Jafet y la esfera misteriosa

Un mundo sin reglas

Jafet se levantó de su asiento buscando al mago, aunque muy dentro de sí sabía que ya no lo encontraría. Se encogió de hombros y miró el extraño paquete que seguía en sus manos. Era pequeño y cuadrado, estaba envuelto en una especie de franela negra. Lo desenvolvió con cuidado y descubrió una cajita de madera hermosamente tallada, levantó con cuidado el broche que la mantenía cerrada. De haber sido un poco más cuidadoso, habría pensado dos veces antes de abrirla; pero el mago nunca había dicho nada sobre no hacerlo, así que lo hizo. De ella salió flotando una esfera de cristal y se quedó frente a sus ojos.

— ¡Wow!—exclamó Jafet.

Lamentablemente Jafet no tenía ni idea de qué hacer con ella, el mago no se lo había dicho y tampoco regresaría a hacerlo; así que le preguntó:

— ¿Tú me vas a ayudar a hacer mi mundo?

(Silencio)

—Supongo que sí, bueno, quiero un mundo grandísimo, el más grande de todos.

¡BUM! De la esfera surgió una explosión inmensa que generó una gran extensión de tierra vacía.

Jafet cayó de espaldas y desde el suelo miró asombrado lo que la esfera había hecho.

— ¡Chispas!— susurró— ¡esto es genial!

Se levantó feliz de saber cómo hacer funcionar la esfera.

—Quiero muchos árboles.

¡BUM!

—Quiero monos en cada árbol.

¡BUM!

—Oh si, y quiero un campo de tachtli profesional.

Con cada petición de Jafet la esfera hacía bum, y creaba lo que él le pedía. Muy pronto el mundo de Jafet se llenó con todo lo que su corazón anhelaba, pero todavía sentía que le faltaba algo. Se quedó pensativo un momento hasta que una bombilla se encendió en su cabeza.

— ¡Ya sé! Quiero que en mi mundo no haya reglas, ni responsabilidades para nadie. Lo único que debe hacer cada quién es divertirse y hacer lo que quieran.

¡BUM!

Después de eso, la esfera entendió que el mundo de Jafet estaba completo y se fue flotando hasta su cajita y se encerró.

—Perfecto—dijo Jafet—. Ahora sí ¡A jugar!

Reunió a un equipo de hábiles monos (Les había dado la capacidad de hablar y entender) y les explicó las reglas del tlachtli.

— ¿Todos entendieron?—preguntó Jafet.

Los monos gimieron a una y saltaron de aquí para allá para hacerle saber que estaban emocionados por comenzar.

—Excelente, vamos entonces.

El juego comenzó con un armadillo como pelota, Jafet había olvidado pedirle a la esfera una pelota de verdad, pero el armadillo hacía bien su trabajo. Sin embargo, al poco rato de empezar, los monos cambiaron las reglas del juego; cada cual hacía lo que bien le parecía, algunos tomaban la pelota con sus manos y trepaban por todos lados intentando llegar al aro, mientras, los contrarios les lanzaban papayas para detenerlos.

—Oigan no, esperen—les pedía Jafet —, así no es el juego, calma ¡oye, suelta su cola!

Pero Jafet gritaba en vano, los monos no le hacían caso y pronto estuvieron discutiendo entre ellos. Jafet salió molesto del campo de tlachtli y se fue al rio para buscar alguien más con quién jugar.

—Tontos monos —decía—, debí darles un poco más de inteligencia.

Tomó una rama de un árbol y caminó pintando rayas por el suelo.

No había avanzado mucho cuando se encontró con una manada de jaguares que se ufanaban de su increíble velocidad.

— ¿Puedo jugar? —les preguntó Jafet.

Los jaguares dejaron de codearse entre ellos para prestarle atención a Jafet.

—Oh, pero si es nuestro benefactor, el gran Jafet. Por supuesto que puede jugar señor, pero le advierto, somos muy buenos corredores.

Jafet se sintió extraño que le llamaran “señor” pero no le puso mucha atención y se colocó en la línea de salida. Los jaguares animaban a su compañero y hacían gran escándalo por la carrera.

Uno de ellos dio la señal de salida y ambos salieron disparados hacia la meta.

En el mundo de Jafet, él era tanto o más rápido que un jaguar y por eso iban casi a la par. El jaguar miraba de reojo a Jafet y sentía más cerca su derrota, y eso era algo que no debía pasar, así que enterró una de sus garras en el suelo y lanzó un puñado de tierra a los ojos de Jafet.

— ¡Ah!— se quejó— ¡eso es trampa!

El jaguar no hizo caso y siguió corriendo hasta que llegó a la meta en primer lugar. El resto de sus compañeros lo vitoreaban por haber ganado.

Jafet se fue enfadado por la actitud de los jaguares, jamás hubiera pensado que fueran así de tramposos.

Prefirió ir a visitar a las águilas. En su tribu eran muy veneradas, seguramente serían más morales que todos los animales.

—Hola—saludó— ¿Qué hacen?

Las águilas casi no notaron su presencia, continuaron hablado entre ellas de cosas incomprensibles.

—La respuesta apacible —dijo una de ellas— desvía el enojo, pero las palabras ásperas encienden los ánimos.



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En el texto hay: magia, infantil, ensenanza

Editado: 26.07.2024

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