Allí al otro extremo del lago, junto al frondoso bosque se encontraba él de pie, acunando algo entre sus manos. Jacinth no lograba ver de qué se trataba.
—Es tuyo.
Le decía, porque se entendían solo con mirarse. Solo ella iba a hacerle compañía, aunque fuese de lejos. Él le decía que se sentía solo, abandonado.
¡Oh, como le destrozaba el corazón oír aquello!
Se inclinó ligeramente hacia adelante, meciendo sus pies.
«Demasiado profundo» pensó.
Sintió algo húmedo caer en su mejilla, y de la misma manera llegaron más del cielo, casi como un rocío. Sintió el escozor cuando las gotas caían en los rasguños de sus manos.
El los hizo, pero le perdonaba, porque ese día ella se había retrasado. No por su culpa.
Fausto, un amigo a quien le había confiado que ya hacía mucho visitaba al joven, se sintió consternado ante lo que contaba la muchacha.
— ¡Jacinth! —Le llamo una vez cuando la chica paso corriendo a su lado—. No vayas.
Ella lo miro, no por mucho. Retomando su trote, lo dejo ahí parado.
Y así hizo las demás veces cuando se cruzaban: donde siempre trataba de persuadirla, buscaba la manera de esquivarlo.
— ¿Hay manera de ayudarla? —pregunto un día el joven a su madre.
Ella lo miro iracunda. No contesto. Ya le había dicho que no se le acercara, no había nada que hacer. ¡Ay! ¿Cuantas veces ella misma había aconsejado a la madre de la joven? Más ella respondía:
Justo cuando sale, es el único momento en que puedo verle sonreír.
Se le hacía ya una molestia tener que ver a esa terca mujer junto al tendedero. Por otro lado, el Joven tampoco tomaba consejo.
— ¡¿Por qué no me escuchas?! —le gritaba el muchacho cuando la chica pasaba de largo.
— ¡Me voy, me espera! —respondía.
Y así durante mucho tiempo.
Pero ese día fue diferente. No sería como los demás, no sería sordo; sus oídos escuchaban alarmas y la siguió. Corrió tras ella adentrándose en el bosque.
— ¡Jacinth! —asió su brazo al alcanzarla —. Volvamos...
La chica le miro con desdén.
—Él dijo que querías alejarme de su lado —dijo con recelo. El la miro desorientado.
—No le hagas caso. —y la halo camino de regreso. Jacinth se soltó de un tirón y al instante el joven giro en reflejo por tomarla. Pero casi cayo alcanzando solo la falda de su vestido.
La joven chillo lanzando un puntapié al rostro del muchacho. Y corrió, corrió por que se le hacía tarde. Dejándolo solo en medio del inmenso bosque, triste y opaco.
Fausto yacía en el suelo palpando su cara de dolor, pero no tardo en recomponerse. Mas no la siguió, nunca más la seguiría. Después de tantos años, había cedido a la derrota.
Uff... Casi arruina su vestido, aquel que con el tiempo ya se encontraba desteñido.
El bosque se alzaba imponente en su camino, y sus zapatillas se hundían en la tierra pastosa.
«Te estoy esperando» le oyó.
—Voy... —respondió la joven acelerada.
Hasta que lo vio. Allí al otro lado del lago.
Editado: 24.04.2018