Jack Clover - Escalera Real I

XXV - Reyla

El bosque había cambiado. Vivió demasiado tiempo ahí como para no darse cuenta de que algo iba mal. Crecieron montones de árboles nuevos, altos, como cualquiera de los que había antes; se formó una niebla tan espesa que podía cortarse con un cuchillo; se redujo la cantidad de animales, lo que quería decir menos alimento y durante varios días el sol no apareció en ningún momento sobre sus cabezas. El cielo era gris, con nubes de tormenta y una media luna brillando con luz tenue.

Reyla culpaba al hombre que tenía a su lado, no podía ser otro el responsable. Apareció golpeando la puerta de su cabaña, afirmando que había perdido la memoria, pero después de hablar con él era evidente que solo parte de esta lo hizo. Cosas como su nombre o el motivo de por qué se hallaba en el bosque, que era a su vez la prisión de ella.

Luego de la breve instancia del hombre en la cabaña, salieron a explorar el bosque en busca de una salida. Él había recordado algo a causa de un extraño símbolo en su pecho...

—Reyla...debemos irnos... Tiene que haber una salida de este bosque —murmuró el hombre con voz débil, después del desmayo que le causó ese recuerdo.

—Primero cuéntame sobre tu hijo —insistió—. ¿Qué recordaste? —quiso saber, sintiéndose un poco avergonzada por entrometerse.

—No lo sé. Es muy confuso. —Se incorporó hasta quedar sentado en la cama—. Recordé a mi hijo, o al menos que tengo uno. Pensé que había muerto. Lo sentía aquí —dijo, poniéndose un dedo en el pecho—. Ahora, sin embargo, siento que está vivo, pero eso sería imposible. No pudo haber vuelto a la vida.

—Tal vez no tienes ningún hijo y todo lo imaginaste. O sí tienes uno, pero nunca murió. Incluso eso que me estás diciendo puede ser producto de tu imaginación, o causada por ese extraño símbolo —opinó Reyla.

—Sí, puede ser...—salió de la cama, quitándose las frazadas con las que se tapaba—. ¡Estoy desnudo! —exclamó mirando a Reyla con ojos acusadores.

—Es evidente —afirmó, mirándolo de arriba abajo. Al ver la mirada asesina que el hombre le lanzó, se puso roja como un tómate y casi se cae de la silla en la que estaba sentada—. Lo siento...yo...solo quise lavarte la ropa...no tengo otras prendas —seguía balbuceando por toda la casa cuando salió de la habitación para buscar la ropa. Algunas palabras el hombre no logró escucharlas y otras apenas las entendió—. Estaba sucia... Todavía sigue rota, pero...en fin, aquí tienes.

Reyla le ofreció la ropa doblada y miró hacia otro lado para evitar seguir viendo su cuerpo desnudo. Cada tanto, espiaba intentando no ser descubierta. Sospechaba que falló en el intento.

—Gracias —dijo él, entre una risa poco disimulada.

Reyla enrojeció aún más (si es que eso era posible) y salió disparada de la habitación, en cuanto tomó la ropa de sus manos. Él se vistió con total tranquilidad, como si disfrutara ponerse tela limpia sobre su cuerpo repleto de cicatrices. Lo sentía como una caricia en su piel. Ella lo esperaba sentada en la sala, moviendo la pierna con nerviosismo, cuando el hombre salió de la habitación.

—¿Qué crees que deberíamos llevar? —preguntó el hombre, sentándose frente a ella.

—¿Qué? —Miraba hacia otro lado, ignorante de su presencia.

—Al bosque. Tienes muchas armas, pero creo que lo mejor sería llevar algo liviano para poder viajar rápido —razonó—. Recuerda, lo más probable es que no volvamos. Tenemos que elegir bien.

—Espera... ¿Qué? —volvió a preguntar aún aislada de la conversación—. ¿Hablabas en serio? Te dije que no hay salida, lo intenté mil veces. Deberías hacerme caso y olvidarlo —le aconsejó.

—No estabas conmigo —repuso con elegancia.

—¡Ah! ¡Claro! ¡El gran salvador que me sacará de mi prisión! ¡Un hombre con amnesia me rescatará! ¡Qué bendición! —exclamó con sarcasmo.

—Ja, ja, ja. Muy graciosa —dijo el hombre, sintiéndose un poco ofendido—. No tienes nada que perder, Reyla. Tú misma lo has dicho, lo has intentado mil veces. ¿Qué te costaría una más?

Vaciló y el hombre aprovechó la oportunidad.

—Además, creo que este tatuaje —se señaló el pecho—, podría ser una pista. Una clave para salir de aquí. Viste cómo reaccionó con el nombre del nephilim, estoy seguro de que tampoco estoy aquí por casualidad. Si alguien me envió, tendría que tener un buen motivo y no creo que ese sea ser un prisionero en este lugar. Seguro debo encontrar algo. —El hombre se puso de cuclillas y dijo en voz suplicante—: Intentémoslo. Después tendrás tiempo de decir te lo dije. Si fallamos, claro está

Reyla le sostuvo la mirada durante unos segundos, intentado encontrar alguna señal de duda o vacilación, pero no vio ninguna. El hombre tenía una seguridad en sí mismo que resultaba atrapante.

—Está bien —musitó, se puso de pie y caminó a donde guardaba sus armas; tomó un carcaj llenó de flechas y un arco, ambos los colocó en su espalda, algunos cuchillos pequeños a los lados de su abdomen y el machete, con el que había amenazado al hombre anteriormente. —¿Qué estás esperando? —quiso saber, mirándolo como si fuera tonto.

—¡Voy! —contestó, casi enseguida.

El hombre observaba las armas de una en una, repetidas veces, hasta que pareció decidirse.




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