Jack Clover - Escalera Real I

XXIX - King

Tocaban su puerta. Alguien gritaba su nombre, pero él no respondía.

¿Por qué hacerlo? Estaba bien ahí.

En la cama de un Rey. El rey de un imperio, junto a una hermosa mujer. Tenían los dedos entrelazados, mientras ella dormía sobre su pecho desnudo. Como le encantaba verla dormir, escuchar su respiración, observar como su boca se pegaba a su piel y su pelo se despeinaba. Le acarició la mejilla, pero la soltó cuando creyó que se despertaba. No quería eso, deseaba contemplar su belleza un poco más. Solo un poco más.

Seguían tocando. Esta vez más fuerte, al igual que los gritos.

Era Frank, su voz sonaba preocupada. ¿Qué quería?

La última vez que lo molestaron así fue cinco meses atrás, por la destrucción de una cantina que apenas daba algo de dinero. No significó nada para él, puesto que después de eso no sucedió nada más y pudo estar tranquilo con la mujer que juro algún día convertir en su esposa.

King no quería atender, pero agudizó el oído. Lo escuchaba hablar con alguien.

—Cálmate —le decía —. Te llevaremos a un hospital cuando hablemos con el jefe, no antes.

Un gemido de dolor fue la respuesta.

—¡¡¡JEFE!!! —gritaba Frank y seguía tocando la puerta. Aunque ya parecía estar aporreándola. No entraría a la fuerza, él lo mataría. Se limitaba a insistir hasta ser atendido por su jefe. Sin embargo, este no quería hacerlo.

Se sentía bien al lado de Clarie. ¿Por qué arruinarlo?

No, no iba atender. Que toquen tanto como quisieran, él no les abriría. Que se pudran ahí afuera, esperando. King cerraría los ojos y se uniría al sueño de Clarie, su reina.

Justo cuando creyó haberse desentendido por completo del insistente llamado, un frío le congeló el cerebro. Al menos así lo sentía, igual que esa voz, hablándole a su oído y esas garras arañando la piel de sus hombros.

—Lo estás arruinando, King —dijo la voz sombría e inconfundible de Bufón.

No dijo mucho más, pues se había despertado de un sobresalto. Apartó a Clarie y recorrió la habitación con la mirada. No había nadie. Se puso una bata, se acercó a la puerta y, mientras más lo hacía, escuchaba a su subordinado con mejor claridad.

—Vamos, jefe... Atienda —decía Frank suplicando—. Es..., es Spar... Está muerto.

King abrió la puerta de un tirón.

—¿Qué dijiste? —preguntó con amargura.

—J-J-Jefe...—Frank comenzó a tartamudear—. Spar está muerto, al igual que Alan. El club está destruido, todos los barriles que llegaron al puerto, nuestros camiones y algunos contenedores —murmuró, mirando hacia todos lados como si percibiera a alguien espiándolos.

King se quedó sin habla. ¿Su club destruido? No podía ser. Debía tratarse de una broma de mal gusto.

Su atención se desvió a un hombre detrás de Frank.

—¿Quién es ese?

—Es número cuatro, señor. Él...

—¿No sabe hablar que contestas por él? —lo interrumpió con brusquedad. Frank no dijo nada—. Vamos, pasen. Hablemos dentro.

Se sentaron en unos sillones de color rojo intenso, de muy buen algodón, alrededor de una mesa circular. Encima de esta había una botella de whisky y un vaso. King se sentó, apoyando una pierna sobre la otra, y se sirvió medio vaso de whisky. Tomó un trago y, mirando con odio a sus invitados inoportunos, exigió:

—Cuenten con detalle qué sucedió.

Cuatro hablaba, mientras Frank permanecía en silencio. No tenía nada extra que agregar.

Al sujeto lo llamaban Cuatro porque era el método de asignación de grados que utilizaban en la familia Clover y, claro, King la había adoptado. Más alto el número, más lo era su rango. La escala iba desde el dos hasta el diez. Así que, ese hombre, frente suyo, no era de sus mejores soldados.

Escuchó con atención, asimilando cada palabra que salía de la boca de Cuatro. Cuando este terminó, permaneció en un silencio de entierro durante unos minutos. Un silencio que Frank aborrecía y temía. Sabía que algo malo sucedía después de entregarle una mala noticia, y que su única reacción fuera cerrar la boca y mirar a su emisor con ojo crítico, no pintaba nada bueno. Frank temblaba y no paraba de sudar, al igual que Cuatro. Claro que él lo hacía por otra razón. No conocía a King, tan bien, como para saber que se avecinaba lo peor.

Cuatro había escapado casi ileso del puerto y sin poder ver a los agresores. Sin embargo, cuando llegó al club no pudo huir de las manos del hombre que lo incendió. Fue igual o peor a sufrir una tortura.  Al hombre no le importó que se rindiera al instante, dejándolo con varias costillas rotas y una pierna izquierda castigada con la culata de una enorme escopeta. Caminaba rengo a causa de eso. No podía abrir un ojo, tenía un corte en su mano y le faltaban dos dientes. Necesitaba un hospital y urgente. Sin mencionar la terapia que debería hacer por el trauma recibido, pudiendo atormentarlo por el resto de su vida.

King, por otra parte, tenía otros planes.

—Ese hombre que te golpeó, ¿recuerdas su aspecto?

—No, señor. Estaba todo muy oscuro y el hombre usaba una máscara, rota, pero aun así no pude verlo con claridad. —Cuatro no dijo nada más. Al escuchar solo un gruñido de respuesta por parte de King, agregó—: Lo siento, jefe.




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