Iuvenis | #3 |

Capítulo 23. Rojo anaranjado

María volvió a abrir los ojos ante la atenta mirada de Bruno, pero, esta vez, la ignis recordaba todo lo sucedido como una horrible pesadilla. Sin embargo, ella sabía que no se había tratado de un sueño, sino que todo había sido muy real.

Se levantó de manera mecanizada. Era como si su cuerpo avanzase solo. Como si flotase con un rumbo fijado.

—¿Dónde vas? —preguntó Bruno siguiéndole preocupado.

María ignoró la pregunta de su novio y siguió caminando por el salón rumbo a la puerta, sin fijar su vista en nadie. Ni siquiera en el cuerpo inerte de su madre.

En ese momento, el joven de pelo oscuro aprovechó que la chica había despertado para presentarse. No todos los días uno podía conocer a una ignis. Sin duda, estaba muy interesado.

—Al fin despiertas, bella durmiente —le dijo con una encantadora sonrisa—. Soy Pablo—se presentó.

Nicole miró al que había sido su compañero de prisión con cara de repugnancia. ¿En serio ese chico creía que era un buen momento para ligar con la chica.

—No me interesa quien seas —respondió María con evidente desinterés mientras seguía caminando hacia la puerta.

El chico dio un paso atrás. No se esperaba ese corte.

Bruno la siguió, no sin antes golpear con su hombro a Pablo al pasar a su lado.

—¡María! —insistió él.

Entonces ella se paró y se giró hacia su novio.

—¿Qué? —preguntó seca.

Su tono sorprendió a todos los allí presentes. María siempre se había caracterizado por ser dulce y tierna. Eso no era propio de ella. pero, por otro lado, acababa de perder a su madre y Nicky y Bruno sabían perfectamente como ese podía llegar a afectar a una persona.

—¿A dónde vas? —preguntó el domador tratando de sonar cercano.

No quería que ella sintiese que la quería controlar o juzgar. No era eso para nada. Tan solo estaba preocupado. la chica había vivido una de las peores experiencias que viviría en su vida. Quería saber qué pasaba por su mente. Mejor dicho, necesitaba saberlo para tener claro cómo ayudarla.

—A matar a ese asesino —respondió sin titubear.

—¿Cómo? —preguntó Bruno incrédulo.

—A cargarme al tipo que a matado a mi madre —le repitió ella sin mostrar ningún tipo de sentimiento en su rostro.

Bruno se acercó un poco más a ella.

—No puedes hacer eso —trató de advertirle.

Era demasiado peligroso acercase ahora a Ezequiel. Seguramente habría fortificado Barnor y habría doblado sus defensas después del rescate en la prisión.

—¿Por qué no? —preguntó ella confusa—. ¿A caso crees que puedes frenarme? —dijo mientras sus manos comenzaban a convertirse en llamas.

Algo había cambiado en ella. Y no era solo su cambio físico en su pelo y su temperatura corporal. Si la mirabas a los ojos, esos ojos que ahora tenían pequeñas motitas naranjas en el iris, podías sentir que ya no era la misma persona. Algo había pasado en su interior. 

—No, no es eso —trató de explicarle él sin apartarse de ella.

—¿Entonces? —preguntó ella como una niña pequeña que no entiende por qué sus padres no le dejan salir a jugar al parque en medio de la noche.

—María, tienes que entender —interrumpió Nicky.

—No, yo ya no tengo que entender nada —respondió ella sin dejar que la domadora terminase la frase.

—Sé que es un momento delicado para ti —Comenzó Óscar.

—¡Ya basta! —chilló ella.

De pronto Nathaniel se acercó a ella.

—¿Quieres ir a por mi padre? Pues vayamos —dijo ante el asombro de todos, quienes pensaban que había enloquecido—. Pero no venceremos —continuó—. Quizá le asestemos un buen golpe, pero perderemos —insistió—. Y ni él se merece ganar, ni tú te mereces una derrota. Así que piénsalo bien. Solo tendremos una oportunidad para acabar con él, y no es esta —Hizo una pausa—. Pero si quieres que vayamos ahora, adelante. Yo iré contigo.

María se quedó en silencio. Sus manos volvieron a tornarse de carne y hueso. Torció el labio y se llevó la mano a las puntas de su pelo que se habían tornado entre una mezcla de cobrizas y anaranjadas. Las miró complacida. Estaban calientes. Como si acabase de planchárselas.

—Está bien —aceptó.

Entonces parpadeó varias veces y sintió como le fallaban las fuerzas. Las piernas le temblaron y se doblaron. Bruno la sostuvo antes de que cayese.

María lo miró asustada.

—Creo que me pasa algo —le dijo con apenas un hilo de voz.

Bruno le miró angustiado los ojos. Las motitas naranjas ya no le brillaban con tanta intensidad. Y volvía a parecer María. Todo era demasiado extraño.

—¡María!

El chillo de su padre se escuchó desde el final del pasillo. 

—Estoy bien, papá —mintió ella haciendo uso de todas sus fuerzas para que su padre no notase qué algo le estaba pasando.

—Ya ha empezado —anunció de pronto Mateo mirando seriamente a la chica.

Parecía que él era el único que sabía qué estaba ocurriendo. Y su rostro serio y pensativo no anunciaba nada bueno.

 




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