Jack se despidió de Ace cuando este se ofreció para llevar a los rebeldes a sus hogares, él se encaminó a la casa de Bob. Necesitaba una buena ducha para quitarse todo el hollín del cuerpo y pensar en lo sucedido. Se cruzó con Anastasia, pero antes que ella le preguntara nada, le dijo que hablarían después de su baño. Ella asintió y prometió esperarlo con un plato de comida. Ace y ella ya habían cenado.
Luego de ducharse, seguía pensando en lo que hizo esa noche. Mató a por lo menos cinco hombres como si fuera algo de todos los días. Los ojos verdes, al igual que las voces en su cabeza, lo acompañaron. Las voces parecían alimentarse con cada muerte, felices de ver sangre. Esa emoción se transmitió a Jack, sonriendo, mientras sus enemigos pedían por misericordia.
»Mátalos... Sí, así...vamos queremos más...dispárale...dispara a su cuerpo inerte».
En esa misión hubo algo diferente, algo nuevo. Sintió como su garganta se quemaba, como si hubiera comido algo demasiado caliente para que su estómago lo soportara y necesitara expulsarlo. Hasta que no mató al último hombre, no dejó de sentir esa sensación. Sabía que era otro signo del control que estaban ejerciendo las hermanas sobre su cuerpo. Se hallaba en una carrera contrarreloj, la cual parecía estar llegando a su fin. Si no la resolvía lo antes posible...
Los pensamientos desaparecieron de su cabeza al escuchar que tocaban la puerta del baño.
—¿Quién es? —preguntó, con voz cansina.
—Soy yo —respondió Anastasia—. Hace una hora que estás ahí adentro. Vine para ver si te encontrabas bien.
—Sí, estoy bien —mintió—. Voy enseguida.
—Te esperamos. Ace llegó y quiere hablar contigo —comentó y escuchó sus pasos alejarse de la puerta.
Antes de salir, se miró al espejo para asegurarse que no había ningún rastro de la presencia de las hermanas. Al no ver nada, abrió la puerta y salió vestido solo con unos pantalones y una fina camisa blanca, preguntándose de qué querría hablar Ace. Llegó a la cocina y vio a sus dos amigos (porque los consideraba así) sentados. Al lado de Anastasia había una silla vacía y frente a esta un plato de comida, frío, apoyado sobre la mesa. Ocupó la silla vacía y le dirigió una mirada expectante a Ace.
—¿Escuchaste la canción que cantan los rebeldes? —preguntó Ace, yendo directo al grano, con una mirada fría y penetrante.
—Sí, la escuché —contestó Jack. Creía saber hacia dónde se dirigía la conversación.
—La hicieron como un blues —añadió.
—Sí, eso me pareció.
—Creo que era algo así.
Ace se puso a cantar con su áspera voz. No lo hacía mal.
El pistolero esmeralda
Los matará
Mostrando sus armas
Ellos lloraran
Entre cada verso, golpeaba la mesa de manera que sonara como un: TA-RAN, TAN-TAN
—Sí, estoy seguro que era así.
Anastasia reprimió una sonrisa.
—¡Ya lo sé! —exclamó Jack, elevando la voz.
—¿Por qué te llaman el Pistolero Esmeralda, Jack? —preguntó entonces, con voz seria, seca e imperativa. Su único ojo parecía penetrar en sus miedos más profundos, para hacerlos salir y obligarlo a confesar.
—No lo sé. Será alguna canción que escucharon por ahí —mintió.
—Dime, Jack, ¿qué somos para ti?
—Mis amigos —contestó de inmediato.
—Entonces, por favor, deja de mentirnos. —intervino Anastasia, decepcionada—. Cuando volviste de la muerte vimos algo extraño en tus ojos. Eran verdes y tenían una línea vertical en vez de la pupila. También había fuego verde alrededor de tu cuerpo.
«¿Fuego?», pensó Jack. No recordaba nada acerca del fuego. Anastasia continuó:
—Pensamos que era una consecuencia por revivir. Pero ahora...
—Creemos que se trata de algo más —completó Ace.
Jack no respondió. No sabía qué hacer. ¿Y si les decía la verdad y se asustaban? ¿Si creían que era algún tipo de monstruo? Él lo creía. ¿Por qué ellos no?
—Mira, Jack. Muchas veces los ancianos como yo creemos haber vivido todo, solemos subestimar a los jóvenes, pero sé que hay muchas cosas aún desconocidas para mí. Cosas que tú has experimentado, como morir y ver lo que hay más allá.
Jack no dijo nada y comió un poco para intentar llenar el vacío que sentía, no le importaba que la comida estuviese fría.
A pesar de eso, creo saber algo que parece que tú desconoces —prosiguió Ace—. Si no confías en tus amigos, ¿en quién confiarás?
Tenía razón, aunque le costara admitirlo, debía contarles la verdad. Tragó saliva y cerró los ojos para tratar de eliminar todo miedo y duda que ardía en su interior. Cuando se sintió listo, los abrió, suspiró y les contó todo. La advertencia de las hermanas, las voces, sus ojos y lo que pasó en la misión con los rebeldes. Al terminar, se quedó en silencio, esperando por la reacción de sus amigos, la cual, sin dudas, lo sorprendió.
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Editado: 08.01.2021