Itzitery

Capítulo nueve: "El primer delito"

Emily

—Ya cállate —murmuré para mí misma, la frustración hirviéndome por dentro, un volcán a punto de erupcionar. No podía creer que ese tal Shawn se atreviera a jactarse de sus habilidades, de su fuerza, mientras yo me sentía tan vulnerable, tan expuesta, como un insecto bajo una lupa.

La primera pareja que pasó al círculo era genial. Sus movimientos parecían sacados de una película de acción, fluidos y coordinados, casi danzas mortales. Era imposible de creer que estaban allí por primera vez en su vida; se movían como si hubieran nacido para ello, para el combate. El sujeto fue el primero en caer, con una agilidad sorprendente. La joven pareja se le carcajeó en la cara, un gesto de triunfo que, creo, fue su peor error. Él tomó su tobillo antes de que se levantara y la tiró al suelo, quedando encima de ella con una sonrisa de satisfacción en el rostro. Aquello no parecía entrenamiento, sino una humillación pública, una lección brutal de dominación.

—¡Suficiente! —Gritó fuerte Shawn, y su voz resonó en la sala, cortando la tensión como un cuchillo. Su impaciencia era palpable, una furia contenida que amenazaba con estallar en cualquier momento—. ¡Siguiente!

—¡Nosotros! —Exclamó mi rival, aquel joven de ojos azules que se creía el mejor, mientras sentía su mano sobre mi nuca, como si yo fuera un pobre perrito al que podía arrastrar a su antojo. La indignación me invadió, un fuego que quemaba en mi pecho. ¡No permitiría que me tratara así!

—Suéltame —dije, tratando de zafarme de su agarre, mi voz tensa, cada palabra cargada de desafío.

Me solté, logrando liberarme de su mano, pero la fuerza del impulso me hizo caer al suelo con un golpe seco que me sacó el aire. Él, sin perder un segundo, inmediatamente se subió a mí, inmovilizándome. Traté de empujarlo, mis manos golpeando su pecho con una furia desatada, pero era muy fuerte y robusto, un muro de músculo contra mi cuerpo delgado y frágil. Las cosas se comenzaron a salir de control cuando sentí sus manos grandes y ásperas acariciando mi piel de una manera que no me gustaba, una invasión que me heló la sangre, que me hizo sentir sucia. Le pegaba, mis puños golpeando su cuerpo con furia desesperada, pero él ni se inmutaba, no se corría. Miré a mi alrededor, desesperada, buscando ayuda. No podía ver a Shawn, y eso me molestó, me hirió profundamente, ya que se suponía que él nos cuidaría, que estaría vigilando, pero no era así… no estaba allí, en el momento en que más lo necesitaba, en el que mi alma gritaba por auxilio.

No sabía qué hacer ante aquella situación, el pánico comenzaba a invadirme, un torbellino de terror. Temía por mi vida, por mi dignidad. Si hacía algo que a ese sujeto no le gustara, se vengaría de mí, no sabía cómo, pero estaba segura de que lo haría y sin dudar ni una sola vez. Me sentía atrapada, sin escapatoria, a merced de sus oscuras intenciones.

Luego sentí cómo las manos se detenían y cómo el peso de aquel sujeto desaparecía de mi cuerpo. Abrí mis ojos lentamente, con el corazón latiéndome a mil por hora, un tambor desbocado en mi pecho, y vi los suyos. Eran los ojos del joven "sandía" frente a mí, Shawn, que me observaba con una expresión indescifrable, una mezcla de ira y algo más que no pude descifrar. Inmediatamente mi ceño se frunció y negué con la cabeza con asco en mi interior, la furia se apoderó de todo mi cuerpo y, sin pensarlo dos veces, me subí a él, mis manos buscando su cuello, mi alma clamando venganza.

—¡Eres un verdadero asco! —Exclamé sobre él, la voz cargada de rabia, cada palabra un puñal que intentaba clavarse en su piel.

Mis manos le pegaban fuerte, intentando provocarle dolor, buscando una reacción, pero él ni se movía, no hacía absolutamente nada. Parecía entender que se había equivocado, y demasiado, a decir verdad. Yo estaba furiosa con su tontería, con su estupidez, con su cobardía, y eso era bastante visible para los demás, lo que provocó que las personas salieran de la habitación, dejándonos solos en el círculo, en medio de aquel caos emocional que nos envolvía, una burbuja de odio.

—¡Lo sé!... fue un error, suéltame —Salió de sus labios, su voz apagada, un susurro de arrepentimiento, casi imperceptible.

Me quedé completamente estupefacta ante lo que oí. Debo admitir que no lo esperaba decir eso, no de él. Pensé que nunca se podría dar cuenta de su error, de su falta. Pero aún así no me había pedido perdón o una simple disculpa por su acción, por haberme dejado en esa situación tan vulnerable. La furia volvió a crecer, una llamarada de indignación.

—¡Dilo! —Le grité en la cara, mirándolo directamente a los ojos, exigiendo la palabra que mi alma necesitaba escuchar, una pequeña reparación a mi orgullo herido, una pizca de dignidad.

—¡Bien! —Hizo un segundo de silencio, un silencio tenso que se prolongó, cargado de una expectativa insoportable. No salió nada de sus labios, solo el sonido de nuestras respiraciones agitadas—. Lo siento… perdóname.

Una sonrisa amplia se dibujó sobre sus labios, casi imperceptible, y luego, para mi asombro, lo sentí. Nuevamente estaba planeando algo, y eso lo podía notar como la última vez… ¿Pero ese había sido su plan todo el tiempo? ¿Provocarme, humillarme, para luego disculparse? Sentí sus manos alrededor de mi cintura y luego me empujó fuerte hacia adelante. Caí con un grito ahogado, y me levanté rápidamente para lograr comenzar a correr, el terror en mis venas, el pánico impulsando cada fibra de mi ser. Las personas me miraban como si estuviera realmente loca, ya que al parecer no había entendido la primera vez que todo eso sucedió, que no se podía escapar de él, que él siempre me alcanzaría.

—Eres una idiota, hablo en serio —dijo él, su voz fría y cortante, un eco de sus primeras palabras hacia mí, un recordatorio de su crueldad.

Nuevamente estaba frente a mí, su figura alta y amenazante, como una sombra que me perseguía. No comprendía lo que sucedía, ya que siempre aparecía delante de mí en un abrir y cerrar de ojos, como un fantasma, una aparición. Yo corría, me esforzaba, mis pulmones ardiendo, pero él era aún así más veloz y fuerte que yo. Era inútil, una batalla perdida de antemano.




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