Maarika Rey se encontraba paseando en el tercer campus universitario, los primeros dos los había rechazado porque las instalaciones o el programa, de alguna manera, le recordaban Hogwarts. Pero esta nueva institución pintaba bien, tenía buenos programas educativos por lo que podía ver en el panfleto.
Tan entretenida estaba leyendo los planes de estudio que ofrecía la universidad que no se fijaba en el camino, en Hogwarts todos parecían notar la distracción de los Ravenclaw, tan absortos en alguna lectura de pasillo que se movían a su paso; pero se regañó mentalmente, ahí no era Hogwarts y detestó hacer la comparación.
–¡Basiliscos! -maldijo Maarika, ante el choque.
–¡Perdón! -exclamó una voz masculina-. ¿Cómo dijiste? -preguntó la persona con la que chocó-. Por cierto, ¿te lastimaste o algo?
De nuevo, internamente, Maarika se regañó, diciéndose a sí misma que debió decir algo más normal como “mierda” o “diablos”, improperios que le habían enseñado sus hermanos.
–No, no, era yo quien iba distr… -pero la última palabra se le había quedado atorada en la garganta, cuando su mirada se cruzó con la del hombre.
Ya no sabía qué decir, ¿o era que no abría la boca por que quedaría como tonta por decir alguna estupidez? No estaba segura.
–Señorita, se le cayó su librito. -dijo, entonces, una vocecita tierna.
El sonido de esa voz infantil sacó a Maarika del trance en el que había caído, y tuvo esa sensación que en los últimos meses le había causado repelús, se había topado con una persona mágica, lo que era común, personas mágicas había en todo el mundo, pero esa persona mágica, más bien personita mágica le ofrecía con sincera inocencia el panfleto que se le había caído al chocar.
Y justo en ese momento, Maarika se dio cuenta de que la qué había sido la resolución irrevocable de renunciar a su ciudadanía mágica cambió, porque en cuatro años esta pequeña podría ser separada de su padre por el Ministerio de Magia, así como ella lo había sido en su tiempo. Tendría mucho que hablar con su familia no mágica.
–Oye, Maarika, despierta. -dijo Hiacynth Grayson, agitando levemente a la aludida.
Maarika se frotó la cara para espabilarse ante el llamado de su tutorada.
–¿Mmh? ¿Qué pasa? -preguntó Maarika adormilada.
–Levántate, y arréglate, hay que ir a dar una vuelta al Callejón Diagon. -respondió la muchacha, brincoteando sobre el colchón, agitando e incomodando con eso a Maarika.
–Ya voy, ya voy. –dijo Maarika adormilada, nunca había sido una persona madrugadora, ¿sería porque le gustaba desvelarse leyendo?
–Ándale, Jake y yo ya estamos listos. Solo faltas tú. -dijo Hiacynth, a modo de berrinche.
Una hora y media más tarde los tres se encontraban en el abarrotado Callejón Diagon. Maarika observaba cómo Hiacynth le explicaba a Jake la importancia del uso de escobas para el deporte o como medio de transporte, el niño no parecía muy convencido, le respondía a la chica que, seguro le estaba tomando el pelo.
Le fue imposible a la joven tutora no recordar su primera vez en ese callejón, en aquella ocasión había ido con su familia: sus padres y hermanos. En aquel tiempo, 1993, la familia Rey no sabía que en el Mundo Mágico se estaba fraguando una guerra en favor de la discriminación y la intolerancia
Para 1994, el Ministro de Magia, preocupado ante lo que podría ser una gran guerra, y angustiado por lo que podría suceder con la soberanía del Mundo Mágico, y tal vez, bajo la influencia de la élite de los hijos de linajes mágicos ancestrales, empezó a promover una ley migratoria para el cierre de fronteras del Mundo Mágico hacia el mundo no mágico, pero dicha ley resultaría separatista, bien lo sabía Maarika por experiencia propia.
En aquella época, Maarika Rey había mirado de lejos a un Harry Potter, sin saber que él era el famoso Niño que Vivió, cuyo nombre aparecía en los libros de historia del Mundo Mágico inglés. Se había cruzado con Harry Potter en más de una ocasión, mirándolo de lejos, ya fuera en el Callejón Diagon, la estación King's Cross o Hogwarts, Harry Potter era tal vez dos años mayor que ella, lucía tímido y muy serio. Bajo el dulce foco de la inocencia e ignorancia, ¿qué iba a saber ninguno de los dos sobre una guerra devastadora y una ley migratoria inminente?
–¿Es cierto, señorita Rey, juegan un deporte volando sobre escobas? -preguntó Jake de pronto, sacando a Maarika de sus cavilaciones.
–¿Qué? -preguntó Maarika.
Hiacynth rodó los ojos, molesta por la distracción de su tutora.
–Le estaba contando a Jake sobre el Quidditch. -explicó Hiacynth.
–¡Ah! Ya, ya entiendo. Sí, es completamente cierto. -dijo Maarika dirigiéndose a Jake-. En mis tiempos yo no jugué, pero me fascinaba ver los partidos escolares. Una vez Florian Cooper, un guardián de Gryffindor fue golpeado por una Blogger que le lanzó un golpeador de Slytherin, pero no recuerdo quién; y Florian Copper cayó en picado los quince metros.
Detrás de Jake, Hiacynth le hacía señales a Maarika de que cortara con la anécdota, pero la distraída tutora no parecía captar la indirecta. Entonces Maarika miró a Jake, pálido como el papel.
–Oh, pero cuando tú juegues no tiene que pasarte a ti, ¿verdad, Maarika? -preguntó Hiacynth que intentaba salvar la conversación, la pregunta casi a modo de regaño.