Jack Clover - Escalera Real I

XXVII - Anastasia

Anastasia nunca pensó que llegaría el día donde tendría alumnos a su cargo. Siempre era la que acataba órdenes, obediente y leal. Si le preguntaban por qué lo hacía y cómo podían ser más como ella, tan fuerte y perseverante, no sabía explicarlo. En ese momento, no tenía otra opción.

Rápidamente estaba ganándose el respeto de cada mujer, hombre o joven que se encontraba frente a ella. La escuchaban, la obedecían y, aunque ella aún no lo supiera, la admiraban.

Por su parte, empezaba a disfrutar cada minuto.

Cuando se paró frente a ellos, aunque Jack y Ace estuvieran detrás de ella, sentía un temor que no había sentido antes. Temor al rechazo, al desagrado y a fallar. Fallarles como lo habían hecho con ella.

Primero optó por mostrar autoridad, generar respeto y eliminar las burlas que podrían generarse, y al sentirse más confiada cambió de estrategia. No quería que cumplieran sus órdenes por miedo a las consecuencias. No era su madre. Se mostró comprensiva, amable y, aun así, eficiente y eficaz. Una excelente maestra, para ser su primera vez claro. Sabía que aquellas personas que tenía a su tutela no querían luchar, no querían matar, pero no existía otra opción. Ella les iba a dar la oportunidad de aprender a defenderse y así lograr lo que en verdad querían: llegar a casa con sus familias, sin temer al secuestro, a la tortura o al asesinato.

—Ernie, ¿qué haces? —preguntó Anastasia, acercándose a un chico alto y flacucho.

—¡Es una chica! ¡No voy a pegarle fuerte, podría lastimarla! —exclamó.

 —¿Y qué soy yo?

El chico llamado Ernie tragó saliva.

—Es diferente —se defendió.

—No, Ernie, no es diferente. No importa si eres hombre o mujer, en medio de una lucha no le tendrán piedad por ser una chica —aclaró—. Pelea con ella como un igual y si le dejas un ojo morado, entonces Lucil trabajará más duro para que eso no vuelva a pasar. —Miró a Lucil y añadió—: ¿De acuerdo?

—Sí, señorita Hearts —respondieron los dos.

Les sonrió y siguió caminando por la sala, observando el entrenamiento que le había asignado a cada uno.

—Levanta un poco más el codo, Lora. —Apoyó una mano en el brazo de la muchacha para brindarle ayuda—. Así...un poco más… Bien. —Anastasia le soltó el brazo—. Ahora concéntrate en tu objetivo, respira profundo y dispara. Se una con la flecha, siéntela como si fuera una extensión de tu cuerpo y, luego, suelta aquello que te ata a ella. La flecha seguirá el camino que tú le hayas asignado.

Hablaba suave y de manera pausada.

Lora asintió, llevó el aire a sus pulmones y lo soltó. Así, repetidas veces, hasta que con la respiración también expulsó la flecha. Esta impacto muy lejos de su objetivo, pero fue un disparo mejor que los anteriores. Lora suspiró decepcionada, por otro lado, su maestra la animó diciendo que lo haría mejor la próxima vez y que siguiera esforzándose, pronto obtendría resultados. Le sonrió y movió la cabeza en señal de agradecimiento.

Anastasia fue con otro alumno.

—Tienes que dejar de temblar, Tom.

—Lo sé. Lo intento —musitó—. No tengo miedo ni nada de eso, pero no puedo dejar que la mano me tiemble apenas toco el arma.

—Está bien tener miedo. Te llamaría loco si estuvieras empuñando una pistola y no lo tuvieras —afirmó—. Creo que sí tienes miedo y te sientes inseguro. ¿Quieres contarme algo?

El chico permaneció en silencio unos segundos, parecía estar batiendo un duelo consigo mismo. Gotas de sudor cayeron desde su frente y el escalofrío de un recuerdo recorrió su cuerpo.

—Mi madre..., murió frente a mí —comenzó a contar. Los ojos se le humedecían—. Un ladrón intentó tomar su cartera, hubo un forcejeo y el sujeto dejó caer su arma. La tomé...pero...pero no pude..., y luego la mató —confesó y se derrumbó en los brazos de su maestra. Ella lo abrazó y le acarició el pelo con delicadeza.

—¿Cómo te sientes ahora que me lo has dicho? —preguntó en un susurro.

—Mejor, supongo. Nunca se lo había contado a nadie, más que a mi padre.

—Es un paso. —Anastasia lo apartó un poco y le sacó las lágrimas con su mano—, y quiero que sigas dando más pasos hasta que puedas cargar con el dolor sin que te dañe el alma. Quiero que vuelvas a tomar el arma y lo intentes una y otra vez. ¿Crees poder hacerlo?

Tom asintió.

—Bien. Sé que no será fácil, pero intenta pensar en lo que podrías hacer y no en lo que no has hecho.

Asintió de nuevo, se sorbió la nariz y tomó el arma que había dejado a un lado.

—¿Qué hacen mirando? ¡No escuché decir que podían parar! —bramó al resto de sus alumnos. Todos se habían detenido para observar la conversación, pero enseguida volvieron a lo suyo.

—¡Muy bien, señora Thompson! —la felicitó cuando se acercó a ella. La mujer disparaba a la diana con una Beretta y siempre daba en el blanco.

—Gracias, señorita Hearts —respondió, sonriendo.

—Llámame Anastasia. ¿Practicabas con tu esposo? —preguntó, pero al ver cómo se le decaía el rostro, se arrepintió en el acto. Quería que la tierra se la tragara —. Lo siento... No me di cuenta.




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