ALESSANDRO…
Ha transcurrido cinco años desde que Izel fue coronada como la nueva reina de los vampiros, cinco largos años desde que mi hermana dejó de ser la misma tras su elección como nuestra soberana.
Recuerdo vívidamente el momento en que sus ojos se cerraron para recibir la bendición final, cuando varios de los presentes comenzaron a murmurar en desaprobación. Sin embargo, en medio de los susurros, un marqués regordete del norte, quien había llegado para atestiguar la coronación, estalló furioso:
—¡No puede ser! ¿Cómo es posible que una mujer sea nuestra líder? ¡Esto es inaceptable! —bramó sin contenerse—. ¡Es una afrenta, Alessandro ha sido preparado durante años para este momento, no podemos permitirlo.
Las voces de protesta resonaron con mayor fuerza, alimentando un ambiente de indignación y rechazo hacia Izel como la nueva reina. Repentinamente, un silencio sepulcral descendió sobre la multitud, y solo comprendí la razón cuando la cabeza del Marqués Voinescu rodó hasta quedar a mis pies, revelando a Izel, con una mirada furiosa y ensangrentada, mientras observaba el cuerpo inerte del marqués—Agh, me manche de sangre asquerosa—murmuro, luciendo una sonrisa por lo que acababa de hacer.
—¡¿Qué estaban diciendo?! ¡¿Qué no aceptan mi reinado?! —su risa estridente resonó por todo el castillo mientras se encaminaba hacia el trono—. Lamentablemente para ustedes, nadie les solicitó su opinión al respecto. Su única tarea es aceptarlo y servirme, de lo contrario, acabarán como él —señaló con desdén el cuerpo inerte del Marqués.
El temor y la incredulidad se reflejaba en cada rostro presente en la celebración, incluido el de nuestro padre. Todos eran conscientes del poder que aquel hombre del norte ostentaba, lo que implicaba que si no le importó eliminar a un individuo influyente por oponerse a ella, era más que evidente que no vacilaría en seguir eliminando a cualquiera que osara desafiar su autoridad.
Lilith, a mi lado, parecía horrorizada por lo ocurrido, deseaba consolarla, abrazarla y llevarla lejos para que pudiera llorar. No resultaba nada común presenciar cómo tu mejor amiga de toda la vida se transformaba en alguien totalmente distinto y siniestro. Incluso sus ojos habían cambiado, abandonando aquel gris radiante que solía irradiar vida, ahora eran unos ojos rojos con negro envueltos en oscuridad, pareciendo más un demonio que una vampira.
El ambiente se volvió cada vez más denso, nadie pronunciaba palabra alguna, nadie se atrevía siquiera a alzar la vista y encontrarse con sus ojos. Todos permanecían en silencio.
Repentinamente, alguien se acercó a ella sin temor alguno; era Dereck, quien se arrodilló a sus pies entonando con solemnidad:
—¡Larga vida a mi reina, quien hoy se ha convertido en nuestra madre! —su voz resonó en toda la sala.
Tras oír sus palabras imite su acción, repitiendo con solemnidad:
—¡Larga vida a mi reina, quien hoy se ha convertido en nuestra madre!
En ese instante, todos se postraron, aceptándola como su nueva reina, más por temor que por respeto.
—¡Larga vida a mi reina, quien hoy se ha convertido en nuestra madre!
—¡Larga vida a mi reina, quien hoy se ha convertido en nuestra madre!—
Desde aquella ominosa noche, el reino vampiro se sumió en las sombras, transformándose en un lugar de oscuridad y despiadada oportunidad. Era conocido por ser un reino donde reinaba la crueldad sin límites y las posibilidades eran innumerables.
La primera orden que brotó de los labios de mi gemela resonó en los confines del reino: revocar la antigua ley que prohibía a los vampiros contraer matrimonio con seres ajenos a nuestra raza.
Algunos miembros del consejo se rebelaron ante tal decreto, sosteniendo que era una aberración mezclar la sangre pura de los vampiros con otras razas, temerosos de que incluso los humanos pudieran ser transformados en criaturas como nosotros.
Sin embargo, ella, con determinación férrea, se alzó de su trono, desenvainó su espada y la apuntó hacia los presentes, desafiando a cualquier alma valiente a contradecir su mandato. En aquel instante, su mirada transmitía un mensaje claro: no estaba pidiendo opinión, estaba imponiendo su voluntad como ley suprema. Ninguna voz osó poner en duda su autoridad; su palabra se convirtió en ley irrefutable.
—Comandante—la voz de uno de mis leales soldados rompió el silencio, jalándome bruscamente de mis cavilaciones.
—¿Qué sucede?—pregunté, percibiendo la urgencia en su tono.
—La reina le ha convocado al salón del trono—
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Mientras avanzaba por los pasillos hacia donde mi hermana, percibí cómo el ambiente del castillo se había transformado. La penumbra lo envolvía ahora con una textura rocosa en las paredes y coronas colgadas en los muros, o mejor dicho trofeos de batallas ganadas por Izel.
Aquellas coronas representaban más que liderazgo; Eran recordatorios sombríos de los clanes vampiros que desafiaron a la reina y pagaron un alto precio. La guerra que ella había desatado había cobrado pocas vidas de nuestro clan, pero había dejado numerosas bajas en los otros clanes, obligados finalmente a rendirse ante su poderío.