Ixthus 2 La Amenaza

1

La temporada de lluvias había terminado un mes atrás. Se suponía que a esas alturas del otoño ya no deberían estar cayendo chubascos, porque si no, ¿cómo lograrían los arboles pintarse del amarillo pálido propio de la temporada? Pero como Tadeo había dicho alguna vez: “estos tiempos, son tiempos locos, muy, muy locos”.

 Una lluvia rezagada intentaba cumplir con su tarea del verano a mitad del otoño, y no habría problema con ello, si no fuera porque tenían mucha prisa de avanzar y ella los retrasaba considerablemente.

Para Naín, el hecho de estar mojado hasta los huesos y dormir en una cueva no era problema. Considerando que durante su entrenamiento en los cazadores, algunos años antes de que se uniera a los ixthus, había salido en expediciones con climas semejantes e incluso peores, lo habían preparado bastante bien y ahora se podría decir que estaba acostumbrado; además, estaba seguro de que estaba ahí por las razones correctas.

Le había prometido a su hermano que llevaría a Sara a la verdad tal y como lo habían hecho con él. Quería sacarla de esa red de mentiras que Belial y los suyos habían tejido para mantener a la humanidad bajo su poder. No importaba lo que tuviera que hacer.

Unas gotas de lluvia volaron hacia el interior de la cueva y cayeron en el rostro de Naín. Se despertó sobresaltado por el frío del agua.  Se suponía que no debería estar dormido, le tocaba hacer guardia y velar por el bien de Gera y de él mismo; pero estaba cansado y en contra de su voluntad, se quedó dormido.

Miró a su lado, Gera seguía ahí dormido sobre el húmedo suelo de su refugio. Naín daba gracias a Dios el haberse encontrado con esa cueva en medio del bosque, ella les ofrecía, aunque sea, un poco de protección contra la furia del agua que azotaba afuera. Después de dos días de haber cruzado un páramo interminable, esa cueva era como un hotel de cinco estrellas; y es que por seguridad ellos se movían únicamente por los lugares más despoblados que pudieran encontrar. Tanto Gera como Naín estaban bien identificados como ixthus, por lo tanto, cualquiera que los miraba quería matarlos, o al menos dar aviso a las autoridades de su avistamiento. Fue por eso que Lael había decidido que esta misión se completara con dos personas, así serían menos vistosos y estarían más seguros, además de recomendarles que se movieran únicamente de noche, cuando era más probable que no los vieran.

A Lael no le gustaba la idea de perder a ninguno de sus hombres, y el dejarlos salir representaba para él una ardua lucha en contra de su buen juicio. Además, Gera era muy joven todavía, apenas dieciséis años; bueno, casi diecisiete, según él; pero Naín se había despedido asegurándole tanto a Lael como a Eliel que lo cuidaría muy bien y que sería precavido, lo cual no había hecho al quedarse dormido durante su guardia.

Se levantó para evitar quedarse dormido otra vez. Hizo inventario del escaso equipaje que traían consigo en un par de mochilas.

Contó tres paquetitos de carne seca, un paquete de semillas de calabaza, cuatro barritas de galleta, unas cuantas peras secas y en cuanto al agua, bueno, de esa sí que ya no quedaba nada.

Puso a llenar una casuelita con agua de lluvia, aprovechando el chubasco que caía afuera. Sus reservas se habían agotado considerablemente cuando cruzaban el páramo. En él no había ni el más mínimo rastro de agua y ella les comenzaba a escasear, pero afortunadamente esa lluvia tardía solucionaba ese problema. Era fresca, pura y deliciosa; justo lo que necesitaban.

Naín juntó un poco de agua en sus manos y se empapó la cara. Eso lo terminó de despertar y lo dejó listo para continuar con su camino.

Se acercó a Gera para despertarlo. Él aún dormía tan a gusto, que a Naín le incomodó la idea de sacarlo de sus sueños. Las gotas de lluvia que caían sobre su cara no parecían molestarle. Ahora el que tenía el sueño ligero, dormía como una piedra. Y no podía culparlo. Se había mantenido despierto por dos días completos, a pesar de la insistencia de Naín porque durmiera, pero él se negaba, decía que no quería perderse la acción si ésta llegaba.

Gera era muy entusiasta y un poco testarudo también. Naín sabía que no quería quedar mal en su primera misión y por eso se negaba a dormir y descansar, “Pero ya entenderá” se decía “en las misiones, lo más importante será estar descansado” su experiencia en los cazadores le había enseñado eso, pero al igual que Gera, lo había aprendido a la mala.

Se acercó sigiloso y lo llamó tacándolo en un costado.

—Gera

El llamado de Naín fue demasiado suave, él sólo se removió y se quejó en sueños.




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