, aplastándome con fuerza contra su cuerpo, un agarre que me asfixió, que me privó del aire, que me hizo sentir insignificante. Traté de zafarme de su agarre y lo logré por un instante, con una fuerza que no sabía que poseía, una chispa de resistencia. En ese momento, comencé a correr nuevamente lo más rápido posible, mis músculos ardiendo, cada zancada una oración silenciosa, una súplica por escapar. Pero fue inútil; sentí un fuerte dolor, era algo eléctrico contra mi piel que me hizo caer al suelo de rodillas, el impacto resonó en mis huesos, un crujido sordo. Mi cuerpo comenzó a temblar violentamente debido a los electrodos que llegaban a mis neuronas, un espasmo incontrolable que me sacudía de pies a cabeza, un tormento silencioso que me arrancaba el aliento. Mis ojos se cerraron por unos instantes, la oscuridad me envolvió de nuevo, y luego, cuando los abrí, me encontré en medio de aquel maldito círculo con personas a mi alrededor que me miraban como si estuviera muerta o algo así, con una mezcla de lástima y asombro, un espectáculo para sus ojos, una humillación pública.
Espera…
¿Estoy muerta? ¿Puedo moverme?
Vamos… solo intenta mover un dedo. El pensamiento fue un susurro desesperado en mi mente, la única señal de vida que pude encontrar en medio del caos, la única prueba de que aún existía.
—Niña idiota, vamos, levántate. No tenemos todo el día y si quieres volver a correr para salir de tus obligaciones, tendré que usar otros métodos más fuertes para que logres entender que aquí el que manda soy yo —dijo, su voz tan cerca que sentí su aliento caliente en mi oído, un escalofrío de repulsión que me hizo encogerme. Era una amenaza, clara y cruel.