Capítulo 15: El Gato
(A la memoria de mi gatito Ginger, diciembre 2024)
Hyacinth Grayson miró el calendario y soltó un suspiro muy sentido, entonces acarició el pelaje de la criatura que durante la noche se había escabullido hacia su cama para robarle un poco de calor.
La joven Ravenclaw se estiró en su lugar y se levantó, se escuchó un maullido enmudecido por las sábanas.
–Perdón, no quería despertarte pero ya me tenía que levantar. -dijo Hyacinth, encogiéndose de hombros.
Como respuesta, Hyacinth recibió un maullido aunque igual de enmudecido por las sábanas, pero más con más sentimiento que el anterior. La muchacha acarició a su felino que seguía oculto entre las sábanas antes de empezar a prepararse para su día.
Un poco más tarde, Hyacinth terminaba de abotonarse la camisola, y fijarla bajo su falda, ultimando detalles antes de salir al Gran Comedor para ir por su desayuno.
–Oye, oye, sal y mírame. -llamó Hyacinth al felino, las sábanas en la cama se removieron al ritmo del gato que salió de su escondite-. Dime, ¿qué tal luzco? -preguntó Hyacinth.
El maullido del gato fue uno bajo y corto.
» Sí, cierto, me falta ponerme la corbata. -dijo Hyacinth y se dirigió al perchero donde tenía colgada la corbata azul con dorado.
De inmediato se puso la corbata y se la ajustó.
» ¿Ahora qué tal? -preguntó acercándose al felino sentado en la cama, el gato le puso una patita sobre la corbata-. Gracias, la enderezaré en seguida.
Después de que Hyacinth terminó de arreglar su corbata, tendió su cama, sacando de su escondite al felino que se había convertido en más que una mascota, su familiar, el animalito sentado en la fría cama-cojín verde con naranja que su ama le había comprado, no dejó de seguirla con la mirada, mientras la escuchaba parlotear sobre sus planes del día. Dejó de mirarla hasta que ella atravesó la puerta.
El gato se estiró y olisqueó el alimento que Hyacinth le había servido minutos antes, probó un par de bocados y luego se decidió a salir por el pequeño espacio que quedaba en la ventana mal cerrada.
Con su agilidad felina, Ginger se movió por las cornisas del castillo, mirando a través de las ventanas el movimiento de los alumnos que se preparaban para sus clases o solamente para ir a desayunar al Gran Comedor, como era costumbre en Hogwarts.
El gato anduvo la misma ruta que Hyacinth, pero desde fuera del castillo, había otros felinos, como él, o aves en vuelo, e incluso animales más pequeños en las afueras del castillo, tal como él, parecía que seguían a sus dueños.
Al llegar a una de las muchas ventanas que daban al Gran Comedor, con su gracia concedida por su naturaleza, logró acomodarse en una de las cornisas, llegaba tarde, pero eso era porque a él le gustaba despedir a su humana cuando salía de la habitación, antes de seguirla por el techo a su primera parada.
En aquella cornisa se encontró otros seis animales mágicos, que como él, motivados por el amor que sentían por su persona mágica y el compromiso nacido de cuando cerraron el vínculo por el nombre. Hasta donde Ginger sabía, ellos, como él, habían nacido para acompañar a alguien mágico.
En su caso, Ginger no recordaba exactamente cuándo nació, apenas recordaba a su madre, una gata tricolor que lo había cuidado con mucho amor y esmero, ¿qué iba a saber Ginger de fechas? Poco le importaba, él era el hijo de una gata mágica, compañera de un alquimista y pronto supo que su destino, como el de su madre, era ser el compañero de un mago o una bruja. En aquellos primeros días, mientras su madre felina lo limpiaba, con sus cariños le decía que no fuera ansioso, que pronto estaría listo para buscar a su mago o bruja.
Pero era un gatito inquieto y estaba ansioso de encontrar a su persona mágica, así que ni bien estuvo en condiciones para poder defenderse de los peligros del mundo, emprendió el viaje para encontrar al mago o la bruja a la que acompañaría, separándose de su querida madre.
La búsqueda fue larga y enfrentó muchos peligros, incluso hasta se topó con varias personas mágicas, pero ninguna era la correcta. Su inquietud y ansiedad lo llevaron a caer herido, dejándole como única evidencia que al final de su colita, la punta estuviera un poco chueca.
Entonces, se alejó del Londres Mágico, y pasó días con hambre y noches sin sueño. Y una noche, vagando por algún vecindario, casi pensando en rendirse porque tenía mucha hambre, y muchísimo sueño, sintió lo casi olvidado, una persona mágica, sacó fuerzas de flaqueza y tambaleante saltó a la ventana cercana y ahí, en el fondo de la que era una habitación infantil, estaba ella llorando, su persona mágica, la que tanto había buscado, arañó la ventana desesperado, y pronto empezó a maullar, esperando que con eso llamara la atención de la niña.
La pequeña levantó la mirada, dirigiéndola a la ventana, donde el gatito estaba arañando y maullando, aún con su rostro lloroso, la niña se levantó y se dirigió hacia la ventana, se frotó los ojos y entonces, abrió lo único que los mantenía separados. Tan pronto la ventana estuvo abierta, el gato saltó al regazo de la niña, ronroneando y restregándose en el pecho y cuello de la niña.
–¡Papá! -gritó la pequeña.
Al llamado, el padre apareció cruzando el umbral de la habitación rápidamente.