Iuvenis | #3 |

Capítulos 25. Leyendas mezcladas con verdades

Mateo tragó saliva. No estaba muy seguro de qué les iba a contar. Esa no era su historia. No era su destino. Nunca lo había sido. Y, sin embargo, ahí estaba él. 

Las cosas no habían salido como estaban planeadas. No debía ser él. Pero si él no lo contaba, ¿quién lo haría? Ya no quedaba nadie. Todos estaban muertos. Habían fallado. No había vuelta atrás. pero con María se alzaba una nueva oportunidad, una luz. Una esperanza en definitiva. Debía trasmitir lo que sabía. Por su mujer, por su hija... Sabía que no le correspondía a él... Se trataba de un secreto familiar. Un secreto que cuando murió su hija pensó que se había hundido hasta el fondo con ella. Que, en cierto modo, nunca terminó de creer. Que pensaba que se trataba de un mito, pero que con María había cobrado sentido y vida. Y así tenía que ser. Lo necesitaba. Eso significaba que nada habría sido en vano y que su mujer y su hija, en cierto sentido, estaban más vivas que nunca. 

Cerró los ojos. Era el momento.

—Creo que todos deberíais sentaros —dijo con voz tranquila y pausada.

La mayor parte de los allí presentes no entendían por qué Mateo se estaba tomando tanto tiempo en relatar lo que sabía. No era un buen momento para perder el tiempo, pero sin embargo ahí estaba él preparándose como cuando te sientas junto a la chimenea y te preparas para leer un cuento a un niño.

—Por favor —insistió él.

No hizo falta más. Todos estaban ansiosos por conocer la información que solo él poseía, así que le hicieron caso. Trajeron sillas de la cocina; ocuparon los huecos de los sofás y esperaron en silencio a que comenzase.

—Todos conocéis ya las leyendas —Respiro—. Ignis y domadores. Dos razas íntimamente relacionadas. Poderosas y ambiciosas. Afines y adversas —Se llevó la mano al corazón recordando cuando su mujer se lo contó a su hija. Cómo hubiese deseado que fuese ella o Diana quien se lo contase a Nicky y Bruno.

—Mateo, todos conocemos las leyendas, pero no son mas que cuentos de niños para irse a dormir —suspiró Javier—. Si eso es todo lo que vas a contarnos creo que tenemos otras cosas que hacer. No nos hagas perder el tiempo.

Las palabras del domador podían sonar rudas, pero no era su intención. Dana había muerto y todos estaban el peligro. Eran minoría y no era el momento de relatar antiguas historias, solo información que pudiesen usar contra el enemigo.

—Sí, historias de niños, pero, sin embargo ahí la tenemos —respondió señalando a María.

—Sigue —pidió la ignis.

—Me imagino que a todos los aquí presentes os habrán contado que  hace cientos de año los Ignis gobernaban estas tierras y que los domadores eran sus protectores. Que comenzaron a enloquecer de poder y pidieron a sus guardianes que le trajesen un dragón.

Todos asintieron con la cabeza.

—Sin embargo esa solo es una versión. Como todas los buenos relatos, hay dos formas de contarlos. Pero, como siempre, los vencedores son quienes escriben las historias. y porta esta otra leyenda cayó en el olvido.

María parpadeó de forma rápida varias veces. ¿Se referiría a lo que le había contado Nina cuando descubrió el libro?

—Mateo, no puedes dar credibilidad a la otra historia. Son rumores malintencionados de aquellos que no están de acuerdo con el régimen —interrumpió Angélica.

—¿Por qué no? Como todo en la vida tiene su parte de verdad y de invenciones. Nada es negro o blanco. Y la realidad se encuentra al entrelazar ambas historias —respondió ante el asombro de todos—. Es cierto que los ignis gobernaban y que los domadores eran quienes les protegían. Y, como de costumbre, hemos caído en el mayor de los errores. Contamos la historia divida en razas, no en personas. Domadores e ignis; buenos y malos. Ni siquiera se mencionan a los aqua, natura y ventus, cuando ellos también jugaron su papel. Pero, ¿a quién le importaban? Tan solo eramos relevantes nosotros, los domadores. Los héroes de la historia. Qué equivocados estábamos, y lo seguimos estando.

—¿De qué hablas? —preguntó Adrianna intrigada.

—Eran una sociedad con miles de personas. Personas buenas y malas, como en todos lados. Y eso no lo definía su raza, sino su esencia —Tomó aire—. Había grandes gobernadores entre los ignis y otros no tan buenos que ambicionaban convertirse en dioses para sus pueblos. Pero también había honrados domadores que buscaban la paz y la estabilidad; y otros que instigaban al pueblo a levantarse y sometían a quienes se negaban, todo para quedarse ellos con tan ansiado poder.

—¿Pero qué tienen que ver los aqua, natura y ventus? —inquirió Óscar.

Era la primera vez que se los mencionaba en la historia.

—Mucho. Ellos eran los más numerosos. Un rey no es nada sin su pueblo y eso no hay que olvidarlo. El poder reside en el pueblo y no es sus gobernantes. Ellos pueden derrocar gobiernos. Por eso el régimen los ha infravalorado toda la vida, les ha hecho sentir insignificantes hasta que ellos se lo han creído y así han logrado que sientan que no son capaces de revelarse. Que no tienen ninguna oportunidad de vencer —Hizo una pausa—. Así surgieron los repudiados, pero esa es otra historia.

—Entonces, ¿qué pasó en verdad? 

María necesitaba respuestas y, por primera vez, sentía que casi las podía tocar con las llemas de sus dedos.

—Eso no te lo puedo decir. La verdad es complicada. Lo que sí te puedo contar es una historia. La de dos mujeres que se revelaron. Que se unieron y demostraron que juntas podía enfrentarse al mundo entero —Sonrió—. La historia que une tu familia con la nuestra. Bueno, la suya —rectificó señalando a Bruno y Nicole.

Esas palabras hicieron enmudecer a todos.

—¿Nunca habéis sentido que había algo entre vosotros? Algo que os unía, que os llevaba irrefrenablemente el uno al otro. Una confianza ciega e inentendible. Confusa, quizá, pero que hacía que os sintieseis bien juntos.




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