Habían pasado los días de manera interminable, pero, al fin, parecía que habían alcanzado una especie de acuerdo con el que, en mayor o menor medida, todos estaban satisfechos.
—Muy bien, está todo claro, ¿no?—preguntó el abuelo de Bruno—. Pues en marcha—añadió al ver que todos asentían con la cabeza.
—Un segundo, ¿nos vamos a llevar al viejo?—preguntó Clo con su habitual tono de superioridad.
Todos se giraron hacia ella asombrados.
—¿Cómo ha dicho, jovencita?—respondió él tratando de contenerse.
—A ver, no te ofendas—Cada vez que Claudia comenzaba así una de sus frases significaba que iba a ser realmente cruel y que la persona tenía más que motivos para ofenderse—, pero ya estás mayor, ¿qué tienes?, ¿ochenta?—preguntó mirándolo de arriba abajo—. ¿No crees que deberías quedarte aquí sentado en el sofá con una manta y un tazón de leche mientras nosotros nos encargamos?
En verdad Clo no había querido ser cruel, era su naturaleza. Decía siempre lo que pensaba sin filtro alguno y nunca entendía por qué a los demás parecía que le sentaban mal sus opiniones, eran demasiado sensibles...
Las ventanas comenzaron a temblar. Pronto, el resto de los muebles de la casa también lo hicieron. Mateo Quirán, el abuelo de Bruno, alzó sus manos y Claudia salió despedida hacia el sofá. Ella intentó levantarse, pero una fuerte corriente de viento la obligaba a permanecer sentada.
—Jovencita, le recomiendo que mida sus palabras al dirigirse a mí.
Clo cerró lo ojos tratando de llamar a su conexión, cuando su dragón apareciese, y destrozase la casa llamando la atención de todos, ese hombre se iba a enterar. ¡Nadie la hacía parecer débil!
Mateo realizó un giro de muñeca y la conexión dejó de brillar. Claudia abrió los ojos asustada, ¿qué acababa de pasar? La corriente de aire dejó de presionarla y la rubia se llevó las manos al cuello, le escocía, pero la conexión permanecía ahí intacta.
—Tienes suerte de tener una madre maravillosa a la que admiró—comentó sin más girándose y saliendo por la puerta.
Angélica le dedicó una sonrisa y salió tras él. El resto, a excepción de javier Jaquinot, que lo conocía demasiado bien, lo miraron incrédulos. ¿Acababa de decir que Angélica era una mujer maravillosa a la que adoraba? Eso no tenía ningún sentido. No sabían a quién demonios conocería ese señor, pero a Angélica Vargas desde luego no.
Claudia se levantó molesta y siguió a su madre y a Mateo. Seguía sin comprender cómo había logrado parar su conexión, ¿eso sería algo hereditario o se podría aprender? Tanto esfuerzo y riesgo para conseguir una conexión con un dragón y ahora resultaba que no servía para nada...
Todos fueron saliendo tras ellos hasta que tan solo quedaron en la casa Dana y su marido. Esta lo miró sin saber muy bien qué decir.
—Ve tranquila—dijo este a modo de despedida.
—Lo siento...
—No, sé que tendrías tus razones y no es momento de disculpas. Debes estar fuerte, por nuestra hija.
Dana lo besó con todas sus fuerzas, ¿cómo podía haber tenido la suerte de encontrar un marido tan comprensivo? Sin duda María había salido a él, y no podía estar más orgullosa de ella.
—Las entradas a Barnor estarán selladas, ¿cómo lograremos entrar?—preguntó Nate serio.
Se moría por rescatar a Nicky, por estrecharla entre sus brazos y jurarle que nunca más volvería a estar en peligro.
—No todas.
Todos, a excepción de Mateo, se giraron hacia Javier Jaquinot.
—¿Cómo dices?—preguntó Bruno a su padre.
—Que no todas están cerradas. En mi casa, más bien en mi habitación, hay una entrada que nadie conoce—explico.
—¡Ves!, ¡te dije que tu padre había desaparecido en mi habitación!—exclamó María emocionada sin darse cuenta de que no estaba a solas con Bruno.
—¿Podemos continuar o nos vas a ilustrar sobre tus dotes de cotilla?—preguntó Clo con voz burlona.
—¡Clo!—regañó Nate.
María lo miró con una sonrisa, ¡sabía que le caía bien!, pero no era el momento de otro abrazo.
—¿Cómo construiste una puerta en tu casa?—preguntó Dana curiosa.
—No la cree, no creo que nadie sea capaz de eso—Hizo una pausa—. Más bien me percaté de que había una puerta allí y construí mi casa sobre ella—respondió encogiéndose de hombros.
—Querrás decir que yo la descubrí, se lo comenté a mi hija y tú te apropiaste de mi idea—Corrigió Mateo.
Bruno se colocó entre su padre y su abuelo antes de que saltasen más chispas. Estos desde nunca habían conseguido congeniar, pero desde la muerte de Diana, la situación no había hecho más que empeorar.