Iuvenis | #3 |

Capítulo 21. El momento perfecto

Kael, Alanis y Cesar miraban atentos a Marco en busca de una respuesta. Sin embargo, este seguía en silencio. No sabía qué responder. ¿Qué debía hacer? Sabía que debía ser valiente y dar un paso adelante, pero nunca había tenido una responsabilidad así en su vida. El no había sido entrenado para dirigir un ejército. Y mucho menos un ejército de niños que ponían sus vidas en sus manos sin dudarlo.

—¿Profesor? —insistió Alanis algo preocupada por el silencio.

No tenían demasiado tiempo. Los alumnos y profesores leales a la resistencia ya estaban preparados esperando las órdenes de Marco, pero no podían esperar eternamente. Era el momento.

Marco carraspeó y trató de que sus palabras se materializasen en sonidos, pero no podía.

Cesar agarró fuerte la mano de su novio y le dio una pequeña descarga para que reaccionase.

—¡Ay! —se quejó el moreno apartándose de su novio.

—Al fin dices algo. Es decepcionante, pero al menos es algo —respondió Cesar rodando los ojos.

Cesar lo fulminó con la mirada.

—¿En serio?, ¿eso es lo que se te ocurre para ayudar? —le preguntó incrédulo y ante la sonrisa como respuesta de su novio cogió aire—. ¿Por qué no puedes ser un novio normal que me abraza, me da un beso y me dice que todo irá bien?

Cesar se encogió de hombros y se pasó la mano por uno de sus rizos.

—Bueno, ha funcionado, ya no estás en shock, pero vamos, que si quieres un beso te lo doy —respondió sencillamente.

Marco volvió a coger aire. A veces no se explicaba por qué estaba tan locamente enamorado de ese chico.

—¿Profesor? —insistió de nuevo Alanis.

No había tiempo para discusiones de pareja. Marco debía comenzar a tomar decisiones ya.

—Emm, ¿y Ezequiel? —preguntó Marco tratando de poner sus pensamientos en orden.

—Se ha marchado —Hizo una pausa—. Creo que ha habido problemas en Barnor o algo así. Una brecha de seguridad y se ha tenido que ir —le explicó la chica mirando hacia atrás.

Alanis tenía miedo de que la hubiesen seguido.

—¡Oh, sí!, ¡esto empieza a sonar muy interesante! —exclamó Cesar emocionado.

—Bien, entonces volvamos al internado. Hay que organizarse para empezar la rebelión y recuperar el Morsteen para Adrianna —sentenció Marco.

De pronto Cesar dio un par de pasos hacia atrás. Se sentía contrariado.

—¿Qué? ¿Cómo que para Adrianna?

—Sí, ella es la verdadera directora —respondió de forma evidente Kael.

—No, no y no —Se giró hacia su novio—. Marco, tenemos la oportunidad de cambiar las cosas, de hacer algo diferente. No podemos devolverle el internado.

—Claro que podemos, es la legítima directora —trató de explicarle Marco, pero sabía que Cesar sería difícil de convencer.

Adrianna había asesinado a la dragona de Cesar y él le profesaba un profundo odio desde entonces. Sin embargo el exdomador debía entender que en esta lucho no existían los individualismos. Adrianna tenía un magnífico poder, era la persona encargada de dirigir ese internado. la única capaz de mantener a todos a salvo.

—¡No! —insistió—. Nosotros podemos hacerlo mejor.

—Cesar, hay que ser domador para dirigir el Morsteen.

—¡Yo soy domador! —chilló.

Marco desvió la mirada. Quería a su novio, pero sabía que no era la persona idónea para ese puesto. Los llevaría a todos al desastre. Si no era capaz de cuidar de si mismo, ¿cómo quería cuidar de los alumnos y del resto del personal?

—Marco, no tenemos demasiado tiempo —insistió Alanis algo nerviosa.

El natura se giró hacia su novio y le cogió por los hombros de manera cariñosa.

—No es el momento. Ahora tenemos una rebelión que dirigir —Utilizó el "tenemos" para que este se sintiese mejor—. Llegado el momento ya discutiremos que hacemos con el internado. No nos adelantemos a los acontecimientos.

—Está bien —aceptó él resignado.

Y los cuatro comenzaron a caminar en silencio colina abajo hacia el Morsteen. Miles de pensamientos recorrían la mente de los cuatro en ese instante. Solo tendrían una oportunidad de vencer. Si fracasaban el régimen los apresaría y los juzgaría con un claro veredicto antes de que tuviese lugar el juicio. La muerte.

Ezequiel no era una persona demasiado dialogante. Y, desde luego, no se tomaba demasiado bien los levantamientos entre sus filas. No estaba hecho para escuchar las críticas o para aceptar que alguien podía no estar de acuerdo con él.

Conforme se iban acercando al lago, Cesar iba mirando sorprendido el total de gente que había acudido a escuchar las órdenes de Marco. Sin duda, la rebelión era un movimiento mucho más grande del que él se esperaba y todos confiaban en Marco para que les liderase.

Estaba la señora Figueroa; el señor y la señor Méndez; los diez domadores que quedaban en el internado, sin contarlo a él; Hugo; y más niños y profesores que Cesar no recordaba con demasiada claridad.

Suspiró menudo equipazo, la natura medio metro; el aqua miope; la ventus enfrascada en los libros; el rarito que acosaba a la rubia creída, que en verdad no tenía ni idea de a qué clase pertenecía; y el resto de raritos... Era cierto que tenían a algún que otro domador, pero todos niños y sin conexiones... No había ni un solo profesor que fuese profesor, no era algo habitual. Los domadores eran guerreros, no profesores. por eso, para poder adiestrar a los jóvenes domadores, siempre el director o directora pertenecía a esa clase.

—Estamos perdidos —exclamó Cesar ningún pudor de que el resto le escuchase.

—Gracias por la confianza —dijo su novio.

—¡Míralos!

—Sabes, precisamente tú deberías saber que no se juzga a una persona por su aspecto o su clase —Su tono era serio—. Aquí todos podemos aportar, no importa quienes somos por separado. Juntos somos más fuertes. ¡Ya basta de infravalorar a los demás! Lleváis años haciéndolo y mirar como os ha ido —miró orgulloso a su ejercito—. Podemos ganar. Yo confío en ellos.




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