Horas antes de que Jack llegara a la casa Clover, sonaba un teléfono en la oficina del Club Slither para arruinar el día de Jonathan Brown.
Era una mañana hermosa en el sur de Twist City. Un día perfecto para dar un paseo, abrir una librería o disfrutar de la preparación de una banda de Jazz. El club Slither era muy popular en la ciudad. De hecho, era el único sitio en donde negros y blancos podían reunirse y compartir el mismo espacio sin que se generara los típicos conflictos y discriminaciones. Llegaban de todas partes para disfrutar de un buen ambiente cargado de la música que les hacía vibrar el cuerpo.
Aún faltaba casi un día entero para comenzar la fiesta de todas las noches. Mientras tanto, solo un puñado de personas se encontraba en el club. La banda ensayando su show, empleados lavando pisos, acomodando sillas y reparando alguna que otra cosa. Jonathan, tranquilamente sentado en su oficina, disfrutaba de su mejor whisky.
—Ninguna estúpida ley me va a impedir tomar esta delicia —afirmó en voz alta, desafiando a la Prohibición, aunque no hubiera nadie en la habitación que pudiera escucharlo.
El club tenía un tamaño medio con respecto a otros de la ciudad. La entrada constaba de una puerta doble de madera, con unos grabados artesanales. Al ingresar, dabas con un pasillo que terminaba en un escenario circular. A sus costados había gradas para el público y algunas sillas dispuestas a nivel del piso, junto a unas mesas para aquellos que quisieran disfrutar de una comida, aparte del show. También tenía palcos para las personas más adineradas y una barra situada cerca del escenario. Ningún cabaret o club nocturno competía con el Slither. La oficina de Jonathan se situaba un piso más arriba, aislada y lejos de cualquier curioso.
No era el dueño del club, al menos no él que la mayoría de la gente veía. Jonathan, mejor conocido como King, era un usuario del Black Rose. Su poder era la ilusión, utilizada gracias a un sable antiguo, de origen en la época de la Revolución Industrial.
Un hombre de piel oscura, barba bien cuidada, pelo corto enrulado, traje negro hecho a medida y una galera negra posaba en su cabeza con elegancia. Lo que destacaba de su vestimenta eran sus spectators blancos, con algunos detalles en marrón. Su sable lo ocultaba haciendo que parezca un simple bastón. Este tenía incrustaciones de diamantes que permitían maximizar su belleza. Los diamantes no eran una ilusión, porque al igual que el bastón, el sable también los portaba, justo en la empuñadura.
Para aquellos que lo veían, exceptuando un puñado de personas, Jonathan era un anciano de casi ochenta años, con dificultades para caminar. A veces creaba otras imágenes para engañar a la gente que lo observara. Mujeres, niños, jóvenes, todo dependía de su propósito y lo que quisiera obtener.
Sus ilusiones eran realmente poderosas. Iban más allá de un cambio en su apariencia. Manipulaba la mente de quien quisiera, como hacer creer a un hombre que su mujer lo engañaba, o que alguien quería asesinarlo, o incluso incentivar a una persona a suicidarse. Las posibilidades eran infinitas y, con esto, la paranoia, furia y desconcierto de sus víctimas, se volvían sus armas más eficaces. No era muy diferente a mentir. Pero de esta mentira no había forma de escapar.
Alan Reidold creía ser el jefe del crimen organizado. Pensaba que Jonathan era uno más de sus colaboradores y que él estaba al mando del contrabando de alcohol y de otros negocios ilícitos de la ciudad que se imponían a la Ley Seca, como las casas de juegos y cantinas ilegales, cuando en realidad siempre fue King quien movió los hilos. Manipuló la mente de Alan y, con sus influencias, logró que él sea considerado el mayor criminal de todo Twist City.
También consiguió que Alan cometería pequeños errores, como obligarlo a evadir impuestos, pero que en un futuro pudieran ser letales; en caso de necesitar prescindir de sus servicios. Nadie era imprescindible y por eso creaba planes de contingencias para deshacerse de alguien o dejarlo incapacitado por un tiempo.
Esa mañana se sentía fenomenal. Quedaba poco para ser la familia principal de la ciudad, solo faltaban algunos ajustes mínimos y cerrar un par de tratos más. Todo iba bien, hasta que el teléfono sonó.
King toma el auricular y la operadora colgó casi de inmediato para permitirles hablar. No sabían de quién era el teléfono en esa dirección, pero sí que no tenían permitido escuchar esas conversaciones. Unos cuantos sobornos habían cerrado ese negocio.
—Señor King, hubo un problema —dijo la voz al otro lado del teléfono.
Sus subordinados lo llamaban por su alias, odiaba el nombre Jonathan. Le recordaba tiempos de debilidad y él ya no lo era. Seguiría creciendo hasta que no necesitara esconderse y todos supieran quién los conquistó. Todos aclamarían por King, por su Rey.
—¿De qué estás hablando, Frank? Te escucho agitado, cálmate y explícamelo todo —pidió con voz serena.
—Está bien... —Frank suspiró—. Escaparon. Anastasia se nos adelantó y cuando estaba a punto de atraparlos un automóvil salió de la nada y me golpeó.
—Un auto... ¡¿Un automóvil?! Te puedes mover de un lugar a otro, ¡¿y no pudiste ver un maldito automóvil?! —King estalló de furia, las venas del cuello se ensancharon y se le formaron arrugas en la frente. Su oficina no dejaba escapar el ruido. Nadie en el club lo escuchaba gritar—. ¡Mierda, Frank!
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Editado: 08.01.2021