Iuvenis | #3 |

Capítulo 5. Kael

Cesar caminaba molesto por el pasillo del Morsteen mientras su novio trataba de perseguirlo a paso ligero.

—No es para tanto—comentó Marco con voz conciliadora.

Cesar frenó en seco al escuchar esas palabras. ¿Que no era para tanto?, ¿que no era para tanto?, ¿cómo podía decirle eso? ¡Claro que era para tanto!, ¡era para eso y para mucho más!

—Ah, ¿no?, ¿y para cuánto consideras tú que es?—preguntó molesto.

  —No dramatices.

Nada más decirlo, Marco supo que acaba de soltar una tontería. Pedirle a su novio que no dramatizase era una completa absurdez. Cesar era el rey del drama y eso era algo que, aunque lo sacase de quicio, amaba de él.

—¡No me mires con esa cara!, ¡no estoy dramatizando!—explotó moviendo sus brazos en exceso—. El problema es que el único que se está sacrificando aquí soy yo—añadió poniendo cara de pena.

Marco parpadeó varias veces incrédulo al escuchar las palabras de su novio, ¿que él era el único que se estaba sacrificando? Lo peor era que seguramente Cesar en verdad se creía lo que estaba diciendo.

—Cariño, creo que estás exagerando.

Cesar negó con la cabeza seguro de lo que decía. 

—Claudia ha arriesgado su vida al adelantar su conexión para ayudar, Gael al infiltrarse durante tantos año para pasar información a Javier Jaquinot, Dana refugiando en su casa a personas declaradas enemigas del régimen —Hizo una pausa— ¡y Nicky está en la cárcel por salvar a tu hermano!

Conforme una avanzando el tono de Marco iba subiendo, le parecía más que increíble que su novio se considerase el más perjudicado de todos...

  —Pero yo he vuelto al internado—respondió poniendo cara de cachorrito.

—Yo también—contestó Marco.

—¡Pero tú de profesor!—gritó—. Yo tengo que ser alumnos, hacer trabajos, exámenes... y encima me están suspendiendo...

Las palabras de Cesar, por absurdas que fueran, sonaban tan tiernas Marco soltó una pequeña risa y fue a abrazarlo, pero entonces el exdomador se separó.

—Eh, ¡yo conozco a ese chico! —exclamó emocionado.

Marco tosió tratando de llamar la atención de su novio. ¿A qué venía tanta emoción?

—¿Debo preocuparme?

Cesar ni tan siquiera escuchó lo que su novio le estaba preguntando. Por fin había encontrado algo interesante qué hacer en esos aburridos días.

—Ven—dijo tirando del brazo de su novio y arrastrándolo fuera del Morsteen.

—¿Quieres que lo sigamos?—preguntó alarmado.

Cesar besó a su novio con furia y este, viendo la emoción que provocaba en él esa aventura, accedió a los deseos de su novio.

Ambos siguieron cautelosos cada paso que el chico cabello dorado quebrado, medio largo y bastante  despeinado iba dando. Cesar estaba deseoso de saber por qué el chico se estaba saltando el toque de queda impuesto por Ezequiel y estaba escapándose del internado. Hacia demasiados años que no lo veía y había crecido bastante, pero estaba seguro de que sería capaz de reconocerlo entre un millar de personas.

De pronto el chico se paró, miró hacia los lados y a punto estuvo de atraparlos, pero Cesar estuvo rápido y pudo esconder a su novio y a sí mismo tras un árbol. Una vez el muchacho creyó haberse cerciorado de que estaba solo, entró por la puerta de una pequeña cabaña que ninguno de los dos chicos recordaban haber visto nunca. ¿Dónde estaban?

—¡Vamos!—indicó Cesar.

—No.

—¿Cómo que no?—preguntó sin terminar de entender.

—No vamos a entrar ahí, ¿y si es una trampa? 

—Nacho es un viejo amigo al que vi por última vez cuando  Diane murió.

Diane era la dragona aliento de fuego con la que Cesar había tenido su conexión. La había llamado así en honor a Diana, la mejor profesora que había tenido. Que casualidad que ambas hubiesen muerto el mismo día...

Marcó cerró los ojos, no creía que se fuese a dejar convencer, pero sabía que si había algo capaz de tocarle la fibra a su novio, era Diane, así que si ese chico podía calmar algo de su dolor, debían entrar. Lo cogió de la mano y ambos se aventuraron dentro de la cabaña.

Estaba oscura y Cesar creó una pequeña llama, a cierta distancia de su mano para no quemarse, que iluminó toda la habitación. El chico se giró desconcertado. No esperaba visita, y menos de ese invitado.

Una vez se hubieron acercado más, Marco contempló que los cabellos del chico no eran dorados, sino una mezcla de amarillo y naranja con reflejos de luz, que en la lejanía le daban esa apariencia. Sus ojos eran de un color ámbar meloso con destellos verdes, sus cejas, castañas oscuras,  estaban ligeramente anguladas y contrastaban con su pelo. Su tez era trigueña clara, y su nariz, delegada, estaba repleta de pecas claras. Curiosamente, eran la única parte del cuerpo donde existían.




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