Iuvenis | #3 |

Capítulo 24. Sacrificios

Todos miraban atentamente a Mateo esperando a que comenzase a hablar y explicar qué le estaba pasando a María. Sin embargo él parecía no tener intención alguna de abrir la boca.

—¿Abuelo? —preguntó Bruno contrariado.

—¿Qué? —respondió él sin saber muy bien qué quería.

Bruno abrió los ojos los más que pudo. ¿Qué le pasaba a su abuelo? En cierto modo siempre había sido algo reservado y extraño, pero era más que evidente qué le estaba preguntando. Qué era lo que todos estaban esperando. ¿Por qué su abuelo no decía nada?

—Que ¿qué le pasa a María? —insistió el domador sosteniendo con fuerza a su novia, quien de vez en cuando volvía a perder las fuerzas.

—No creo que eso sea de tu incumbencia, ni de la de ninguno de vosotros —respondió con franqueza.

—Te equivocas —interrumpió Javier—. Este asunto nos compete a todos —dijo avanzando hacia su suegro ayudado por Angélica.

—Tiene razón —apoyaron Adrianna y Angélica al unísono.

—Yo, yo no estoy de acuerdo —dijo de improvisto Nicole colocándose entre su padre y su abuelo—. Creo que a ninguno de nosotros nos toca decidir sobre eso. Tan solo maría debe escoger si quiere que esa información la escuchemos todos o quienes van a escucharla —Hizo una pausa—. Es su vida y tiene derecho a guardar su intimidad como ella quiera —explicó.

—No estoy de acuerdo.

La voz de Gael sonaba seria.

—Todos estamos metidos hasta el cuello en esto. No creo que ninguno de nosotros deba reservarse información que nos sea útil a todos para sí mismo —añadió.

—¿Y lo dices tú? —preguntó Óscar con sarcasmo—. ¡Tú eres el que más secretos ha guardado en toda su vida! —reprochó.

—Eso son cosas del pasado. Gael tiene razón, debemos estar unidos y no tener secretos entre nosotros —advirtió Angélica—. Contamos con la ventaja de tener a una Ignis, pero si no nos cuentas la información no sabremos cómo utilizarla.

—¡Basta! —explotó el padre de María—. ¿Podéis dejar de hablar de mi hija como si no estuviese? —pidió—. ¡No es un arma!, ¡es una niña! —chilló.

—Siento decirle que aquí ya ninguno de ellos son niños —respondió Adrianna apenada.

La directora conocía a la mayoría desde la niñez. Los había visto crecer, madurar, meterse en líos. En resumen, los quería a todos como a unos hijos. Incluso a María, aunque hubiese llegado al Morsteen más tarde. pero había que ser conscientes de la realidad. No podían seguir mintiéndose a sí mismos. Sus alumnos ya no eran niños. No lo eran desde hacía un año. Ahora eran guerreros.

—Sois despreciables —espetó el padre de María con todo su odio mientras caminaba hacia donde estaba su hija—. No respetáis nada, ni a nadie. ¿En serio vuestra vida es esto? No me extraña que Danna huyese de vosotros cuando tuvo la más mínima oportunidad.

Ese último comentario fue un golpe bajo. 

—No tienes ni idea —respondió Javier avanzando hacia él—. Lo hemos dado todo por proteger este mundo que tanto amas. Nuestras vidas a cambio de que gente como tú viva feliz ignorando lo que hay en realidad.

—¡Javier! —advirtió Adrianna.

—¡No! ¡Ya basta de tanta delicadeza delicadeza y comprensión! Siento que hayas perdido a tu mujer, de verdad que lo siento, era un gran guerrera, pero sobre todo una buena amiga, pero ¿sabes qué? No eres el único que ha perdido a alguien o ha hecho grandes sacrificios. Yo también perdí a la mía —Después se giró hacia Mateo—, y él a la suya. Y ella consagró su vida a entrenar a nuestros hijos para mantenerlos a salvo y que ellos sigan manteniendo tu mundo en la ignorancia. Dejó a su familia, sus amigos, su futuro, todo, por gente como tú que ni siquiera sabe que existe —dijo mirando a Adrianna—. Él renunció a toda su vida y su humanidad y se infiltró en una red de asesinos para mantenernos informados y poder neutralizar todos sus pasos —explicó señalando a Gael—.  Y ella —añadió fijando su vista en Angélica—, ella se casó con un hombre horrible y despreciable, y tuvo que mantener a sus hijos alejada de ella para que no fuesen blanco de la ira de ese psicópata.

—¿Qué? —la voz de Nathaniel sonaba rota.

Todos enmudecieron con las confesiones de Javier. En verdad ninguno se había puesto a parar a pensar en todos los sacrificios que habían hecho. Pero el de Angélica había sorprendido a todos. Los chicos nunca habían entendido su matrimonio con Ezequiel, pero Angélica era una mujer misteriosa y con mal humor, así que jamás habían preguntado por ello. Y lo de sus hijos... Siempre habían pensado que ella jamás había querido ser madre. Que era una mujer horrible con cero instinto maternal. Nunca se les había ocurrido que los tratase así para que Ezequiel no los utilizase para dañarla.

—No es momento de echar cuentas —dijo Angélica con la voz visiblemente afectada.

Siempre se había imaginado ese momento en el que les pudiese explicar todo a sus hijos y abrazarlos de verdad por primera vez. Sin embargo el tiempo había ido pasando, la situación se había ido complicando y poco a poco había visto como iba perdiendo a sus hijos. Como se alejaban de ella, como la despreciaban, como al tratar de protegerlos lo había dañado. Sin embargo, todo su sufrimiento había valido la pena si había conseguido alejarlos de Ezequiel.

—Papá, el señor Jaquinot tiene razón— dijo María avanzando hacia el sofá ayudada por Bruno—. por favor, cuéntanos todo lo que sabes —pidió a Mateo mientras se sentaba en el sofá y se preparaba para lo que iba a tener que escuchar.

 




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