Cuando entraron a la casa Clover a Jack no le pareció nada fuera de lo normal. Era una vivienda común y corriente. Y así lo creyó, hasta que Anastasia explicó como estaba unida con el resto que componían la manzana.
«¡Increíble!», pensó.
A la que entraron Jack y Anastasia se hallaba vacía, salvo por una persona sentada en el comedor, el polvo en el aire y algunas moscas molestas. Recorrieron la sala de estar y con el rabillo del ojo, Jack pudo ver dos dormitorios. Ambas habitaciones estaban radiantes de limpias, pero se notaba el poco uso que tenían. Se preguntó por qué sería así. Los muebles, en su mayoría, antiguos y lujosos, habían sido cuidados con verdadero interés para conservar su alto valor económico. Parecía que pretendían venderlos en algún momento, pero aún no lo hacían por un probable costo de agradables recuerdos. Unos que, al parecer, habían terminado mucho tiempo atrás.
El hombre sentado en el comedor era gordo, calvo, con una barba blanca y muy tupida, de unos cuarenta y tantos de edad. Vestía con una musculosa blanca y sucia, unos pantalones rajados y unas botas de leñador. Habló dirigiéndose a Anastasia con una voz que hacía evidente sus años de experiencia como tomador de whisky, incluso en ese momento parecía estar recuperándose de una resaca.
—¿Es este? —preguntó el hombre a Anastasia, haciendo un movimiento de cabeza.
—Sí, es él —respondió tajante.
—Lo imaginaba más enclenque, ¿tú no? —quiso saber el hombre, entre risas.
Ella no contestó y su rostro cambió a un tono rojizo. El hombre abrió los ojos, soltó el periódico que tenía entre las manos y pasó la mirada de Anastasia a Jack, varias veces, hasta que exclamó:
—¡Vaya!, ¡quién lo creería! No olvides lo que paso la última...
—Cállate Rudy y déjanos bajar de una vez —exigió, echándole una mirada asesina.
Daba la sensación qué debía darse cuenta de algo, pero no sabía qué podía ser. Lo dejó pasar. Anastasia se veía molesta y avergonzada, y eso parecía divertirle a Rudy. Todavía sonriendo, se apartó de la mesa, caminó hasta el fogón detrás de él y al moverla reveló una trampilla, oculta bajo una alfombra vieja. La abrió y Anastasia y Jack descendieron por unas escaleras metálicas hasta llegar a una base subterránea.
—¿Quién era ese? —preguntó Jack, mientras bajaban escalón por escalón.
—¿Rudy? Es un cuidador. Se encarga de proteger la puerta del refugio —contestó—. Antes solían haber más como él, cuidando diferentes sectores, pero como el personal ha disminuido, las obligaciones han cambiado. Siempre fue el mejor de todos, que no te engañe su aspecto. Su mazo... bueno, cuando lo veas por ti mismo te sorprenderá. Puede ser un poco... Aterrador.
—Gracias por las palabras de consuelo —dijo forzando una sonrisa—. Dejando eso de lado, nunca dije que me enfrentaría a nadie. Si te acompañé hasta aquí es para saber de mi padre, después me marcharé —insistió.
—Pensé que eras listo. Eres parte de esto y si te atrevieras a huir tendríamos que matarte, sabes demasiado. Además, si vuelves no tienes ninguna esperanza de sobrevivir.
Aceptó que no le faltaba razón. Estaba atrapado y lo único que podía hacer era seguir adelante con toda esa locura. Se sentía como una simple carta en un enorme mazo de juego.
Jack jamás confesaría que, a pesar de estar asustado, percibía un poco de emoción recorriendo su interior. Una emoción muy similar a la vivida en la librería, cuando les dispararon. Siempre fue un amante de las buenas historias. Siempre quiso saber más, más de todo. Arte; ciencias; literatura; filosofía; historia. Sin embargo, creía que le faltaba algo más que no había conseguido obtener de ninguna manera. Tenía mucha energía de sobra para descargar y había decidido entonces comenzar a entrenar. Corría por las noches, levantaba pesas y hasta tuvo un poco de entrenamiento militar con un vecino que había luchado en la Gran Guerra. Nunca le enseñó a disparar un arma claro, pero sí a pelear. Solía burlarse de él diciendo que no importaba que tan bien luchara, si seguía siendo un cobarde jamás ganaría un solo combate.
Jack lo era. Era un cobarde.
En ese lugar presentía que al fin podría encontrarse a sí mismo. Llenar ese vacío que lo atormentaba y lo comía desde adentro.
—¡Jack! ¡Jack! —lo llamaba Anastasia.
—¿Eh?
Anastasia soltó una carcajada que hizo eco en toda la base. Aunque no solo fue su risa. Cada vez que hablaban sus voces se amplificaban por cada rincón. Era como estar en lo más profundo de un pozo y gritar. Los gritos se abalanzarían sobre ti, rodeándote y aplastándote hasta dejarte sordo.
—Te quedaste ahí parado como un idiota —se burló—. No te asustes. Te preferimos vivo que muerto.
Su sonrisa era diabólica.
«No debo cometer el error de hacerla enojar», pensó tragando saliva.
—Sí... disculpa... ¿Dónde vamos ahora? —preguntó Jack, rascándose la cabeza.
—Vamos a la puerta al final del pasillo, ahí es la oficina de Ace. Es nuestro líder, por ahora.
No le gustó para nada como dijo ese por ahora. Se limitó a asentir y la siguió hasta la oficina. Una vez allí, conoció a Ace y casi de inmediato supo que se podría tratar de una persona agradable, a pesar de tener un aspecto sumamente intimidante.
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Editado: 08.01.2021