Iuvenis | #3 |

Capítulo 7. El transporte

Todos salieron de la casa, a excepción del padre de María que seguía sentado en el sofá sin mediar palabra. No entendía cómo su mujer le había estado ocultando ese secreto desde el día en el que lo conoció y, sobre todo, no asimilaba que Dana hubiese obligado a su hija a ser partícipe de esa gran mentira. ¿Por qué lo había hecho?, ¿es que acaso pensaba que no lo iba a comprender?, ¿que las iba a abandonar? ¡Claro que no!, ¡eran su mujer y su hija! Eran las personas a quienes más quería en el mundo y, ahora, sentía que apenas las conocía. Que toda su vida se había sostenido mediante las mentiras y los engaños de la una y de la otra...

Una vez fuera, todos esperaron la llegada de Adrianna, con quien habían quedado en un oscuro y alejado callejón de la ciudad. El suelo estaba empedrado y las paredes de los edificios manchadas por diferentes intentos de grafittis que, aún con toda su intención, no dejaban de ser firmas sin sentido que no llegaban a decorar nada.

Claudia miró a su derecha y se llevó la mano a la nariz tratando de taparla a la vez que con la otra intentaba airear el ambiente.

—¿En serio?, ¿este os ha parecido el mejor lugar para quedar con la directora?— preguntó molesta mirando hacia los contenedores llenos de basura que estaban justo a su lado.

El hedor era insoportable. ¿Cada cuánto los vaciarían? Parecía que nadie se preocupaba por esa zona de la ciudad...

—Es la zona más segura para que no nos vea nadie—respondió Javier Jaquinot estirando el cuello en busca de Adrianna, quien llegaba tarde.

La directora o, bueno, ya exdirectora dado que su cargo le había sido arrebatado por Ezequiel a la fuerza, nunca se hacía esperar. La puntualidad era una de sus señas, que no estuviese allí a tiempo era una mala señal.

Clo siguió mirando los contenedores y tratando de alejarse lo más posible de ellos. Normal que nadie se pasease por allí, pero ¿qué era lo que había dentro? ¡Olía como si de un cadáver descomponiéndose de tratase!

Unos pasos firmes alertaron a todos los allí presentes que se prepararon para lo peor, sin embargo se trataba de Adrianna. La miraron confusos. Su perfecto moño siempre bien recogido estaba completamente despeinado y sus negros ropajes tenían pequeñas manchas de tierra o, quizá, barro.

—¿Qué ha ocurrido?—preguntó Mateo Quirán.

Bruno miró a su abuelo, en sus palabras se podía notar que estaba más preocupado de lo que quería evidenciar.

—He pasado por el Morsteen.

Todos abrieron la boca para tratar de interrumpirla y mostrarle lo mala idea que había sido esa decisión, pero Adrianna no los dejó hablar.

—No podía consentir que todos esos jóvenes estuviesen allí atrapados con ese loco—. Hizo una pausa y miró a Angélica, Nathaniel y Claudia—. Con todos mis respetos— añadió.

—Nadie mejor que nosotros para saber que es un loco, un déspota y un maníaco— respondió Angélica sin darle excesiva importancia.

 Adrianna sonrió compadeciéndola, pocos sabían lo mucho que la señora Vargas había sufrido al lado de ese horrible y peligroso hombre.

 —Fui allí para tratar de contactar con Cesar y Marco y que me ayudasen a sacar, al menos, a alguno de los niños, pero fue imposible—Cogió aire—. Han reforzado la seguridad y están vallando el perímetro—Negó con la cabeza, estaban convirtiendo su hermoso internado en una cárcel para los jóvenes—. Además, las criaturas de su ejercito patrullan día y noche toda la zona, lo han convertido en una fortaleza...—espetó resignada.

Javier se acercó hacia su amiga y colocó su mano sobre el hombro de esta para tratar de reconfortarla.

—No te preocupes, en cuanto rescatemos a mi hija nos reorganizaremos y recuperaremos el internado, te lo prometo.

Ella sonrió. 

—Está bien, ¿cómo vamos a entrar en la prisión?—preguntó.

—Lo primero es ir a la Biblioteca Nacional de Chile.

María se giró molesta hacia Javier Jaquinot. ¿En serio él también le iba a gastar esa broma?, ¿de verdad creía que era el momento?

—¿No crees que podemos dejar las bromas de lado e ir directamente a Barnor?—preguntó molesta.

El señor Jaquinot la miró sin terminar de entender a qué se refería. La puerta hacia su casa se escondía allí dentro.

  —¿Que broma? ¡No me hagas perder el tiempo!—respondió este igual de molesto.

Tenían que ir a Barnor a rescatar a su hija y no tenía tiempo de estupideces como esas. 

Bruno agarró a su novia con fuerza y dio un paso al frente. Sabía que si María le contaba a su padre lo sucedido, este no se lo tomaría nada, pero que nada bien.

  —Lleva unos días algo nerviosa, no está durmiendo mucho.

María se giró hacia su novio sin creer lo que acababa de escuchar. Bruno le rogó silencio con la mirada y esta aceptó, pero se soltó de él.




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