Jack Clover - Escalera Real I

XXI - Una rey para un rey

La cocinera parpadeó, abrió la boca y apretó su delantal con fuerza. Dos hombres se hallaban acostados sobre una de las mesas del café La Cueva, muertos.

Era la primera vez que estaba tan cerca de un cuerpo sin vida. Se veía tan... Real. No podía evitar notar cada detalle en ellos. Los agujeros hechos por las balas en su carne. La palidez de sus rostros. Los ojos carentes de vida, donde las moscas se apoyaban y danzaban colocando sus pequeñas larvas como si no fueran más que una acumulación de basura.

Apartó la vista cuando notó lo aturdida que estaba mirando los cuerpos, la dirigió al hombre que le agradecía por su comida, sentado en un taburete, muy cerca del mostrador, con una sonrisa dibujada en su rostro. Como si no se hubiera percatado de los cadáveres que yacían detrás de él, o no le importara.

 —¿Me escuchó, señorita? —preguntó el hombre de manera cortés.

—Sí..., disculpe..., me alegro que le haya gustado mi comida. Nunca antes me habían felicitado —mintió.

No era la primera vez que alguien la alababa. De hecho, ella era considerada una de las mejores cocineras de la ciudad. Tenía el sueño de poner su propio restaurante, pero aún no contaba con el dinero suficiente o socios que quisieran financiar su proyecto.  De todas formas, sabía muy bien lo buena que era. No es que fuera egocéntrica, solo tenía un gran talento que no se molestaba en ocultar, sino que deseaba mostrarlo al mundo.

—¿Nunca? —preguntó el hombre, asombrado—. ¿Cómo se llama, señorita?

La constante educación del hombre la preocupaba. No se alteraba en lo más mínimo. ¿Cómo alguien podría estar así después de lo que pasó en ese lugar?

—Me llamo Clarie, señor —dijo, tratando de imitar la educación del hombre.

—Mucho gusto, Clarie. Mi nombre...más bien diría que se me conoce como King. ¿Y sabes qué? —preguntó con una sonrisa amistosa.

—¿Qué? —Clarie no dejaba de apretar el delantal, las manos le temblaban, al igual que sus piernas. Las ocultó detrás del mostrador para que él no lo notara.

 —Resulta que soy el nuevo jefe de la ciudad —reveló, sosteniendo la sonrisa amistosa.

«Este tipo está loco», pensó Clarie y al mismo tiempo un plato cayó en la cocina, provocando un ruido estruendoso. Alguien escuchaba a escondidas.

—Como verás —dijo King, moviendo el brazo para mostrar una imagen panorámica del lugar—. Hombres han matado a otros, y, sin embargo, aún estoy aquí disfrutando de mi comida. Esos hombres eran míos y no solo eso, eran policías. —Lo dijo, como si con solo ese dato diera a entender todo lo ocurrido—. La ley me pertenece, la mafia también y pronto todos los políticos de la ciudad estarán en mi bolsillo, Clarie. Y quiero que tú...—se detuvo un momento, pensando sus palabras con cuidado—. Me gustaría que trabajaras para mí.

Clarie soltó un grito, más parecido a un chillido que a otra cosa. Salió de su boca impulsado por el pánico que sentía.

—Yo...pero...yo...no sé sí...

—Tranquila —la interrumpió King—. Te triplicaré lo que ganas aquí. Quiero alguien que cocine delicias, como lo haces tú. Comidas dignas de un Rey.

—¿Está usted seguro? Quiero decir, seguro hay gente más capacitada para la labor —explicó. Clarie sabía que no podía negarse. Si lo hiciera, podría terminar como los dos muertos desparramados en la mesa. Sí él era capaz de algo así, sí lo que decía era cierto, no había manera de darle un no a ese hombre. Estaba segura que si lo hacía, King la llevaría por la fuerza.

—Insisto. No es la primera vez que pruebo la comida de este lugar, y debo confesar que vuelvo porque me quedo muy satisfecho. ¿Crees qué podrás manejarlo?

La batalla estaba pérdida.

 —Sí.

—Perfecto. Cámbiate y nos vamos ahora mismo —afirmó King.

Clarie salió disparada para el vestuario. Evitó las miradas y preguntas de sus compañeros y se cambió a gran velocidad. Cuando estaba con su ropa cotidiana (una pollera larga de color beige, zapatillas del mismo color y una blusa rosa), se sentó en una silla de madera que allí había y largó un profundo y triste sollozo. Se llevó las manos a la boca para amortiguar el ruido, mientas las lágrimas humedecían sus manos.

Una chica llegó corriendo y se arrodilló frente a ella. Le tomó las manos y limpió las lágrimas que caían de sus ojos con un pañuelo improvisado. Se había roto parte de la manga de su uniforme. Sabía que el jefe del café lo entendería, pues había sido él mismo quien mandó a la chica para ver cómo se encontraba Clarie.

—Ya, ya. Vamos, cálmate.

—¿Lo escuchaste?

—Sí, todos lo escuchamos ¿Qué piensas hacer?

—Iré —decidió.

—¿Estás segura? —quiso saber la chica, con un tono de preocupación y alarma.

—¡Por supuesto que no estoy segura, Steph! ¡Un tipo demente quiere que trabaje para él! —exclamó Clarie, con una furia repentina. —Estoy asustada. Tengo miedo, podría matarme. Pero si no voy, seguramente lo hará. No tengo familia y me cuesta horrores pagar el alquiler. El casero podría correrme cuando se le viniera la gana. Si me da esa plata que promete, al menos algo bueno saldrá de todo esto.




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