Iuvenis | #3 |

Capítulo 20. Vuelta a la realidad

María trató de abrir los ojos. Sentía cómo le pesaban los parpados. Tenía que hacer un gran esfuerzo para lograr levantarlos y que no volviesen a caer.  La cabeza le dolía y el cuarto le daba vueltas. Fue a moverse, pero enseguida se dio cuenta de que no tenía fuerzas. Que su cuerpo no seguía sus indicaciones. 

Se quedó en silencio esperando a que ese mal momento pasase y poco a poco fue focalizando su visión.

Estaba en casa, en su cuarto de estar y todos la miraban fijamente. Bueno, todos a excepción de su madre, Javier y Angélica. ¿Dónde estaban? Trató de recordar, pero la cabeza le daba vueltas. Había fragmentos desperdigados por su mente, como si de un mal sueño se tratase, pero no lograba juntar los fragmentos. la sensación era como la de una mala resaca, pero no recordaba haber bebido.

—¿Cariño?

La voz de su padre sonaba preocupada. 

Entonces se dio cuenta de que estaba sentado en el sofá junto a ella sujetándole con fuerza la mano.

—Papá —Fue todo lo que ella pudo decir tratando de esbozar una sonrisa que nunca apareció.

—¿Cómo te encuentras? 

Esta vez fue Mateo quien se acercó a ella.

—Bien, creo. Cansada —respondió sin muchas ganas.

—¿Qué recuerdas? —preguntó Mateo ante la antenta mirada del resto.

—¿De qué? —preguntó confusa.

¡Cómo le dolía la cabeza! ¿pero qué había pasado? Y, sobre todo, ¿por qué todos la miraban fijamente como si fuese un mono de feria?

Mateo se giró y avanzó hacia Adrianna, para hablar con esta a solas acerca de lo sucedido y cómo proceder.

Bruno fue a colocarse junto a María, pero el padre de esta se lo impidió. No quería que ninguno de esos chalados se volviesen a acercar a su hijita. No traían más que desgracias.

—Tengo hambre —dijo de pronto ella y nada más terminar la frase sus ojos volvieron a cerrarse y cayó de nuevo en un profundo sueño.

—¿Qué le ocurre? —preguntó alarmado el padre de María.

—Ha sido demasiado esfuerzo para ella. Está exhausta. Poco a poco su cuerpo y mente volverán a recuperarse y a estar en sintonía —se limitó a decir Mateo.

—¿Cuánto tardará? —preguntó Bruno.

—No lo sé, depende de cada persona —Hizo una pausa—. Es la primera ignis que conozco. No tengo precedentes para comparar.

Por ciertas que fuesen las palabras de su abuelo a Bruno le molestaba en exceso esa calma y esa forma tan ordenada y lógica de exponer la realidad.

—Es mejor que la dejemos descansar tranquila —sentenció Mateo indicando al resto que saliesen de la habitación.

—Yo no me voy a mover de aquí —aseguró el padre de la rubia.

—Yo tampoco —añadió Bruno.

—Muy bien, pues el resto fuera —ordenó el anciano.

Se notaba que estaba cansado. Todos lo estaban.

Nicole avanzó hacia su hermano, besó su mejilla, apretó con su mano el hombro de este.

—Si me necesitas estaré con papá —le dijo mientras salía y se dirigía a otra habitación donde Angélica había traslado a Javier una vez lo había estabilizado.

—Creo que tú y yo deberíamos hablar —indicó Óscar agarrando a Nathaniel del brazo y llevándolo al pasillo.

—No creo que tú y yo tengamos nada que conversar. Nunca lo hemos tenido y creo que ahora menos —respondió seco soltándose del agarre.

—¿En serio?, ¿después de todo lo que ha pasado?

Nate negó con la cabeza.

—¿Es que crees que estar en el mismo bando o haber pasado por lo que hemos pasado nos convierte en una especie de amigos o así? Porque si es lo que piensas estás muy equivocado.

La crudeza de las palabras de Nate no sorprendió al profesor. El domador siempre había sido muy sincero y muy selecto a la hora de escoger a sus amistades, pero aún así creía que debían hablar.

—No pienso que seamos amigos ni que lo vayamos a ser, pero estamos en el mismo bando y quiero que las cosas estén claras para que no haya divisiones internas —expuso de forma tranquila.

—Las cosas están muy claras —respondió Nathaniel—. Como te he dicho no es necesario hablar de nada.

Óscar cogió aire tratando de no perder la paciencia. Ese chico era peor que su hermano.

—Como quieras —aceptó encogiéndose de hombros.

—Nate —llamó Clo—, ¿has visto a Bea? —preguntó algo preocupada.

Nathaniel negó con la cabeza. Ni sabía dónde estaba ni quería saberlo. Lo mejor que podía haber eso esa traidora pelirroja era desaparecer y dejarlos en paz.

—Nate, no la encuentro —insistió Clo.

—¿Es que acaso crees que soy su niñera? —preguntó en tono borde.

Claudia miró dolida a su hermano. Sabía cómo era y que estaba en un momento delicado y complicado, pero ella no tenía la culpa y estaba harta de ser el blanco del mal humor de todos.

—Olvídalo —dijo marchándose de la casa en busca de Beatriz.

La rubia comenzó a buscar por todo el vecindario en busca de la natura, hasta que por fin dio con ella. Estaba en un parque infantil sentada en el columpió sin balancearse.

Su melena pelirroja se movía levemente acunada por el aire y sus pies se movían de forma mecanizada como si estuviese marcando el ritmo de una canción que tan solo ella podía escuchar.

—¿Qué haces? —preguntó confusa sentándose en el columpio de al lado.

—No aguantaba más en esa casa —reconoció la pelirroja.

—¿Cómo estás? —preguntó Clo preocupada.

—No lo sé, ¿cómo debería estar?

No era burla ni ironía. Era una pregunta sincera. Beatriz no sabía cómo había de sentirse. En cierta parte todo lo que estaba pasando era culpa suya... Recordaba los primeros días de María en el internado. Ambas habían llegado a ser amigas. De hecho habían podido llegar a ser íntimas si no fuese por sus propios celos y envidias. la chica había quería estar junto a ella, había confiado en ella y lo habían pasado bien juntas, pero ella lo había echado todo a perder. Se sentía como un verdadero monstruo...




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.