Jack Clover - Escalera Real I

XI - Anastasia

Para Anastasia era imposible no culparse por el secuestro de Jack. Ella fue quien lo buscó en esa librería, lo arrastró a su hogar y prometió protegerlo, y lo demostró permitiendo que un ex miembro de la familia se lo llevara para quién sabe dónde y para quién sabe qué.

Podría culpar a King por apuñalar a Rick por la espalda, podría haber culpado a Ace por no poder cargar con el manto del liderazgo o a todos aquellos que alguna vez los traicionaron; sin embargo, no lo hacía. Ella se culpaba a sí misma.

Ace trataba de animarla, pero, cuando se acercaba demasiado, ella lo apartaba con brusquedad. Lo insultaba sin ningún motivo aparente y después se iba a entrenar. Descargar su furia con alguna bolsa de boxeo, o cualquier cosa que pudiera golpear, le servía para despejar su mente y pensar con calma y claridad.

Sabía que no podía permanecer demasiado tiempo apenada y sintiendo lástima. Ella no era la clase de mujer que lloraba en un rincón cuando las cosas salían de su control o perdía algo importante. Luchaba por lo que quería y recuperaba aquello que le arrebataban. Era una guerrera y una sobreviviente.

Sin embargo, había mucho por lo cual culparse.

No solo estaba el hecho de que Jack fuese secuestrado o de incumplir con la promesa a Rick, también sentía ser la causante de la muerte de Pip.

Cuando subieron al automóvil para salir del callejón y escapar de las garras de King, no se percataron que Pip había sido herido en algún momento del tiroteo en la casa Clover. Le habían disparado justo en el estómago y salía sangre a borbotones. Pero como Anastasia y Ace se encontraban en los asientos traseros, no lo pudieron ver hasta que el automóvil empezó a oscilar, haciendo eses en la carretera, como un borracho pasado de copas.

Ellos le gritaban:

«¿Qué pasa?», «detente», «¿estás loco?»; pero Pip no respondía y el vehículo colisionó contra un árbol.

Al bajarse, heridos y con magulladuras por todo el cuerpo, se acercaron a Pip y vieron la herida de bala. No podían sacarlo del automóvil y tampoco llamar demasiado la atención, así que abandonaron el Alfa Romeo y el cuerpo inerte de su compañero a merced del cosechador de almas, Muerte.

Ellos siguieron el resto del trayecto a pie hasta un viejo gimnasio. En el camino se cruzaron con diferentes hombres, con sus trajes arrugados y sosteniendo el sombrero que llevaban en la cabeza para que no se les cayera con la rápida caminata. Parecían estar yendo de un lugar a otro. Podría deberse a la búsqueda constante de trabajo y participación en varias huelgas, creía Anastasia. Buscaban empleo en distintos lugares, pero ella sabía dónde acabarían la mayoría, pues era el negocio más rentable que existía en ese momento, cuando la necesidad de dinero golpeaba la puerta. El contrabando de alcohol, empleados de los mafiosos de la ciudad. Aquellos que la familia Clover mantuvo a raya, usándolos para su propia conveniencia. Pero luego King los traicionó y ya no tenían control sobre ellos. Sobre nada en realidad.

Muchos otros sentían que su vida había alcanzado un punto máximo de prosperidad. Los pagos a créditos y la inversión en la bolsa, con acciones que no paraban de subir, le había permitido a muchos obtener artículos para el hogar que ya todos veían como una primera necesidad. Así como elegantes peinados, ropa de calidad y lujosos y llamativos automóviles. Algunos locos se paraban en las calles, encima de cajas y con carteles en alto; gritaban que todo acabaría, que debían reaccionar ante de que sea demasiado tarde.

Pero… ¿Quién escucharía a alguien que afirma que tu felicidad está por terminar?

El gimnasio al que habían llegado no estaba tan lejos de donde habían chocado. Le pertenecía a un viejo amigo de Ace llamado Bob. Era ese tipo de personas en las que podías confiar, no harían ninguna clase de preguntas cuando te vieran herido, sucio y apaleado. Cuando llegaron solo los miró y dijo:

—Estás envejeciendo, viejo amigo. Antes eras tú el que daba las palizas.

—Al menos aún estoy joven para satisfacer a alguien en la cama —respondió Ace.

Ambos rieron, se abrazaron y siguieron bromeando.

Bob les proporcionó ropa limpia, un baño caliente y una buena comida; sin interrogarlos ni una sola vez. Lo único que exigió fue, si pensaban quedarse como huéspedes durante mucho tiempo, ayudar con los quehaceres y trabajar en el gimnasio. Durante varios días Anastasia estuvo dando palizas a todos los supuestos buenos boxeadores del lugar, y se hizo cargo de las apuestas en las peleas nocturnas. Un empleo que no le parecía nada mal. Podía ir a la bolsa, entrenar y aclarar la mente mientras daba puñetazos.

Su principal prioridad era encontrar respuestas de Rudy. Si lo hallaban a él al menos serían tres para continuar la lucha, siempre y cuando lo encontraran vivo. Sí ese era el caso, tal vez después podrían seguirle la pista a King y rescatar a Jack.

Parecía una idea difícil de sostener, pero necesitaban pensar positivo, no podían permitirse volver a fallar. Si lo hacían, tal vez fuera la última vez y sus enemigos tendrían toda libertad para gobernar Twist City.

«Empecemos por eso: ¿Cómo puedo encontrar a Rudy?», se preguntó Anastasia mientras golpeaba la bolsa de entrenamiento. «Podríamos volver a la base y tal vez...» Se paró en seco y la bolsa, que se movía como un péndulo, la golpeó; ella perdió el equilibrio y se cayó sentada.




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