Iuvenis | #3 |

Capítulo 26. Magnetismo

María se quedó en silencio pensando en lo que Mateo acaba de confesarle. Recordaba ese primer día en el internado cuando vio a Nicole realizando su discurso. Recordaba ese magnetismo que había sentido. Una sensación rara que hacía que se enfocase en ella, que solo la pudiese mirara a ella y que le fuese imposible mirar hacia otro lado. Había sido raro y bastante incómodo. No entendía por qué no podía dejar de observarla. Nunca antes le había pasado eso con una chica. 

Quizá era eso lo que le había pasado. 

Con Bruno había sido algo diferente. Era cierto que se había quedado completamente embobaba la primera vez que lo vio en la cafetería. Pero había sido algo más sexual. Quizá también mezclado con esa extraña atracción, pero prefería convencerse a si misma de que había sido amor a primera vista. Amor verdadero.

—¿Por qué ocurre eso? —preguntó ante la atenta mirada de Bruno y Nicky.

Ellos habían sentido algo, pero no tan intenso. Nicky recordaba que, en cierto modo, María le había provocado ternura y había tratado de medio protegerla a su manera, algo que no solía hacer. Pero tampoco es que le hubiese interesado demasiado su vida hasta que llegó a conocerla bien y a verla como una verdadera amiga.

Por su parte, Bruno había sentido algo de la chica que le llamaba la atención y le provocaba curiosidad. Siempre había pensado que era la inocencia y la naturalidad de la chica. Pero ¿un magnetismo irresistible? No. Con el tiempo sí que se habían intensificado sus sentimientos y podía decir sin ninguna duda que la quería. Pero al principio tan solo era curiosidad.

Mateo se aclaró la garganta al ver la cara de sus nietos.

—Vuestro caso es algo diferente. Nunca antes había ocurrido en la familia un caso como el vuestro —Hizo una pausa—. Mellizos —explicó—. Quizá el vínculo con ella sufrió algún tipo de rotura por el vuestro. El suyo se dividió entre los dos y el vuestro se unificó.

María y Nathaniel se miraron con una sonrisa cómplice. Ahora resultaba que la extraña relación de esos dos hermanos era cosa de una extraña leyenda. Si es que esa familia ya no sabía qué inventarse para no reconocer sus problemas y para echar balones fuera.

—Bueno, ¿vas a empezar en algún momento la historia? No es que el rollo raro de romance adolescente que se puedan traer estos tres no me interese, pero mi vida corre peligro y eso ahora mismo es mi prioridad —interrumpió Gael.

Mateo fue a responderle, pero en verdad sabía que el repudiado tenía razón. Estaba divagando. En el fondo deseaba que su mujer y su hija estuviesen allí y que fuesen ellas quien contasen su historia, pero eso era imposible, así que había llegado la hora.

—Empezó como comienzan todas las buenas historias, con un amor no correspondido y otro prohibido. Dentro de los Ignis había rangos. Había una familia extremadamente poderosa. Una familia para quien no había nada imposible ni nadie capaz de negarles nada. Y así creció él —Mateo generó una llama de fuego a la que fue dándole la forma de un hombre—. No sé su nombre ni su apellido. Pero sé que era un ser despreciable. El mundo estaba a sus pies, pero eso no era suficiente. La quería a ella —añadió mientras creaba a una mujer con otra llama.

María miraba absorta las figuras y su resplandor.

—Ella se llamaba Neferet. Su familia la había educado para reinar, para casarse con él y gobernar el mundo, pero ella no deseaba eso. Era un ser dulce y bondadoso. Amaba corretear por el pueblo y mezclarse con el resto de las razas—. Mateo continuaba escenificando la escena utilizando ráfagas de viento para que pareciese que la mujer corría y ramas para simular árboles, casas y demás—. Neferet no quería casarse con él. Ella amaba a otro hombre. A un aqua concretamente. A un joven sanador. Ambos se veían a escondidas mientras la mejor amiga de esta y su guadiana, Valle, los cubría. Pero eso no duró demasiado tiempo. El prometido de la Ignis los pilló un día y lo asesino delante de ella. La hubiese matado también a ella si Valle no se hubiese interpuesto. Ella luchó con todas sus fuerzas para derrotarlo, pero el Ignis y su protector eran demasiado fuertes y fue imposible. Sin embargo, su cerbero logró arrancarle el brazo derecho.

Silencio. Nadie se atrevía a interrumpir la historia. No tenían muy claro qué tenía que ver con ellos, pero estaban completamente atrapados por el relato.

— Las conexiones de ambas murieron en la pelea y Neferet y Valle fueron castigadas y encerradas por sus respectivas razas. Ambos fueron encerradas en lo más profundo del palacio, sin embargo lograron escapar. Entonces se decretó que no se volvería a mensionar sus nombres, que no se hablaría de ellas, como si nunca hubiesen existido. Pero cuando una chispa se enciende ya es imposible apagar la llama. En el pueblo solo se hablaba de una cosa, de las dos mujeres que se habían enfrentado a la familia de tiranos. Aquellas que habían logrado arrancarle un brazo y habían escapado del reino. Eran unas heroínas entre los aqua, ventus y natura. Las revueltas se producían todos los días y cada vez los Ignis y domadores perdían más poder. Algo que no les gustaba y lo solucionaban con miedo y represión al pueblo, pero ya no había nada que los frenase. Les habían dado esperanza —Hizo una pausa—. Muchos domadores e ignis eran pacíficos y estaban cansados de tanta lucha y pidieron parara esa locura, pero el núcleo más duro de la familia de los tiranos se lo tomaron como una traición y los masacraron. A todos. Cientos de domadores e ignis asesinados y expuestos en la plaza del pueblo como un claro mensaje de lo que ocurría cuando te enfrentabas al poder.

María se llevó la mano al pecho. Tanto dolor, tanta muerte y todo por un amor no correspondido.

—El tiempo fue pasando y parecía que las aguas se habían calmado. El mensaje había llegado alto y claro al pueblo hasta que un buen día comenzó a correrse la voz de algo insólito. Neferet había tenido una hija. Una niña mitad ignis mitad aqua. Nunca antes una ignis había tenido descendencia de alguna otra raza. De hecho se contaba que era imposible. Que el fruto de la mezcla no germinaría. De nuevo, no eran más que mentiras de los poderosos para no mezclara su linaje —Sonrió recordando cuando su mujer se lo había contado—. Esa noticia corrió como la pólvora. Y ese hombre, llamémosle X, se desquició. tenía que acabar con su antigua prometida y su bastarda. Así que mando a sus mejores hombres en busca de dragones. Los mejores domadores partieron a las montañas en busca de dragones. 




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