Jack Clover - Escalera Real I

XXXII - World on fire

Jack se acercó al cuerpo inerte de King y lo movió un poco, había caído de tal forma que aplastaba a Clarie y estaba seguro que no quería morir de esa manera. Le cerró los ojos y cargó con ambos, uno por uno, hasta la pared de la librería. Los dejó allí sentados, uno al lado del otro, sin prestar ninguna atención a lo que pasaba a su alrededor. Después de detenerse a observarlos un poco más, decidió darles un entierro adecuado, junto a todos los hombres y mujeres caídos en esa guerra.

Al lado del cuerpo de King había algo extraño: su sable y un bastón, el mismo que utilizaba para esconder su arma ante los civiles, con sus habilidades ilusorias. Jack creía que eran una misma arma, pero al parecer se equivocaba. Tomó el bastón con ambas manos y lo examinó. A simple vista parecía uno tradicional de madera, salvo por las incrustaciones de diamantes. Pero, al observarlo con detenimiento, encontró otros detalles. Muy cerca de uno de los extremos notó un número «10» tallado en la madera. No entendía el significado de ese número en el bastón, al igual que la «J» de su sombrero.

Tampoco era tiempo de pensar en ello. Conservaría el bastón y trataría de responder a sus preguntas cuando fuese el momento adecuado. Ese no lo era.

Al observar algo más que los cuerpos de King y Clarie, casi se le corta la respiración.

Al principio pensó haber escuchado, al volver con King, como tiraban las armas y se sentaban en el suelo por propia voluntad. Supuso que después de ver a sus dos líderes en un estado tan deplorable, decidieron abstenerse a continuar luchando. Se equivocó.

Los rebeldes habían vencido y los derrotados habían arrojado sus armas. No se sentaron, fueron puestos de rodillas con una pistola en la cabeza o un cuchillo en la garganta, tratándolos como rehenes o prisioneros.

No le gustó saber que con una simple orden, los rebeldes matarían a esa gente. Tenía el poder para decidir si esas personas vivían o morían y era algo que nadie debería poseer jamás, sin importar la circunstancia. Aun así, lo tuvo King y ahora él.

Todos lo miraban esperando esa misma orden. Algunos suplicaban por su vida, querían ser puestos en libertad. Mientras otros esperaban, ansiosos para presionar el gatillo, pero alejaban el rostro; no querían ver el producto de esa acción y mancharse con la sangre de sus víctimas. Aunque esto último ya era casi imposible.

Muy cerca de él, vio a Anastasia tirada en el suelo como un trapo arrugado. Herida e inconsistente. Hizo ademán de socorrerla, pero no le pareció prudente ignorar a todos los demás, a pesar de que cada fibra de su cuerpo dijera lo contrario. A lo lejos, Ace se acercaba, caminando lento, como si arrastrara los pies. Llevaba el aspecto de haber pasado por una difícil pelea. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Jack le hizo señas para que la atendiera, él asintió, pero por un momento, temió que también se desplomara inconsciente.

De hecho, Jack le estaba rogando a cada músculo de su cuerpo para que no lo abandonaran y lo pudieran mantener un poco más de pie.

—¡La guerra por fin ha terminado! —declaró, a los gritos—. ¡Vidas se han perdido en ambos bandos! —moviendo las manos para acaparar todo el campo de batalla.

Se perdieron muchas vidas, del lado de King unas cuantas más. Ver todas esas personas que Jack había llevado a la muerte, era algo con lo que apenas podía lidiar. Sentía el corazón siendo estrujado y el estómago revuelto.

Lucil no paraba de sacudir el cuerpo de Ernie entre sollozos. Gritaba: «Se preocupó tanto por mí y olvidó cuidarse él». Reynold abrazaba el cuerpo inerte de su madre. Algunos colgaban de azoteas cercanas y otros, con los tuvo muy poco contacto, estaban llenos de sangre y con los ojos y la boca abierta.

Jack tragó saliva y haciendo lo posible para no desmayarse,  ponerse a llorar y patalear; continuó:

—¡Lucharon como hombres y mujeres valientes, pero se acabó! ¡Ya no necesitan hacerlo! ¡Estas calles se han manchado lo suficiente con nuestra sangre! —exclamó acompañado de un gruñido. Luego agregó—: Suelten sus armas —señaló a los rebeldes— y ustedes, arriba —señaló a los hombres arrodillados—. Tendremos bandera blanca para llevar y enterrar a los muertos. Luego podrán irse con sus familias, si así lo desean.

—¡¿Qué?! ¡¿Estás loco?! —gritó Reynold, apartándose del cadáver de su madre. Caminaba hacia Jack, secándose las lágrimas con su mano—. ¡Hay que matarlos a todos! ¡Hay que ejecutarlos!

—Entiendo tu dolor, Reynold, pero...

—No. No entiendes nada —lo acusó, apuntando su pecho con una pistola. La mano le temblaba, al igual que el resto de su cuerpo, acompañando los sollozos, haciéndose cada vez más y más pronunciados.

Jack estalló. Le apartó el arma de un manotazo y lo agarró de la ropa.

—¡¿Crees que era esto lo que deseaba?! No quería ver tantos muertos. Tantas pérdidas. —Lo empujó y lo hizo caer sentado—. Sabían en qué se estaban metiendo y te atreves a culparme —lo acusó, descargando toda su furia.

—Cálmate, Jack —dijo una voz muy cerca de él. Era Anastasia, caminaba con la ayuda de Ace. Se la veía cansada y con magulladuras por todo el cuerpo, pero al menos seguía viva—. Y tú, Reynold, ¿crees que una riña con tu líder era lo que tu madre quería que hicieras después de morir? —rezongó. Hablaba con dificultad—. Ejecutar hombres incapaces de luchar es algo propio de King, o del hombre que mató a tu padre. Debemos ser diferentes y mejores, Reynold. Deberías de saberlo.




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