Jack Clover - Escalera Real I

XXIII - Anastasia

Jack no era el único que tenía dificultades para dormir esa noche.

Lo ocurrido con el demonio era algo que Anastasia no se podía perdonar. Se sintió débil e impotente, se dejó tomar como rehén y con la misma facilidad quedó dócil ante el demonio y, aún peor, necesitó ayuda. Quería que Jack la salvara como si fuera una damisela en apuros y ella no lo era, no necesitaba que la rescataran. Enfrentó monstruos perversos en el pasado y nunca vaciló, a pesar de ser más joven y no tener la experiencia que en ese momento sí. Sin embargo, no pudo hacerle frente.  Si se hubiera parado frente a uno más fuerte, como sabía que lo era Azazel, estaría muerta.

Las habilidades y fuerzas que la habían acompañado, y con las que contó durante tanto tiempo, ya no eran suficientes. Debía entrenar más, necesitaba crecer pues los enemigos que pronto enfrentaría no dudarían en acabar con ella. No podía ser menos.

Además de hostigarse, se preguntaba qué estaría haciendo ese ser ahí y con todos esos poseídos. No podía evitar crear teorías acerca de Bufón y por qué hacía lo que hacía. Si tenía el poder para doblegar a una criatura semejante a su voluntad, de convertir en un esclavo a Jack y de darle poder a King, según lo que él le había contado; ¿por qué entonces no resolvía él mismo los problemas? Mandaba a otros para hacer su trabajo, arriesgándose a que estos no dieran resultados satisfactorios. Creía que solo existía una respuesta posible. Bufón solo podía controlar aquellos que, por propia voluntad, aceptaban su intromisión en sus almas; al igual que pasaba con los ángeles y demonios cuyos huéspedes tenían que dar un consentimiento previo para la utilización de sus cuerpos como recipientes. Ellos, por lo general, utilizaban engaños y artimañas para que los huéspedes aceptaran. Bufón podría estar haciendo algo similar, pues por sí solo no debía poseer el poder necesario para actuar.

«Con Jack sucedió eso —comprendió—. King lo engañó haciéndose pasar por su padre y de esa manera Bufón pudo hacer lo que quiso con él».

Eran solo teorías que no podía demostrar y pensar en ello no le traería ningún tipo de bienestar. Decidió olvidarse del asunto y tratar de dormir, aunque fueran algunas horas.

 

 

A la mañana siguiente, Anastasia desayunaba unas donas acompañadas por una taza de leche, cuando vio a Jack acercarse. Tenía los ojos rojos, ojeras y la frente sudada. Como si una serie de pesadillas lo hubieran mantenido en vela.

«Parece que no fui la única con problemas para dormir», se dijo.

Jack se acercó a la cocina y murmuró unos buenos días acompañado de un bostezo. Se preparó dos tostadas, un café negro y se sentó frente a ella.

—¿Pudiste dormir? —preguntó la muchacha, un poco preocupada. Se sentía así por él desde que había regresado a la vida. Todavía se preguntaba por el fuego y los ojos verdes que había visto.

—Podría haber sido peor. No me quejo —respondió—. ¿Qué hay de ti? ¿Dónde está Ace, por cierto?

—Bien, no había dormido así en un tiempo —mintió. Le sonrió y este devolvió el gesto—. En fin. Ace está ayudando a Bob con algo, no sé muy bien qué es, pero llevan un rato ahí.

—Ah muy bien, parece que fui el último en despertar —dijo, divertido. Enseguida se llevó el café a los labios y bebió un largo sorbo. Apoyó la taza en la mesa y añadió—: Dime Anastasia, ¿se te ocurrió algo sobre lo que hablamos ayer?

—En realidad, sí —contestó, orgullosa—. Disfraces.

—¿Disfraces?

—Sí, disfraces. De esa manera podríamos ocultarnos y al mismo tiempo estar presentes para que todo salga según lo planeado.

—Siempre tienes buenas ideas así que no discutiré esta. —Ambos se sonrieron—. ¿Tienes algún disfraz en mente?

—Podríamos usar una máscara como la que usaban los médicos hace muchos años, esas que tenían un pico.

—Sí, sé cuáles son —acotó.

—Creo que vi unas cuantas por aquí. —Anastasia seguía hablando como si no hubiera sido interrumpida—. Ropa nada fuera de lo común, no queremos parecer payasos. Y..., pensaba en..., tu sombrero —dijo al fin.

Jack la miró en silencio, expectante, y ella continuó:

—Solo tú, yo y Rick sabemos que ese sombrero pertenece a una antigua leyenda, no habrá ningún riesgo —aseguró—. Es llamativo, podría resultar útil y, antes de que preguntes, Rick tampoco sabía el nombre de la leyenda al que pertenecía. Siempre argumentó que podría resultar importante y que lo investigaría, pero nunca me dijo nada más.

—Ah. Comprendo —respondió, un poco decepcionado—. ¿Por qué te contó sobre eso?

—No lo sé. Me mostró una hoja en donde estaba el sombrero y su nombre. Supongo que pertenece a ese libro que tú mencionaste.

—El anciano está cambiando, ¿lo has notado? —preguntó Jack para variar el tema, lo cual la alivió, no le gustaba hablar de algo que no terminaba de comprender.

—Sí, lo vi. ¿Por qué será?

 Anastasia había comprobado el estado del anciano apenas se levantó de la cama. Le habían conseguido una habitación para él y no fue necesario que Jack durmiera en el suelo. No sabían que tanto demoraría en despertar del coma en el que parecía encontrarse. Aunque aún tenía un aspecto demacrado, ella pudo notar una gran mejoría o una gran rareza, podría decirse. El anciano había rejuvenecido lo que podrían ser un par de años, tenía menos arrugas y su barba se había acortado sola. Esperaba que Jack tuviese algunas respuestas.




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